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Entrevista

«El final de ETA es el hito de partida de un nuevo recorrido»

Poco después de producirse la declaración de ETA del 3 de mayo de 2018, en la que la organización clandestina informaba de la decisión de poner fin a su trayectoria, llegó a los kioscos y librerías el libro-entrevista realizado por el director de GARA, Iñaki Soto, a la última dirección de ETA, coeditado entre este periódico y la editorial Txalaparta. Con motivo del primer aniversario se ha editado la versión en castellano de aquel libro hecho en euskara, la lengua utilizada para la entrevista.


En estas tres páginas recogemos algunas de las preguntas y respuestas de este trabajo de indudable valor periodístico e histórico.

Además de lo que dice el Estado español o diversos agentes, muchos ciudadanos y ciudadanas vascas creen que ETA ha fracasado. También algunos del entorno de la izquierda abertzale han vivido todo el proceso con resignación…

Hemos de tener perspectiva histórica, porque eso nos proporcionará referencias correctas para mirar al futuro con tranquilidad. Mirando hacia atrás, Euskal Herria lleva siglos perdiendo guerras, perdiendo instituciones y capacidad de soberanía, perdiendo rasgos de identidad, sufriendo etnocidio cultural y lingüístico. Y nuestra historia nos demuestra que únicamente la resistencia ofrecida como pueblo nos ha posibilitado no solo sobrevivir, sino mantener abiertas las opciones para la libertad.

También a lo largo de la trayectoria de ETA hemos perdido algunas batallas y ganado otras. Para un movimiento como el nuestro, no hay victoria total, pero es posible perderlo todo, sufrir una derrota absoluta; eso puede ocurrir cuando el enemigo te deja sin ninguna capacidad para impulsar cambios políticos y desarrollar iniciativa política. Es evidente que el enemigo no ha conseguido nunca un escenario tal en Euskal Herria, a pesar de que ese ha sido el objetivo principal de la lucha contra ETA, esto es, ahogar a la izquierda abertzale y simultáneamente enterrar también su proyecto político.

(...)

En sus documentos del debate se reconoce claramente que, a pesar de lo dura y prolongada que ha sido la lucha, la organización no ha logrado sus objetivos. ¿Podría resumirse, en pocas palabras, qué ha logrado y qué resta por lograr?

Para hacer ese balance no hay más que ver en qué situación se encontraba Euskal Herria antes del nacimiento de ETA, en alto riesgo de desaparición definitiva como pueblo bajo la dictadura de Franco. En el ciclo histórico de los últimos 60 años se ha producido una revitalización nacional, el proyecto independentista ha arraigado en amplios sectores, la brecha para con España se ha agrandado y, en general, se ha ido acumulando fuerza popular en torno a esos objetivos. Esto es, creemos que hemos puesto base suficiente para avanzar en el camino de la libertad; tenemos una patria viva, y los caminos que antes permanecían cerrados están abiertos ahora.

Hoy en día tenemos mejores condiciones políticas, más instrumentos y mayorías más amplias para acometer nuestros desafíos nacionales. Pero todo ello no es de por sí logro de ETA, sino de un pueblo que ha desarrollado una lucha ejemplar. Es la cosecha producida por la semilla sembrada por la izquierda independentista, que además de organizar durante décadas la defensa de Euskal Herria se ha entregado a la construcción nacional y social.

Del mismo modo, reconocemos humildemente que no hemos obtenido totalmente nuestros objetivos, pues el objetivo de ETA ha sido lograr la libertad de Euskal Herria, y nuestro pueblo no es todavía libre. En la época de la Transición española no conseguimos provocar la ruptura democrática e impedir el establecimiento de la reforma franquista, y en el posterior y largo periodo de lucha tampoco hemos sido capaces de lograr el reconocimiento del derecho de autodeterminación.

Es necesario entender esa cruda realidad para mirar cuál es el camino que nos queda por recorrer. ETA fue el punto de partida para conquistar mejores situaciones y condiciones en el camino hacia la independencia; ahora, el camino continúa, pues el final de ETA no es el epílogo de nuestra lucha, sino el hito de partida de un nuevo recorrido a emprender con ilusión.

