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Putin personifica por siempre la ‘Revolución Conservadora’ rusa

La Duma (cámara baja) rusa y el Consejo de la Federación rusa (Senado) han aprobado este miércoles la reforma constitucional presentada en enero por el presidente ruso, Vladimir Putin, incluidas las enmiendas presentadas a última hora y que le permitirán eternizarse en un cargo aún más reforzado y personificar para siempre la ‘Revolución Conservadora’ de la Rusia del siglo XXI.

Dabid Lazkanoiturburu (Gorka RUBIO/ARGAZKI PRESS)

La Duma (cámara baja) rusa y el Consejo de la Federación rusa (Senado) aprueban hoy martes la reforma constitucional presentada en enero por el presidente ruso, Vladimir Putin, incluidas las enmiendas presentadas a última hora y que le permitirán eternizarse en un cargo aún más reforzado.

La adopción ayer en segunda lectura por la Cámara baja por 382 votos a favor y 44 abstenciones (ningún voto en contra) garantiza la aprobación automática por el legislativo ruso de la reforma constitucional y la remisión del proyecto a su sanción por un «voto popular» el próximo 22 de abril.

El 15 de enero, el inquilino del Kremlin presentó un borrador de reforma constitucional que consagraba la deriva conservadora de Rusia y reforzaba la autoridad del presidente, matizada por un guiño al Parlamento y, sobre todo, por la creación del Consejo de Estado, una institución ya existente en regímenes presidencialistas como el francés, y que se veía como un órgano más que consultivo encargado de definir las directrices estratégicas, más allá de coyunturas, del Estado ruso.

La negativa del presidente a deshojar la margarita sobre su futuro (en 2024 termina oficialmente su último mandato) hizo que no pocos kremlinólogos se adelantaran a predecir que Putin se reservaría la presidencia de dicho Consejo para seguir guiando los destinos del gigante euroasiático.

Hasta que, ayer, poco antes de la votación en segunda lectura de la reforma, la primera mujer cosmonauta de la historia y diputada oficialista Valentina Tereshkova tomó la palabra y propuso que Putin pueda volver a optar a la presidencia, sea eliminando la actual limitación a dos mandatos presidenciales sucesivos o haciendo una excepción con el inquilino del Kremlin.

No sería la primera vez, si tenemos en cuenta que, hasta 2024, el hombre fuerte de Rusia habrá completado cuatro mandatos en sendas series de dos mandatos consecutivos, gracias al interregno de 2008-2012, cuando cedió la presidencia a Dimitri Medvedev y siguió controlando el poder como primer ministro.

El oportuno guante-alegato a favor de una «autoridad moral en tiempos de incertidumbre» por parte de la heroína soviética fue recogido al vuelo por Putin, quien se apresuró a descartar por «'inconveniente» la opción de ampliar el máximo de dos mandatos presidenciales consecutivos para sus sucesores pero se mostró abierto –siempre que lo avale el Tribunal Constitucional, algo que se da por descontado– a la posibilidad de reiniciar desde cero la cuenta desde la puesta en marcha de la reforma constitucional.

Ello le permitiría permanecer en el poder desde 2024 hasta 2036 (por lo menos, aunque entonces ya tendría 83 años) en otros dos mandatos consecutivos suplementarios. Habida cuenta de que llegó al Kremlin en el año 2000, con ello superaría incluso al autócrata soviético Josif Stalin.

Putin no tuvo reparos ayer en descartar la opción de reforzar el Consejo de Estado y su presidencia porque «crearía una bicefalia peligrosa que provocaría la división en la sociedad».

Y, pese a asegurar que el cambio en el liderazgo «resulta necesario para la dinámica de desarrollo del país», justificó la excepción en su caso apelando a las circunstancias (que diría el pensador español Ortega y Gasset), entre las que incluyó cuestiones coyunturales como el coronavirus y el desplome de los precios del petróleo, internacionales como «la política agresiva» de Occidente, e históricas como la «falta de preparación del país para la alternancia política» y «el exceso de revoluciones que ha vivido Rusia».

«Un poder presidencial fuerte es vital para Rusia –insistió Putin–, un presidente garante de la estabilidad interna y del desarrollo por evolución. Ya tuvimos suficientes revoluciones, Rusia ha cumplido con creces su cuota revolucionaria», concluyó.

Cuota que Putin ha decidido compensar con la inserción con rango constitucional de principios como el de la «fe en Dios» como legado histórico de Rusia, del matrimonio como la «unión entre el hombre y la mujer» y de otras disposiciones como la que apela –emulando en cierta manera al sionista Benjamin Netanyahu– a los rusos como «pueblo vertebrador del Estado». Esto último ha provocado protestas en repúblicas con comunidades no rusas como la de los tártaros.

Estas protestas se circunscriben a entidades religiosas como la máxima autoridad religiosa de Tatarstán. Y es que la vertical del poder en Rusia es una máquina perfecta que ha laminado toda oposición política.

Y es que, mientras que casi todo el escaso arco parlamentario aplaudía con las orejas los planes de Putin, solo los comunistas opusieron al guion presidencial su tímida abstención.

Putin tiene tal control sobre la situación que escenifica, cual sátrapa oriental, una suerte de resignada aquiescencia a las peticiones de sus súbditos, personificadas ayer en el ruego de la astronauta de la época soviética.

Pero es que tampoco eso fue una sorpresa. Al adelantar su reforma constitucional, el presidente ruso encargó su estudio a un grupo de trabajo formado por personalidades de la sociedad, la ciencia, la cultura, el deporte y, en último término, la política y el mundo judicial, para que aportara sus enmiendas.

Un total de 24 páginas suplementarias con enmiendas –además de la que le permite eternizarse en el poder– elaboradas por esa representación de la «sociedad civil» y que Putin ha hecho suyas. Y que, casualmente, no hacen sino reforzar su posición, no solo personal sino en calidad de presidente, mientras parece que el jefe de Estado no ha tenido nada que ver en su concepción y redacción.

Las enmiendas, aprobadas por aclamación, refuerzan su papel en la elección del Gobierno. Así, podrá disolver el Parlamento si este rechaza por tres veces la nominación de un ministro o hasta de un viceministro. Asimismo, el presidente podrá nombrar a la mayoría de los jueces, al fiscal general y a sus adjuntos, tarea reservada hasta ahora para el Senado.

Además, y pese a que la reforma impondrá que sea el Parlamento, y no el presidente, quien elija al primer ministro, aquel podrá destituir a este una vez nombrado cuando quiera.

En un guiño a una población que mayoritariamente desconoce y desconfía de este tipo de reformas, la propuesta incluye el principio de un salario mínimo que no podrá ser inferior al mínimo vital fijado trimestralmente por las autoridades y garantiza la vinculación de las pensiones al IPC «al menos una vez al año». Pretende con ello conjurar el malestar por los recientes recortes en materia de garantías sociales y a la vez intentar asegurarse un nivel de participación aceptable en la consulta de abril.

Finalmente, la reforma constitucional incluye aspectos como la priorización de la natalidad –Rusia sufre una grave crisis demográfica–, la prohibición de retrocesión de partes del territorio ruso –con la vista puesta en Crimea y en las islas Kuriles– y establece que la Constitución, que reforma la promulgada en 1993, se reafirma en que «Rusia honra la memoria de los defensores de la patria» y «velará por la protección de la verdad histórica».

Toda una reivindicación de la glorificación de la victoria de la URSS contra el nazismo, pilar del patriotismo ruso de Putin. En definitiva, una revolución conservadora que Putin personificará ad eternum. Esté donde esté.