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Un líder de verdad, con corbata y botas de monte

Murió ayer Xabier Arzalluz, a los 86 años de edad, y todo el arco político destacó su figura de líder al margen de las «diferencias». Entre los homenajes más grandilocuentes, algunos de los que acusó en el pasado de haber estado moviéndose contra él desde antes incluso de que anunciara su intención de dejar el EBB.


Hoy en día, mi peso específico dentro del partido no va más allá del que la militancia quiere concederme. Tengo cierta autoridad moral, creo. Pero en el plano orgánico me limito a ser miembro del Consejo Consultivo, al que nadie consulta nunca nada (nosotros tampoco lo hacíamos, dicho se de paso), lo que me da voz, pero no voto, en la Asamblea Nacional. Todo eso es secundario. Lo importante es que dentro del partido hay mucha, muchísima gente que persiste en los ideales a los que he entregado mi vida. Y a la que apoyaré en lo que pueda».

Son las palabras con las que el propio Xabier Arzalluz cierra su autobiografía, editada en 2005 por Javier Ortiz. Eran tiempos en los que acababa de dejar la Presidencia del EBB, a la que había ascendido Josu Jon Imaz, cuando su apuesta era la de Joseba Egibar. Pero en Ajuria Enea estaba Juan José Ibarretxe, al que antes de su marcha había declarado líder del partido y la Asamblea General del PNV había hecho de la hoja de ruta del lehendakari su ponencia política. Confía en que los que cogen su relevo en la dirección del EBB «no tienen más remedio que tragar con Ibarretxe. Me refiero a Urkullu y a los que tienen el poder en el partido», se sinceró con la periodista María Antonia Iglesias para el libro de entrevistas “Memoria de Euskadi”.

¿Cuál de todos los Arzalluz?

Murió ayer Xabier Arzalluz, a los 86 años de edad, y todo el arco político destacó su figura de líder al margen de las «diferencias». Entre los homenajes más grandilocuentes, algunos de los que acusó en el pasado de haber estado moviéndose contra él desde antes incluso de que anunciara su intención de dejar el EBB. Los que impidieron que fuera siquiera elegido miembro de la Asamblea Nacional, «un grupo de amiguetes», «los Urkullu, los Imaz...»

Así era. Tras el fallecimiento, puesto en el trance de tener que redactar estas líneas, la primera pregunta que surge es la de sobre qué Arzalluz escribir. Tan larga trayectoria política da para mucho. Sobre todo en un hombre que es capaz de aparentar una cosa y su contraria al mismo tiempo. Y no son pocas las facetas desde las que se puede uno acercar a él. Está el orador de verbo ágil y vehemente, que en domingo enardece a su militancia con las botas de monte calzadas y el político de entre semana, pragmático con traje y corbata. Está el que se deshace en elogios hacia José María Aznar, porque «he conseguido más en 14 días con Aznar que en 13 años con Felipe González» y el que luego rompe todo tipo de relaciones con él. Está el que denuncia a los GAL y el que dice que Rafael Vera no tuvo nada que ver con ello, con la sospecha de que además la Ertzaintza guardó información sobre aquella trama. Está el Arzalluz que denuncia la corrupción política y admite que hay algunas ovejas negras dentro de su estructura, y al que se le ve como el gran urdidor de una trama de fontanería clientelar que acaba liando intereses particulares, intereses de partido e intereses públicos.

En todo caso, a nadie se le oculta que es uno de los últimos verdaderos líderes políticos. Y él mismo respondía que «siempre he sido el mismo, sólo que en cada etapa tienes que actuar de forma distinta. No vas a actuar igual con Aznar que con Zapatero. He hecho mi análisis de cada situación, correcto o no, y he actuado conforme a ello».

Jesuita y burukide a la fuerza

Xabier Arzalluz nació en el seno de una familia carlista de Azkoitia. Desde los 10 años tuvo una trayectoria ligada a la Orden de Jesús, de la que se desligó a los 37 años. Se definió a sí mismo como un jesuita a la fuerza y lo expresó como solo a él se le ocurriría: «¡¿Cómo coño le vas a decir a Dios que no quieres?!».

Paradójicamente, sus vivencias en Alemania y otros lugares, fuera de Euskal Herria, afianzaron las tesis de «un nacionalista convencido». Comentaba que «eso que dicen de que el viajar por ahí cura esas enfermedades, en mi fue al revés». Tomas mucha más conciencia de vasco y creía que debía hacer algo. Y lo que hizo fue afiliarse al PNV en 1968, y tres años después, mientras comía pochas con codorniz en el restaurante Urquía de Bilbo, Juan de Ajuriaguerra le ofreció entrar en el EBB. Arzalluz presenta toda su carrera política como una vocación de servicio al partido, en el que se limita a aceptar los cargos que le presentan. Igual que fue jesuita a la fuerza.