Formulemos otra vez la pregunta si se quiere en términos más filosóficos. Visto el gran coste humano, ¿realmente todo esto ha merecido la pena?

Tal y como nos enseña la historia, el avance de todos los procesos de liberación exige luchar, exige sacrificio. Y durante décadas hemos considerado la lucha armada como el instrumento más eficaz para avanzar en ese camino. Sabíamos, conociendo el carácter de los dos poderosos estados a los que nos enfrentamos, que ese camino no sería sencillo. Ese compromiso lo hemos pagado caro, lo estamos pagando aún, pues nuestros compañeros están pagando su patriotismo con largos años de cárcel o de deportación.

No nos decepciona el hecho de ver que en este ciclo de lucha de ETA no hemos conseguido todos los objetivos, o el haber sufrido fracasos. Hoy tenemos más cerca la posibilidad de alcanzar nuestros objetivos que cuando empezamos. Lo frustrante habría sido observar, sin luchar y sin organizar la resistencia vasca, cómo enterraban el proyecto nacional vasco, ver cómo se diluía para siempre nuestra identidad como pueblo sin hacer nada firme: frustrante habría sido dejar que Euskal Herria fuera destruida política, cultural, social y lingüísticamente.

También a futuro, y aunque sin el sufrimiento experimentado hasta ahora y con otros métodos, serán imprescindibles los compromisos personales sólidos para conseguir la soberanía de Euskal Herria. Los estados enemigos no nos regalarán nada, no nos lo pondrán fácil. No nos engañemos: no hay libertad sin sacrificio. Todas las oportunidades que se han abierto hasta ahora en Euskal Herria, todas las nuevas realidades, lo han sido gracias a la lucha y a la presión popular.

Cuando dentro de unos años las siglas de ETA se citen en los libros de historia, sea aquí o sea en el ámbito internacional, ¿cómo la definirán?

La famosa batalla del relato… Es muy arriesgado lo que algunos están planteando con eso, pues a lo verdaderamente ocurrido se le quiere dar una determinada caracterización histórica acorde a los intereses políticos del momento. Dejemos a los historiadores que hagan su trabajo, y pidámosles prudencia y honestidad académica. Transcurrido un tiempo se percibirán con más claridad aún determinados sucesos y los motivos de esos hechos. En cualquier caso, perderán el tiempo si se obcecan en afirmar que ETA no ha sido más que una banda de malhechores y en imponer el relato que pretende vender que aquí no había problema político. Nuestro pueblo posee madurez suficiente para evitar semejantes fraudes.

¿Qué le dirían sobre la organización, dentro de cinco años, a un joven que ahora tenga quince?

Que asumimos un compromiso frente a la injusticia, que nos esforzamos en llevar el barco al puerto de la libertad, que ese último objetivo no lo conseguimos, a pesar de los avances realizados, pero que, como sí había posibilidades de arribar a ese puerto y como el modo más adecuado de aprovechar esas oportunidades era tomar otra ruta, decidimos disolvernos, tras haber dado lo mejor de nosotros y nosotras mismas. Y que posteriormente nuestra gente ha seguido dando todo lo que ha podido desde el puesto que ha considerado más adecuado. Todo eso le diríamos.

¿Qué ciclo termina, en concreto? ¿Cómo se define el ciclo en el marco de la larga historia de Euskal Herria?

ETA quiere cerrar un ciclo en el conflicto entre Euskal Herria y los estados. ¿Qué ha caracterizado a ese ciclo? La imposición y la negación de los estados. En esa situación, la segunda característica es que ese conflicto lo ha marcado el empleo de la violencia política. Eso es lo que se quiere cerrar para abrir otro nuevo. Esa es la voluntad de ETA, pero con la voluntad de ETA no basta, pues es obvio que los estados quieren continuar en el ciclo anterior, impidiendo la confrontación democrática. La clave para dar impulso al nuevo ciclo será convertir su fuerza –el empleo de la violencia y la imposición– en debilidad.

