Un tsunami de indignación contra contra el fallo del Supremo colapsa Catalunya
Miles de personas paralizan el aeropuerto de Barcelona y varias vías de comunicación en protesta por la sentencia del Procés. El espíritu unitario del 3 de octubre da inicio a un ciclo de movilizaciones con las que se busca denunciar la represión y «hacer ingobernable al Estado».
Aunque era esperada, la sentencia del Supremo ha desatado la repulsa unánime de todo el soberanismo y una parte importantísima del tejido social y cívico de Catalunya.
Algunas voces ya advertían hace semanas de que el traslado de 1.500 efectivos de la Policía Nacional y la Guardia Civil indicaba que el Estado conocía perfectamente el alcance penal de la causa y la respuesta que esta podría suscitar. Ciertamente, la reacción popular al dictamen tendrá un efecto político de consecuencias imprevisibles, pues la conmoción ha llegado para quedarse.
El cronograma de la protesta se activó desde el mismo momento en que, a las 9.30, se dieron a conocer las condenas a los miembros del antiguo Gobierno catalán y los líderes de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural encausados en el macrojuicio.
En pocos minutos, decenas de entidades, instituciones, partidos y dirigentes políticos de las diferentes formaciones inundaron las redes de mensajes que mostraban la perplejidad ante una sentencia que, como analizaban los abogados de la defensa, «dilapida los derechos y libertades básicas al elevar una protesta pacífica al delito de alzamiento».
Mientras los informativos daban cuenta de las penas, las principales arterias de Barcelona y otras ciudades empezaron a llenarse de grupos de gente que, siguiendo la llamada de la campaña Tsunami Democràtic, dibujaron una movilización que se antoja larga y tan cambiante como los convocantes planteen.
En la capital catalana, desde la avenida Diagonal, pasando por la plaza de Sant Jaume o el paseo de Gràcia, los accesos quedaron taponados en un ambiente silencioso dónde, más allá de las proclamas de apoyo a los presos y el canto de “Els Segadors”, los rostros transmitían una curiosa mezcla de estupefacción y rabia contenida.
Solo la aparición de grupos de estudiantes y las columnas que los CDR formaron en los barrios, dieron un empuje a estas concentraciones, pues los móviles se ocuparon todo el día de mantener la gente pendiente de las consignas que Tsunami iba dando en cada momento.
Así fue como transcurrieron las primeras horas de la mañana, durante las cuales la acumulación de manifestaciones y los cortes de carreteras y autovías fue creciendo hasta la tarde. Según la Dirección General de Tráfico, una docena de vías comarcales se vieron afectadas y hubo interrupciones en la N-2 a la altura de Mataró, en la N-240 en Valls y en la AP-7 a su paso por las comarcas centrales.
Alzando el vuelo de la protesta
Entre las acciones apareció la ocupación del aeropuerto del Prat, una de las principales «infraestructuras críticas» que, según el mismo Ejecutivo español, tenía que ser blindada por tierra, mar y aire.
Desde Tsunami Democràtic se llamó a la ciudadanía a trasladar la protesta no violenta a esta instalación, rebautizada hace poco por el Gobierno del PSOE como Aeropuerto Josep Tarradellas, adoptando el nombre del expresidente pactista de la Generalitat y que, desde la víspera, ya estaba ocupada por los diferentes cuerpos policiales.
Pese al gran despliegue de efectivos, una multitud se acercó a media tarde hasta la nueva Terminal 1, ya fuera mediante coches particulares, con la línea 9 del metro o en tren, hasta que Renfe decidió cerrar la circulación, momento en que miles de manifestantes se pusieron a recorrer el camino a pie.
La concentración consiguió que todas las salidas de las instalaciones quedaran colapsadas, y también se llenó el vestíbulo de donde salen los autobuses y el área que conecta con la zona de embarque, en la cual los Mossos cargaron varias veces.
La intervención policial se trasladó después a otros puntos del aeropuerto, en los cuales la Policia española lanzó proyectiles de foam para dispersar a una multitud que, con su presencia, logró la cancelación 108 vuelos y el retraso de varias decenas más. Otro de los efectos colaterales de la protesta fue la caída de la cotización de Aena, gestora de la instalación.
Tsunamí Democràtic, que dinamiza las acciones a través de las redes, culminó la jornada convocando un paro de vehículos en los accesos al Aeropuerto de Barajas, al que, dijeron, se sumaron cerca de 1.200 coches. Una demostración de fuerza con la que se quiso recordar que «la sentencia tiene que interpelar a toda la ciudadanía, puesto que el recorte de derechos empobrece y afecta la calidad democrática en todo el Estado».
Tiempo para la desobediencia
La jornada de ayer, primera de un ciclo de movilizaciones, incluyó actos de todo tipo, algunos en lugares de concurrencia habitual, sean en las ramblas o en paseos de centenares de pequeñas localidades, y otros de carácter más simbólico. Una de ellas fue la que Òmnium realizó al mediodía a las puertas del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya, donde el president Quim Torra tendrá que declarar por desobediencia.
También en València y Mallorca hubo concentraciones, que se extendieron a varias ciudades europeas como Bruselas y Ginebra, donde residen algunos de los políticos exiliados.
Las más concurridas, sin duda, se vivieron a última hora de la tarde ante los ayuntamientos, dónde la lluvia no impidió que miles de personas se agruparan para denunciar la «aberración democrática» que, para la ANC y Òmnium Cultural, implican las condenas a los dirigentes soberanistas. Un hecho que, según estas entidades, supone el acontecimiento más grave después de la sentencia a muerte del expresidente de la Generalitat Lluís Companys, de la cual justo ayer se cumplían 79 años.
En este contexto de excepción, Jordi Cuixart publicó una carta en la que emplazó a gestionar la respuesta con «dignidad, serenidad y lucha no violenta». Una tríada de principios que también definen a Tsunami Democràtic, cuya irrupción ha supuesto un revulsivo para el independentismo catalán con el fin de afrontar la represión y activar nuevos espacios de incidencia social.