Cuando le ofrecieron, entre cucharada y cucharada de pochas, entrar por primera vez al EBB, Arzalluz respondió que tenía que consultarlo con su mujer, Begoña Loroño, con la que se acababa de casar. Dijo saber que pensaron, «a este no le vemos más», pues eran tiempos de represión franquista y la militancia en el PNV se pagaba con cárcel. Pero a su reciente esposa le pareció bien que diera el paso, así que «contesté que sí y se quedaron sorprendidos».

No cabía sospechar todavía dónde acabaría aquel hombre de 37 años, nupcias tardías, viajado y con dominio de idiomas como el alemán.

¿PNV o ETA? PNV

Una de las dianas más frecuentes de los dardos envenenados de Xabier Arzalluz eran ETA y la izquierda abertzale. Pero hay en este afán algo de lo que quizá un sicoanalista argentino podría extraer una tesis.

«No entré en ETA –le contó a María Antonia Iglesias– porque no creía en la violencia y no compartía sus razones. Efectivamente, creía que contra el régimen militar era completamente legítimo alzarse en armas. Pero no creía que ese fuera el camino» en Europa. A su entender, además, «el Estado siempre tendrá más fuerza». «Nunca tuve la tentación de entrar en ETA, aunque no tenía objeción moral, a pesar de que ahora sea políticamente incorrecto decir eso». Explica que levantarse en armas contra la dictadura, «a mi me parecía correcto. Otra cosa es si era lo más útil».

No cabe olvidar que con Xabier Arzalluz al frente del EBB se desarrolló la política de enfrentamiento más directo y cruel entre la Ertzaintza y ETA.

Pese a ello, sostiene que consideraban que ETA defendía lo mismo que el PNV. Y en 2009 le cuenta a Iglesias que «viendo lo que pasa, lo de De Juana Chaos, no estás con los otros [el Estado] por mucho que hablen de unidad de los demócratas, y tendrás que hacer más que un paripé. Pero no estamos con ellos, porque sabemos que son los enemigos de nuestro planteamiento, ahí no cabe cautivar. Creo que eso el vasco lo tiene claro y el español también lo tiene que tener claro».

El árbol y las nueces

Una de las frases que persigue a Xabier Arzalluz es la del árbol y las nueces, entendida como que ETA sacude el árbol y el PNV recoge las nueces. Luego sostuvo que la frase se había interpretado mal y que él no se refería a ETA sino a HB. Y lo presentó como una simbiosis pensando en que «en política siempre tiene que haber un malo y un bueno, como en la policía. Si el PNV fuera radical como HB, se le cerrarían fácilmente determinadas posibilidades; y HB, si se pone como el PNV, deja de ser lo que es. Es un reparto de papeles».

La frase es todo un tratado de cinismo, atendiendo a que durante años el PNV de Arzalluz aceptó e hizo suya la criminalización de la izquierda abertzale, recogiendo no solo las nueces del árbol, sino usurpando los cargos de quienes lo sacudían.

Escisión y reconciliación

Uno de los hitos en la historia del PNV es la ruptura con Carlos Garaikoetxea y la escisión de EA, que a Xabier Arzalluz le pilla convenientemente viviendo en Cambridge. «Quería quitar cualquier tipo de fundamento a la tontería de que el creciente conflicto entre Garaikoetxea y el partido era el resultado de un choque de personalidades, la suya y la mía», explicó en su autobiografía.

La crueldad de aquel enfrentamiento, batzoki a batzoki, quedó reflejada en la historia, incluido el apartado de las escuchas a Garaikoetxea en Zarautz, que Arzalluz siguió atribuyendo a las «paranoias» de este, aunque mediara una condena judicial contra la Ertzaintza.

En todo caso, de aquel divorcio, lo que resulta políticamente relevante es la reconciliación. Ver a Xabier Arzalluz y Carlos Garaikoetxea celebrando con un brindis de cava la constitución de la coalición entre PNV y EA para las elecciones municipales y forales de 1999, no para enfrentarse a los partidos unionistas, sino para impedir que Euskal Herritarrok pudiera hacerse, por ejemplo, con la Diputación de Gipuzkoa.

También eso define las prioridades del expresidente del EBB y las paradojas de la historia. Garaikoetxea comparte ahora formación con la izquierda abertzale en EH Bildu y Xabier Arzalluz acabó visitando a Arnaldo Otegi en la cárcel desde el afecto recuperado.

Lo dicho, Xabier Arzalluz fue un líder inabarcable.