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Pacificación sin trascendencia

Sobre las sensaciones que nos deja un palmarés peligrosamente acertado.

Victor Esquirol
Victor Esquirol

Un festival de cine no solamente se define por las películas que en él se muestran. Es también el conjunto de salas donde se celebran las sesiones, y el mimo que se pone en cada proyección, y la devoción que muestra el público, y la composición de su jurado... y por supuesto, los premios que conforman el palmarés. A razón de de todo esto, no está de más recordar (y subrayar, ya que estamos) que quien presidía en la toma de decisiones que desembocarían en los premios era el director irlandés Neil Jordan.

Su carrera conoció el momento de máximo esplendor a principios y mediados de los años noventa, con títulos tan populares (incluso fundamentales) como ‘Juego de lágrimas’ o ‘Entrevista con el vampiro’. De esto, por cierto, hará ya casi treinta años. Lo digo por lo que comentaba antes, por ese carácter orgánico de todo certamen. Porque las partes que lo componen se tocan las unas con las otras, y claro, acaban contagiándose. Una decisión llevó a otra, y a otra... hasta llegar a una conclusión que, ya se ve, tuvo todo el sentido del mundo.

Lo digo, evidentemente, por esa Concha de Oro, y por ese Premio a la Mejor Fotografía, y por ese Premio al Mejor Actor. Los tres reconocimientos fueron para la misma película: para ‘Pacificado’, de Paxton Winters, correcta pero intrascendente visita al universo de las favelas brasileñas. Una vez más: correcta pero intrascendente. Como lo son las películas que Neil Jordan viene firmando durante las últimas décadas... o directamente como fue, en conjunto, la Sección Oficial a Competición de la 67ª edición de Zinemaldia.

De las diecisiete (menos una) películas a concurso, más de diez acabaron relegadas en el pozo de esa corrección que, en pocos días, marcaría el tono general del Festival. Pasearse por la Oficial era enfrentarse a propuestas que no estaban mal del todo... aunque esto tampoco implicaba que estuvieran realmente bien. Y así iban sucediéndose las sesiones, y así íbamos quemando cartas. Con todo, llegamos a un punto terrible. Esto es, la sospecha de que se estaban proyectando películas no porque estas realmente merecieran la pena, sino porque la tradición nos obligaba a hacerlo.

Del mismo modo, llegamos a la ceremonia de clausura pensando que, a lo mejor, se iba a entregar la Concha de Oro porque así lo mandaban los estatutos, y por poco más. Y efectivamente, ahí quedó ‘Pacificado’ para dar la razón a esta visión apocalíptica. Y ahí quedaría... si no fuera porque, seguro, la vamos a olvidar en pocas semanas. O sea, que Zinemaldia concluyó con el broche que se merecía.

Por el camino se quedaron tres películas que sí parecían hechas para llegar a los más alto. A la mexicana ‘Mano de obra’, de David Zonana, no le dieron ni las gracias; ‘La hija de un ladrón’, de Belén Funes, tuvo que compartir la gloria en forma de ex aequo para su brillante actriz protagonista, Greta Fernández (Premio a la Mejor Interpretación Femenina junto a otra estrella, Nina Hoss, estupenda en ‘The Audition’, de Ina Weisse). Mientras, y por suerte, ‘La trinchera infinita’ iba pescando ahí y allá.

Al reconocimiento cantado a la Mejor Película Vasca sumó el galardón al Mejor Guion (para Luiso Berdejo y Jose Mari Goenaga) y a la Mejor Dirección (compartido este por Jon Garaño, Aitor Arregi y, de nuevo, Jose Mari Goenaga). Al menos quedó esto, pero claro, cuando nos dimos cuenta de que estábamos empezando casi todas las frases con «al menos», ya fue demasiado tarde. El Premio Especial del Jurado (o sea, la consideración de la segunda mejor película vista en Zinemaldia) para fue para ‘Proxima’, de Alice Winocour, una nadería justificada con la conveniencia e interés de su temática central.

Y por supuesto, la Concha de Oro cayó por su propio peso. Fue para ‘Pacificado’, un drama social con tintes sociales; una producción de Darren Aronofsky que rindió muy por debajo del talento de este. Una película correcta, como decía, pero a todas luces incapaz de aportar algo mínimamente relevante (ya no digamos memorable) a un escenario que, a través de su prisma, se acercó peligrosamente a la categoría de cliché. Este fue el nivel. No solo de la cinta sino, de prácticamente toda la Sección Oficial. No estuvo mal... pero tampoco llegó a estar bien. Y Neil Jordan aplaudía. Todo en su sitio.

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