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Las mujeres sufren el impacto de la guerra por partida doble

La desigualdad y la violencia contra las mujeres es un problema estructural que se exacerba sin límite en las guerras, donde ellas pagan por norma el precio más alto. Oxfam ha expuesto los casos de Irak, Yemen y Palestina en un informe del que se extrae una conclusión general: en los conflictos la mujer sufre un castigo añadido, pero exhibe asimismo una enorme fortaleza y resiliencia.


Si la verdad es la primera víctima de una guerra, la principal, la que paga el precio más alto, es la mujer. Porque en los conflictos armados a la desigualdad y la violencia estructural se le añade un contexto propicio para que esas lacras se acentúen, como podemos constatar en cualquiera de los países que se hallan enfangados hoy mismo en luchas intestinas.

Coincidiendo con la semana del 8 de Marzo, Oxfam Intermón ha hecho público un informe que analiza tres escenarios, Irak, Palestina y Yemen –los datos se limitan a las a las áreas de intervención de la ONG–. Se trata de un trabajo prolijo en datos y testimonios que refleja los estragos que causa la guerra, un impacto tremendo que en el caso de las mujeres se multiplica, ya que a las atrocidades que sufre toda la población se le se suman las desigualdades preexistentes contra ellas. Centrándose en la guerra, el informe enumera algunas de las penalidades que sufren: «Se enfrentan a la violencia sexual, cuentan con menos recursos para protegerse y sobrevivir, quedan a cargo de sus familias en una situación límite y son forzadas a enrolarse a grupos armados o a huir».

Entre los países analizados, el estudio sitúa a Irak en una situación de «posconflicto»; a Yemen, en una guerra abierta; y al Territorio Palestino Ocupado, en un contexto de conflicto prolongado derivado de la ocupación israelí. Desde ese punto de partida, estudia tanto la situación de la mujer en el momento anterior a la confrontación armada como su vida «durante y después de la violencia», y destaca que en estos tres casos las relaciones de género se caracterizan «por diversas tradiciones culturales, religiosas, sociales y políticas», largamente establecidas y complejas, pero con el denominador común de que las mujeres han ostentado «mucho menos poder en sus sociedades que los hombres». También señala que la mayor parte de las mujeres tienen la responsabilidad de llevar a cabo las tareas no remuneradas del hogar, que los hombres son quienes han tomado las decisiones dentro y fuera de casa, y que las mujeres, además de verse privadas de sus derechos más básicos, han soportado la violencia «en todas sus formas».

Violencia sexual, un «arma de guerra»

Siendo esto así en un estadio previo a la guerra, Oxfam afirma que en los conflictos «las desigualdades suelen exacerbarse provocando un impacto desproporcionado sobre las mujeres y las niñas», y aporta datos tan crudos como que el 60% de las muertes maternas que se pueden prevenir se producen en entornos de conflicto y desplazamiento, y que al menos una de cada cinco mujeres refugiadas o desplazadas sufre violencia sexual –considera que probablemente el dato real sea mayor–, apostillando que «durante las guerras la violencia física, verbal o sexual contra las mujeres y las niñas se utiliza para imponer agendas políticas, humillar al oponente y destruir a las comunidades; se usa como arma de guerra contra el enemigo».

Centrándose en Irak, Oxfam recuerda que el control del Estado Islámico (ISIS) de gran parte de su territorio provocó el desplazamiento de más de seis millones de personas, y que entre ellas, las mujeres «sufrieron doblemente la violencia tanto dentro como fuera de sus hogares». «Tener que buscar un nuevo lugar, siendo por primera vez cabezas de familia, las puso en una situación de extrema vulnerabilidad», expone, y señala que entre 5.000 y 10.000 mujeres han sido utilizadas en este tiempo como esclavas para el tráfico sexual y la prostitución, una práctica que, advierte, sigue estando presente en los campos de personas desplazadas. La ONG también llama la atención sobre la situación que viven las mujeres presuntamente vinculadas a ese grupo islamista, que «son aisladas, atacadas y señaladas por las comunidades a las que llegaron», sin opción de volver a sus lugares de origen «por miedo a que les persiga la misma humillación».