¿Entendieron que la implicación de Kofi Annan y el resto de representantes internacionales legitimaba a una organización que hasta entonces había estado en todas las «listas negras»?

Nosotros entendimos, sobre todo, que Kofi Annan y el resto de representantes hacían una lectura razonable del conflicto, y que proponían una solución razonable para dar un fin ordenado a la época del enfrentamiento armado y resolver el conflicto político por cauces democráticos. Muy probablemente no consideraban legítima la lucha de ETA, pero al menos la contextualizaban, y tenían a la organización por interlocutor válido para el proceso de resolución.

Todo ello chocaba frontalmente con las tesis defendidas por España, claro. España no quería que se resolviera el problema político, y para ello se valía del discurso del «terrorismo», llevándolo a sus últimos extremos. El problema es que España no quiere una solución razonable, ni aquí ni en Catalunya. España no quiere hablar ni con ETA ni con Puigdemont. La única opción que contempla es la de imponer su proyecto.

Hicieron falta más de tres años para poder efectuar el desarme; a partir de ese momento, en solo un año se dio por finalizado el ciclo de la organización. ¿Eso quiere decir que el desarme constituyó el momento más comprometido del proceso, el momento clave?

Ambas cuestiones respondían a la misma lógica, y en cierta medida, eran las dos caras de una misma reflexión y de una misma decisión. A fin de cuentas, tras las dos decisiones estaba la aportación que tenía que hacer ETA para cerrar el ciclo anterior y para impulsar un proceso como pueblo en la nueva fase política. Pero es cierto que el desarme tenía dificultades añadidas.

En sus ponencias se habla del riesgo de agonía, y que el final ha sido digno. ¿Qué habría sido perder la dignidad, en este ámbito? ¿Y por qué la palabra agonía?

Este ha sido un proceso muy complicado para ETA, pues los estados han intentado imposibilitar que pudiera plasmar su decisión estratégica. Buscaban la imagen de la victoria que no habían podido conseguir durante todo el periodo de confrontación. Más que el fin de la lucha armada, lo que deseaban era el fracaso de ETA, para condicionar política y psicológicamente el movimiento de liberación.

El riesgo de agonía era quedarse en ese quiero y no puedo. Algo de eso estaba sucediendo con el desarme, y ello restaba fuerza a las decisiones adoptadas por ETA. Haberse quedado en esa situación no habría sido digno, pues traía la descapitalización de la lucha practicada por ETA durante décadas.

Era tarea de ETA legar al proceso de liberación el capital político e histórico acumulado durante años, para afrontar sus nuevos desafíos, y eso es lo que ha hecho. Era lo mínimo que debíamos a quienes han dado la vida en la lucha, que su entrega fuera válida para dar un nuevo impulso al proceso de liberación.

(…) ¿Cómo se puede implementar otro modelo de excarcelaciones?

(…) La fase actual es la de traer a presos y refugiados a casa, y sostenemos que para ello hay que utilizar todos los medios posibles, tanto políticos como jurídicos. En este tema no nos gusta hablar de líneas rojas: la línea roja es que los presos y las presas no se queden en la cárcel. Y además sostenemos que hay que conseguir ese futuro sin presos ni exiliados con la implicación de todos los sectores populares identificados con esta idea y con las instituciones vascas. Nuestra actividad armada ha terminado; este pueblo ha cubierto una etapa en su proceso de liberación y ha emprendido otra, la de construir la República Vasca por mayoría democrática. Y en ese camino, han de vaciarse las cárceles. Es prioritario, y de sentido común. Y ahí no vale ni el modelo de 1977 ni el de 1987; debemos implementar un modelo que se adapte a nuestra realidad y a nuestro tiempo, un modelo cuyo objetivo sea que quienes queremos un futuro sin presos ni exiliados traigamos a todos y todas a casa. Ese es el objetivo a conseguir, y habrá que hacer todo lo que sea necesario para ello, sin ninguna clase de complejos.

¿En qué coordenadas sitúan la cuestión de las víctimas, el reconocimiento del daño producido y la reconciliación?

