INFO

El hombre que ríe

[Crítica: ‘Joker’]

Koldo Landaluze
Koldo Landaluze

Todd Phillips se ha alejado de los códigos del cine de superhéroes para adoptar un estilo cinéfilo enraizado en ‘Taxi Driver’ de Scorsese.

Escenificado en un Gotham City que no es más que una suma de grandes urbes aquejadas por las mismas enfermedades que las carcomen lenta y dolorosamente, ‘Joker'’ se erige como un grotesco y temible espectáculo circense cuya pista central está acaparada por un descomunal Joaquin Phoenix que, con o sin pinturas de guerra, resulta tan patético como temible.

Todo en el filme parece desarrollarse en el interior de una habitación oscura y sucia, reflejo de la propia sociedad que agoniza en el exterior y que está gobernada por una élite social cuya cabeza visible es Thomas Wayne, el millonario que es capaz de reunirse en una sala de cine junto a los suyos y reirse a carcajadas con aquella película que fue tan crítica con el propio sistema capitalista que ellos representan, ‘Tiempos modernos’ de Chaplin.

Esta antológica secuencia, igual de escalofriante que la apariencia de Phoenix, se incluye entre los grandes hallazgos de un filme que también se emparenta con la magistral ‘V de Vendetta’ a la hora de presentarnos a una sociedad que requiere de máscaras para dar sentido a su explosión interna y señalar con su furia desatada a quienes han transformado Gotham en una ciudad sin vida, miserable y cuyos recortes presupuestarios siempre perjudican a los más desfavorecidos.

En la sonrisa constante de Joker, reflejo de una enfermedad que le obliga a reirse en cualquier momento y por muy inoportuno que resulte, topamos con las reminiscencias del clásico de Victor Hugo ‘El hombre que ríe’ a la hora de concretar el adiós del gris y desorientado Arthur Fleck y dar la bienvenida en mitad del caos y en un plató de televisión, a Joker.

Para leer este artículo

regístrate gratis o suscríbete

¿Ya estás registrado o suscrito? Iniciar sesión