En Yemen la guerra sigue abierta en canal, y allí se vive la mayor crisis humanitaria en este momento, con la mujer, una vez más, en la diana. La violencia sexual, que es estructural, ha aumentado sensiblemente, y se estima que tres millones de mujeres y niñas están en riesgo de sufrir diferentes tipos de violencia. Según el informe del Grupo de Expertos de la ONU para el Consejo de Derechos Humanos, hay evidencias de violaciones, arrestos, desapariciones y extorsiones a las mujeres, y cada vez es más habitual que sean capturadas de noche en sus casas para ser violadas. A ello hay que añadir un contexto de extrema pobreza en un país arrasado por las bombas, en el que el 76% de las personas desplazadas son mujeres con sus hijas e hijos, más de dos tercios de las mujeres mayores de 18 años está casada y la edad de casamiento se ha reducido a los 12 años.

Por su parte, en Palestina la ocupación israelí ha tenido un impacto particularmente negativo para las mujeres. Por ejemplo, la confiscación de tierras agrícolas ha causado la pérdida de su principal medio de vida, forzándolas en gran medida a trabajar en los asentamientos bajo condiciones extremas y sujetas a la explotación sexual. Del mismo modo, la demolición de sus casas deja una profunda herida en sus vidas, ya que para ellas sus hogares «son más que una mera casa. Tienen un significado simbólico y es central en su capacidad de ejercer poder. Sin sus hogares, las mujeres han perdido a sus comunidades, y por tanto su protección».

 

Resiliencia y empoderamiento

Hay espacios en los que la guerra afecta sobremanera a las mujeres, como es el económico. En algunos casos, la muerte, desaparición o incapacitación de sus parejas las ha abocado a incorporarse sobre la marcha a un mercado del que hasta entonces habían sido excluidas, lo que constituye un reto enorme aderezado por los prejuicios, la falta de formación y una enorme precariedad. Sin olvidar que deben compaginar esa actividad laboral con las tareas del hogar, una doble carga que cuenta, además, con una derivada: la situación de sus hijos e hijas. Los menores se ven empujados a abandonar la escuela de forma prematura para aportar dinero, y, en el caso de las chicas, a casarse a muy corta edad.

En este apartado económico, la situación en la Palestina ocupada es elocuente, pues cuenta con el ratio de participación laboral femenina más bajo del mundo, un 19%, a pesar de ser en este caso una población altamente cualificada en comparación con la de áreas geográficas cercanas. La ocupación israelí ha deteriorado la economía local y, por ejemplo, además del mencionado efecto sobre la agricultura, con su estricto control sobre el acceso al mar en Gaza ha expulsado a las mujeres de la pesca, un sector donde muchas trabajaban antes del bloqueo, pasando del 36% de ocupación en 2007 al 3% en 2017.

Con todo, el informe no busca reproducir la imagen de la mujer como sujeto vulnerable y como víctima, sino que también destaca su resiliencia y capacidad de adaptación a situaciones límite, de las que muchas han sabido salir adelante, e incluso sobreponerse a los roles que se les había asignado tradicionalmente. Salen de la guerra no indemnes –eso es imposible– pero sí empoderadas.

Como telón de fondo, Oxfam expresa que «la igualdad de género es el mejor indicador para garantizar la paz de un país, más que otros parámetros como el nivel de democracia, riqueza o la composición religiosa o étnica», y que «países con leyes discriminatorias para las mujeres (matrimonio, custodia, divorcio o herencia) tienen más probabilidad de sufrir un conflicto o inestabilidad». También apunta que «cuando las mujeres forman parte activa del proceso de paz, esta es más duradera», en concreto, detalla que «un acuerdo que incluye a mujeres tiene un 35% de probabilidad de durar al menos 15 años», y agrega que «existe una correlación positiva entre la capacidad de influencia de las mujeres en los acuerdos de paz y que estos se alcancen y se implementen».