Consideramos que en la sociedad vasca hay una serie de bases muy extendidas, y esto es un análisis objetivo. Esas bases consisten en que hay que reconocer todas las violencias y que todas las víctimas tienen derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación. Esos preceptos son ampliamente apoyados en la sociedad vasca. También consideramos que la sociedad está por la reconciliación, y que es un proceso que socialmente ya está en marcha, por encima de intereses políticos y del ruido mediático. Son temas en los que tiene que trabajar la sociedad civil, los diversos agentes, las instituciones y la ciudadanía.

Todos estos años de lucha contra el Estado español han dejado un rastro en nuestro pueblo, hasta el punto de convertir a los adversarios políticos en enemigos. Ahí la izquierda abertzale tiene un campo de trabajo prioritario, porque en el proceso de la reconciliación que en el futuro repare todo el daño provocado durante estos largos años se requerirá el esfuerzo de todos. Todos y todas somos necesarios para curar las heridas, desde el respeto y el reconocimiento de todas las víctimas y todo el daño.

También sería deseable una reconciliación con los estados, pero para llegar a eso en primer lugar sería necesario que nos reconocieran como pueblo.

(…) Ha pasado mucho tiempo desde el atentado contra Carrero Blanco...

Sí, sabemos que nuestra respuesta da pie a otros debates. Algunos dirán que tras Franco la lucha armada ya no estaba justificada; otros pondrán más tarde la fecha, con el Estatuto, con Argel o con Lizarra-Garazi… normalmente en consonancia con el punto de vista o los intereses de cada uno. Muchos han experimentado una evolución al analizar las circunstancias políticas y sociales, o liberando sus propias contradicciones internas. Es legítimo. Hay otros casos más llamativos. Eran muy, muy duros, en la defensa de la lucha armada, los más duros entre todos, y luego han actuado de la misma manera contra la organización. También entonces, sin escrúpulos. A decir verdad, los renegados no ofrecen un ejemplo muy edificante.

Para nosotros y nosotras, la condena universal y absoluta no se corresponde con la realidad. Es vacía, cínica, y no tiene más objeto que deformar el carácter del conflicto. Muchos de quienes afirman eso lo hacen desde una falsa superioridad moral. Sin embargo, aunque decimos que semejante condena universal no es justa, nuestro objetivo en este momento no es hacer una loa de la lucha armada. Sabemos que ello no facilita el proceso que exige la fase política que se avecina y la solución del conflicto. Es hora de reconocer con respeto el daño causado, de asumir sinceramente lo sufrido por otros, y de esforzarse por alcanzar la reconciliación. Es el momento de buscar el modo de sanar, respetando los derechos de todos y todas, y ofreciendo soluciones democráticas a los problemas.

Ya antes ha reconocido ETA que su actividad armada ha herido o matado a «inocentes» y ha mostrado su pesar. Pero, al hacer eso, podría entenderse que de alguna manera consideraba culpables a las restantes víctimas.

Con la última declaración hemos dado un paso, reconociendo todo el daño causado y mostrando respeto a todos los damnificados. Quienes no quieren avanzar han utilizado la petición de perdón a los fallecidos a consecuencia de errores para despreciar este paso, en una decisión política adoptada para dar un sentido negativo a la declaración. Entendida en su integridad, la declaración ofrece la oportunidad de mirar hacia adelante, pero hay quien está más cómodo en lo de siempre. No decimos que los demás tengan que estar de acuerdo con nuestra declaración, ni mucho menos. Podrían decir que la declaración no les satisface del todo, que no es suficiente, pero podrían reconocer que hay compromiso para avanzar y camino para seguir trabajando. Creemos que muchos han mostrado poca altura.

(…)

Según algunos sectores de izquierda españoles, a consecuencia de ETA el fantasma de la ultraderecha española despertó. ¿Qué tienen que decir?

Cada uno puede engañarse a sí mismo de la forma que quiera, pero eso no es verdad. Hacía mucho que esas tendencias ultraderechistas no estaban tan fuertes como ahora, cuando no hay lucha armada. Siguiendo ese argumento, tendríamos que dejar de pedir derechos legítimos, para evitar ese otro efecto, o volviendo a la pregunta anterior, para esquivar la represión. Esas afirmaciones son inaceptables, malintencionadas y también una pobre excusa para no hacer lo que es realmente justo.

