Culinary Zinema, al calor de la parrilla argentina
Dentro de las múltiples secciones del Zinemaldia, uno de los nichos que brilla con una luz lejos de los focos pero propia, ayudada por el entorno gastronómico del país, es Culinary Zinema, una sección creada en colaboración con la Berlinale y organizada conjuntamente con el Basque Culinary Center con la simple idea de unir el cine y la gastronomía, entendida esta de la manera amplia en la que la entendemos hoy en día y que engloba aspectos tan variados como la educación, ciencia o desarrollo.
Por sus nueve ediciones han pasado ya decenas de películas con propuestas gastronómicas y estéticas variadas; lejanas muchas y otras firmemente enraizadas en Euskal Herria y, con ellas, otros tantos chefs de prestigio internacional con una notable preeminencia de sukaldaris y profesionales vascos. Esta dialéctica está permitiendo que florezcan de manera espontánea conversaciones naturales entre cocineros, gastronomías y propuestas cinematográficas. Por mencionar algunas significativas y cercanas, el chef peruano Gastón Acurio, uno de los más prestigiosos, influyentes y renovadores del panorama mundial, estuvo cocinando en Donostia en 2014 cuando vino a arropar la película presentada en Culinary Zinema ‘Buscando a Gastón’ y el sábado lo vimos en la película que inauguró la sección ‘La leyenda de Don Julio: Corazón & Hueso’, matizando y enriqueciendo su discurso, siendo, por ejemplo, el único de los participantes del film que habló claramente de gastronomía latinoamericana al referirse a las cocinas y chefs retratadas en el film.
Parrilla Don Julio, primer invitado del año
Otro de los diálogos o encuentros más evidentes que ha creado esta sección es el conocimiento y la interrelación de actores del medio, la que ha posibilitado, por ejemplo, familiaridades tan evidentes como que Alfred Oliveri, el director de la película que abría la sección este año, repitiera presencia en Donostia tras el estreno el año pasado de ‘Tegui: un asunto de familia’. La película argentina ‘La leyenda de Don Julio: Corazón & Hueso’ que abrió Culinary Zinema, trata de contarnos la historia de Don Julio, el reputado restaurante porteño que ocupa el puesto 34 de la lista de los 50 mejores restaurantes del mundo (The World’s 50 Best) y el sexto puesto de los 50 mejores restaurantes de Latinoamérica, abierto en 1999 por la familia Rivera. Esta estirpe de criadores, productores y cocineros de carne nos permite adentrarnos en el asado, un fenómeno cultural argentino que es, a su vez, comida y ritual y, como siempre ocurre en mayor o menor medida con este tipo de fenómenos –en enfermiza medida para vascos y argentinos, en mi opinión–, motivo de orgullo nacional.
Humildemente, creo que al intentar que el resultado fuera puramente cine, se alejaba demasiado de la parte, llamemos, periodística de la narración y dejaba al espectador perdido en ocasiones, sin elementos para entender por qué o para qué se nos presentaban hermosamente protagonistas, escenas o procesos. En el contexto del boom de la producción audiovisual sobre gastronomía de los últimos años, en el que no solo han proliferado las producciones en número, sino que han aparecido formatos, enfoques y temas nuevos, multiplicándose en un sentido tan amplio que no se vislumbra su fin, el espectador exige a cualquier película gastronómica un nivel cinematográfico y discursivo que nos hubiera sorprendido décadas atrás.
En ese contexto, la de Oliveri es una película cercana, amable y agradable en la que se echaba de menos más y mejor contexto para el elenco de chefs al que vemos pasar por la parrilla del restaurante bonaerense, entre ellos, el francés Michel Bras, el mencionado Gastón Acurio o el cocinero del restaurante getariarra Elkano Aitor Arregui. Desde una perspectiva vasca era interesante e inspirador ver al cocinero Pablo Rivero y a parte del equipo del Don Julio zambullirse en el asador de Getaria y, en fraterna e ígnea correspondencia, ver al equipo del Elkano visitar, cocinar, aprender, compartir y vivir la propuesta gastronómica, experiencia y filosofía del restaurante fundado por la familia Rivero en el vivo y hermoso barrio de Palermo.
Una magnífica cena inaugural
En ese sentido, sin ánimo de tratar de comparar estúpidamente dos cosas relacionadas pero totalmente distintas –como dijo el escritor escocés Robert Louis Stevenson acerca del estúpido binarismo que atraviesa nuestra sociedad, «que un hombre haya escrito un libro de viajes sobre Montenegro, no quiere decir que nunca haya estado en Richmond»–, para mí lo más interesante de la propuesta fue la cena que siguió al estreno en el Basque Culinary Center a cargo de Pablo Rivero, fundador y responsable del restaurante Don Julio. La cena fue ofrecida en el atrio del BCC buscando recrear y desplegar la fuerza de la tradición del asado argentino, cosa que fue de sobra lograda. Comprender, interrogar y, por supuesto, degustar con los realizadores y protagonistas de este fenómeno entrañas a la parrilla, mollejas de corazón, zapallos al rescoldo, pinchos de chimichurri o corderos de Tolosa a la cruz, es una experiencia enriquecedora y única a fomentar y proteger.
En un momento en que, de vez en cuando pero cada vez más a menudo, se escucha cualquier avinagrada opinión vertida por cualquier mequetrefe, opinólogo u opinólogo mequetrefe contra la dimensión que está adquiriendo no tanto la gastronomía, sino su continuado y popular éxito, resulta difícil encontrar verdaderos argumentos en contra de iniciativas como Culinary Zinema. Por lo general, se juzgan sumarísimamente propuestas positivas, que ofrecen nuevas oportunidades para la divulgación en áreas claves para el bienestar humano como la nutrición, el animalismo o la salud y su éxito demuestra más que de sobra su interés y su valía. En este sentido, la cocina reproduce las mismas pautas tóxicas que proliferan con la cultura de las redes sociales: gran parte de las críticas, quejas o lamentos tienen más que ver con el nulo atractivo y éxito de las propuestas artísticas de los mequetrefes en cuestión y suelen estar fundadas en la cerrazón, la rigidez, el dogmatismo, el clasismo o la inmadurez, es decir, en todos los poderosos inhibidores de cualquier avance cultural y social.