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‘Los tiburones’, una mirada cinematográfica a la maldad en la adolescencia

La uruguaya Lucía Garibaldi se ha adentrado en ese complejo momento de la adolescencia en ‘Los tiburones’, una película en la que retrata la «incomodidad horrible» de esa época y la maldad que puede surgir de la inconsciencia.

Fotograma de ‘Los Tiburones’, película que firma Lucía Garibaldi.

«El tema de la maldad y las contradicciones me gusta mucho», ha asegurado Garibaldi a Efe al hablar de su ópera prima, con la que compite en la sección Horizontes Latinos. Con esa idea y con el personaje de Rosina como eje, Garibaldi escribió y reescribió hasta que llegó al guion de ‘Los tiburones’, que sufrió su última adaptación cuando dio con Romina Betancourt para ser la protagonista de la historia.

Fue «un golpe de suerte», reconoce la realizadora, que buscaba una actriz no profesional y se puso en contacto con profesores de interpretación en colegios para encontrar a la Rosina ideal. El primer vídeo fue el de Rosina y, aunque vio unos 50, volvió a Betancourt porque le encajó inmediatamente para el papel.

«Me di cuenta de que la incomodidad de ella frente a la cámara y frente al equipo me iba a servir», recuerda Garibaldi, que se convenció de que era la buena elección por su tono de voz, sus movimientos y por la conexión personal que tuvo con ella.

Rosina es una adolescente de 14 años que vive en un pueblo costero uruguayo, cuya tranquilidad se rompe por la supuesta presencia de tiburones cerca de la orilla. Mientras, ella se siente atraída por Joselo, un pescador mayor que ella, que no le hace mucho caso. En su obsesión por el joven, se va transformando en una especie de tiburón que hace lo que sea para capturar a su presa. «Quería explorar la maldad, el instinto, lo que le tienta hacer pero no hace» y lo que llega a hacer «en ese momento inconsciente» que es la adolescencia, explica Garibaldi en una terraza de Donostia, una ciudad especial para ella.

Una mirada fresca

El año pasado se llevó el premio de Cine en Construcción que el festival otorga a un proyecto aún no acabado, «por su mirada fresca a la adolescencia y las relaciones familiares». Ese premio le permitió acabar un filme que ha sido toda una sorpresa y que comenzó su exitosa carrera en el Festival de Sundance (EE.UU.), donde consiguió el premio a mejor dirección internacional. Y tras pasar por otros festivales como el BAFICI de Buenos Aires, el de Guadalara (México), Karlovy Vary (República Checa), Cracovia, Seattle (EE.UU.), Toulouse (Estado francés) o Pekín, ahora cierra un ciclo de nuevo en Zinemaldia.

«Ha sido todo muy inesperado. Aún no sé ni lo que significa una catarata de festivales, aún es muy pronto para valorar, pero sin duda es un voto de confianza», señala sonriente y nerviosa la directora. También muestra su sorpresa por lo diferente que es la reacción en cada país que se ha proyectado, pero en todos los casos ha conectado con el público y cree que es por que la historia «tiene algo que te toca el corazón».

Rodada en el pueblo de sus vacaciones de infancia, Garibaldi sabe captar la atmósfera de un lugar tranquilo y pequeño, de las relaciones personales entre sus habitantes y de esa luz que deslumbra a la vez que aplana y difumina los márgenes de las cosas. Sobre sus futuros proyectos, no tiene una idea clara. «No tengo todavía como una tesis autoral, cambio de temas continuamente», asegura antes de agregar que lo que le interesa es plantear preguntas pero no dar respuestas.