La realidad es la contraria. Si se hubiera encauzado una solución política, esa ultraderecha habría pasado a ser marginal. Ese sector se siente cómodo con el discurso que hizo el rey español el 3 de octubre de 2017 sobre Catalunya; de ahí se legitiman y se nutren los ultraderechistas, los fascistas, los xenófobos…

Tras haber mostrado Madrid y París una postura tan dura, ¿puede en lo sucesivo darse un cambio de paradigma tras la decisión de ETA?

La decisión de ETA no está directamente ligada a eso; no se ha tomado para flexibilizar rápidamente la posición de los estados. Mejor si ocurriera, y sería lógico, pero también puede ocurrir lo contrario: que los estados, especialmente el español, endurezcan determinados comportamientos para obstaculizar precisamente el necesario ciclo liberador que hemos de emprender. En muchas ocasiones la ecuación «tú haz A y tu enemigo tendrá que hacer B» no se cumple. La clave está en crear nuevas condiciones que hagan incomprensible e insostenible la posición del otro y fortalezcan el proceso como pueblo, pues solamente así se podrá cambiar la posición de los estados en el futuro.

¿Cómo afecta el empleo de la violencia? ¿Hasta qué punto endurece a la persona?

De nuevo se puede traer a colación la cita de Argala. Tiene consecuencias, claro. Pero, haber sufrido tanto y haber hecho sufrir tanto no ha transformado a la militancia de ETA en unos cínicos. Si nos hubiéramos convertido en personas despiadadas y crueles, habría redundado en perjuicio para nosotros mismos y para nuestra lucha. Haber vivido esas situaciones extremas endurece a la persona pero, si en tu interior no estás corrompido por el odio, haber vivido todo eso también te convierte en más responsable, incluso a la hora de buscar otras soluciones. Lo hemos visto muy claro en la actitud y el comportamiento de la militancia en el último debate [el que ha llevado a la disolución de ETA].

¿Cómo puede proclamarse que la vida es el valor supremo y poner los derechos humanos en primer plano y, al mismo tiempo, violar los derechos humanos y quitar la vida?

En la sociedad vasca existe acuerdo suficiente a la hora de definir un marco ético. Ese marco debería ser todos los derechos para todas las personas. Y también nosotros hemos dado pasos hacia ese horizonte. Todos y todas merecemos la vida, una vida digna y en libertad. Y es que no existe un solo valor supremo.

El punto de partida para la decisión de abandonar la lucha armada fue político; es decir, una adecuación de la estrategia –analizada la situación y tomado el mejor camino para avanzar–, pero aun siendo eso así, en medio del debate nos ha surgido también el factor ético, y nuestra reflexión nos ha llevado a querer fortalecer el citado marco ético. Es cierto que cuando el conflicto se daba en toda su crudeza eran otros los parámetros dominantes. Es verdad que no abordábamos la cuestión desde ese punto de vista y que prevalecía la necesidad de hacer frente a la opresión, pero incluso en aquella situación se daban valoraciones éticas, por ejemplo rechazando hacer acciones indiscriminadas para evitar la degeneración de la lucha armada.

De cara al futuro, ¿quién marcará las líneas de lucha? En gran medida, eso es lo que ha hecho la organización las últimas décadas…

No nos corresponde a nosotros y nosotras manifestar cómo se tienen que organizar y estructurar las fuerzas que guiarán en adelante el proceso soberanista vasco. Está claro, vistas las nuevas formas de organización de la sociedad, que todas esas funciones no podrán quedar en manos de una sola organización política, y que la dirección del proceso habrá de ser plural, transparente, participativa y abierta.

El nuevo proyecto de creación del Estado Vasco tendrá que mostrar gran flexibilidad política, y harán falta referencias abiertas para implicar a amplios sectores populares y que así el proceso resulte atractivo para quienes tienen todo tipo de aspiraciones y deseos y todo tipo de puntos de vista ideológicos.