La isla repetida
Sobre la importancia de rehacer los pasos en plena vorágine.
La situación es la siguiente. Al final de la jornada, después de haber cumplido con la Sección Oficial y de haber mandado todos los textos prometidos, consigo “escaparme” para empalmar un par de proyecciones en secciones más allá de la influencia de la Concha de Oro. El objetivo es no olvidar que estoy aquí, también, por el simple y puro placer de ver películas. Y nada más. Hay en este paréntesis una clara voluntad de relajación tras una jornada laboral intensiva e intensa, y que como tal, ha venido acompañada de sus correspondientes descargas de estrés.
Total, que me planto en Tabakalera con evidentes síntomas de agotamiento, tanto corporal como, por supuesto, mental. Necesito, para entendernos, que el mundo me conceda un breve respiro; que se cumpla el programa de mano pactado. Necesito olvidarme, ni que sea durante un breve momento, de cualquier sobresalto. Pero esto es la 67ª edición de Zinemaldia, el «Jurassic Park» de los festivales de cine: esa fiesta por todo lo alto en la que si algo puede salir mal, seguramente saldrá mal.
Aunque claro, admito que ahí está parte del encanto de la propuesta. El caso es que he conseguido una invitación de prensa para una sesión doble de Zabaltegi, compuesta por el cortometraje ‘Nimic’, de Yorgos Lanthimos, y ‘L’île aux oiseaux’, de Sergio Da Costa y Maya Kosa. Es justo lo que necesito: la primera pieza la disfruté tanto en Locarno que estoy dispuesto a que me sorprenda una vez más; la segunda, por las referencias y las vibraciones que me han llegado de ella, promete ser ese remanso de paz que tanto me pide el alma.
Y ahí que voy, y ahí que llego... y para empezar, me alegro solo con ver otra sala llena a reventar. De repente, y durante unos segundos, me olvido de las prisas y de las angustias festivaleras, y me auto-engaño pensando que el mundo puede ser un lugar maravilloso. El cine, en parte, ya tiene esto. Pero como decía, esto sigue siendo la 67ª edición de Zinemaldia, la «Disaster Movie» de los festivales de cine. Y lo mantengo: en el fondo, ya va bien así. Porque es cierto lo que dicen: no hay mal que por bien no venga.
Digo esto porque al empezar la proyección de ‘L’île aux oiseaux’ (después de la pertinente presentación de sus dos directores), algo se desvía con respecto al plan acordado. Houston, tenemos otro problema: la pantalla inferior donde tendrían que verse los subtítulos en castellano, los muestra en inglés. Tardamos en darnos cuenta porque en la película tarda unos cuantos minutos en mostrar los primeros diálogos... pero al poco rato, la situación se hace insostenible. Sale un espectador de la sala, y después otro, y otro... Hasta que se para el proyector y se vuelven a encender las luces.
Se extiende el runrún en la sala; se masca la tragedia. Pero no, sale Víctor Iriarte, cabeza visible del equipo de Zabaltegi-Tabakalera, agarra un micro y se dispone a restablecer el orden. Para ello, empieza constatando lo obvio (efectivamente, los subtítulos no funcionan), después nos pide paciencia y después, aclara que una vez se hayan solucionado los problemas técnicos, la película volverá a empezar desde el principio. En este momento, estalla un grito de decepción tan fuerte y tan generalizado, que el programador seguramente reconsidera, durante unas décimas de segundo, esta última decisión.
Pero no, el hombre se recompone y se mantiene firme en su política de reproducción íntegra de sus películas apadrinadas. Aunque ello implique repetir su tramo inicial. Aunque ello signifique ir en contra de la lógica de la vorágine, algo tan quintaesencialmente festivalero. El público se queja, al principio, pero al volver a pasar por esas escenas ya conocidas, (re)descubre el placer de revisitar, con cierto aire familiar, aquello que hasta hace poco aún estaba por descubrir. Primero con ‘Nimic’ (una deliciosa pieza que, de hecho, disfruta sobremanera con el arte de la repetición) y después con esta sesión accidentada (pero muy bien resuelta) del segundo largo de Sergio Da Costa y Maya Kosa.
Pusimos un primer pie en “la isla de los pájaros”, y cuando quisimos darnos cuenta, estábamos volviendo a empezar. Y constatamos que esa segunda ocasión era distinta a la primera. No por los subtítulos, sino porque una película cambia cada vez que posamos nuestra mirada en ella. La secuencia de imágenes y sonidos que propone es siempre la misma, sí, pero entre una reproducción y la otra, nosotros a la fuerza hemos cambiado, y claro, igual le pasa a nuestra percepción. El cine como ser vivo que respira, que reacciona, que muta, que se mueve... pero que también nos invita a parar, a tranquilizarnos, a respirar. Lo necesitaba.