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Dos breves segundos para la reflexión en Auschwitz

Ni selfies ni fotos sonriendo. La guía recuerda que este es un lugar consagrado a la memoria del más de un millón de personas que los nazis mataron aquí. Hay que conjurarse con uno mismo para no olvidarlo mientras se visitan los barracones llenos de turistas.


En las cámaras de gas y los hornos crematorios de este campo de exterminio desapareció más de un millón de personas. Es inevitable pensar que estás pisando sus cenizas. Unos pocos sobrevivieron, aunque jamás volvieron a la vida; después de pasar por Auschwitz, era un vestido que les sobraba por todas partes, escribió Charlotte Delbo. No sabían cómo ponérselo. «Hay espectros que hablan», prosiguió la escritora, que, como superviviente, habló. Como Primo Levi, como Elie Wiesel, como Victor Frankl, como unos pocos más. Todos coincidieron en señalar el peligro mayor: «La indiferencia es la personificación del mal», dijo Wiesel; «Los monstruos existen, pero son demasiado pocos como para ser realmente peligrosos, más peligrosos son los hombres comunes, los funcionarios dispuestos a creer y obedecer sin discutir», escribió Levi. Años más tarde, Hannah Arendt viajó a Jerusalén a escuchar a Eichmann y nos habló de la banalidad del mal. Los tiempos que corren nos obligan a volver una y otra vez a estos autores, que no sabemos qué opinarían del Auschwitz actual, convertido en un memorial masificado que cada día visitan miles de personas como quien visita una atracción turística más.

Tras una larga cola, el tour en castellano arranca a las 10.00 con una polaca que viajó de Erasmus a León como guía. Apenas sabrá contestar preguntas concretas. En primer lugar nos advierte de que quedan terminantemente prohibidos los selfies y los retratos con caritas sonrientes –demasiados precedentes–, y a continuación explica las diferencias entre Auschwitz (alemán) y Oswiecim (polaco). Se refieren a la misma localidad –los nazis germanizaron todos los nombres polacos–, pero la guía subraya que Auschwitz es el campo y Oswiecim el pueblo. «Los polacos fuimos unas víctimas más; además, después de los nazis vinieron los soviéticos, pasamos de los lager a los gulag». El apunte no es sobrero, y es comprensible, pero no hace falta repetirlo unas trece veces durante la visita. Las obsesiones nacionales no lucen nada bien en un lugar en el que mataron a personas de decenas de naciones.

Dos toneladas de pelo

Hechas las advertencias, la visita empieza con la entrada a los barracones de ladrillo originales, construidos por el Ejército polaco en la Primera Guerra Mundial. Es muy difícil explicar la dimensión de la maquinaria nazi de exterminio, pero la exposición está bien planteada. ¿Si matar a 10.000 personas es una auténtica barbaridad, qué es matar a más de un millón? ¿Cómo dar cuenta de semejante atrocidad? Quizá sea imposible, pero los miles de zapatos amontonados en los barracones ayudan a atisbar mínimamente la dimensión de aquello. También las dos toneladas de pelo de mujer apiladas tras un cristal. Dos toneladas. Y solo es la cabellera de 40.000 mujeres. “Solo”.

La exposición estremece, que es lo que busca, pero uno tiene que hacer un esfuerzo extra para conmoverse. Pararse un segundo de más significa recibir la reprimenda muda pero elocuente del guía del siguiente grupo; ir al paso de los tuyos significa esperar a que el inútil que tienes delante grabe en vídeo cada una de las vitrinas observadas. No ve lo que tiene delante, lo encapsula en vídeos que difícilmente volverá a ver nadie. Uno no puede arrogarse el derecho a visitar Auschwitz en solitario, pero prohibir la entrada con móviles quizá no sea del todo descabellado.

Uno de los momentos culminantes del despropósito llega en la primera cámara de gas reconstruida, donde entramos en silencio mientras la guía tiene a bien susurrar a través del pinganillo una y otra vez «cámara de gas», como si estuviésemos en una mala película de terror. No hacía falta ninguna dramatización, gracias. El momentazo siguiente llega frente al paredón en el que fusilaban a prisioneros políticos, donde la guía nos ofrece «dos segundos para reflexionar sobre lo que aquí ocurrió». Dos segundos.

Hoy se cumplen 80 años desde que los alemanes iniciaron la Segunda Guerra Mundial invadiendo, precisamente, Polonia. Y también hoy, la extrema derecha llama a las puertas de Brandenburgo. Dos segundos.