INFO

El mariscal libio Haftar da un patada adelante y luego recula

El golpe militar del mariscal Haftar, quien ha anunciado que asume el control político de la los territorios bajo control de sus milicias en Libia, es una patada adelante con la que trata de frustrar un intento de diálogo del Parlamento de Tobruk con el Gobierno de Trípoli tras el duro revés en su asedio a la capital. La iniciativa podría hacerle perder el apoyo, vital, de Rusia, y la comprensión de EEUU. De ahí que haya anunciado una tardía tregua con motivo del Ramadan.

Dabid Lazkanoiturburu (Gorka RUBIO/ARGAZKI PRESS)

El mariscal Jalifa Haftar, que encabeza a las fuerzas hasta ahora leales a las autoridades asentadas en el este del país, ha anunciado esta semana que su «Ejército Nacional Libio» se hace formalmente con el poder en esta zona del país, dejando de lado a las autoridades civiles, encarnadas en la Cámara de Representantes.

El militar anunció por televisión y con pompa que el «Mando General de las Fuerzas Armadas asume esta misión histórica bajo las actuales circunstancias excepcionales por encargo del pueblo libio», pero no detalla la nueva estructura de poder ni el futuro de la Cámara de Representantes, que hasta ahora gobernaba ‘de iure’ en la Cirenaica (este), postulándose como un Ejecutivo alternativo desde Tobruk al Gobierno de Unidad Nacional (GNA), con sede en la capital, Trípoli.

El anuncio llega después de que el hombre fuerte de Tobruk y presidente de la Cámara de Representantes, Agila Saleh, se reuniera con la enviada especial de la ONU para Libia, Stephanie Williams, y le presentara un plan de solución negociada a la crisis política y a la guerra que asola al país norteafricano.

Según la filtración de la ONU, la iniciativa consiste en crear un nuevo Consejo Presidencial paritario. Así, cada una de las tres regiones de Libia (Tripolitania, Cirenaica y Fezzan) elegiría a su representante en este nuevo organismo, que contaría con un presidente y dos vicepresidentes y que estaría encargado de nombrar a un primer ministro que encabezara un Gobierno respaldado por la Cámara de Representantes.

Tras ello, se formaría un comité de expertos para redactar una nueva Constitución, mientras que el nuevo Consejo Presidencial asumiría el cargo de comandancia de unas Fuerzas Armadas unificadas, lo que podría acabar para siempre con las pretensiones de Haftar de convertirse en un émulo, en realidad una mala copia, del que fuera su líder, el desaparecido (derrocado y linchado) Muamar Gadafi.

La iniciativa de Saleh coincide asimismo con el último revés militar sufrido por Haftar en su asedio-ofensiva sobre Trípoli.

Sus tropas perdieron el control de varias localidades situadas al oeste de la capital y a medio camino entre Sirte y Misrata, bastión de las milicias antigadafistas que apoyan a Trípoli, en una ofensiva relámpago de las fuerzas leales al primer ministro del Gobierno de unidad, Fayez Serraj.

La ofensiva, con el creciente apoyo militar-tecnológico de Turquía, contó asimismo con la deserción y cambio de bando –algo habitual en el escenario bélico libio– de las milicias salafistas que controlaban las localidades de Sabrata y Sorman, las mismas que en su día se alinearon –previo pago– con Haftar.

Este revés militar ha evidenciado las limitaciones de Haftar, quien en diciembre anunció la «batalla final» contra Trípoli y en enero tomó el control de Sirte, ciudad natal de Gadafi.

Y parece haber propiciado la determinación de Tobruk de negociar una salida. Y quién mejor para ello que el presidente de la Cámara de Representantes, que nunca ha roto contacto con el GNA y viaja periódicamente a Trípoli.

La patada adelante de Haftar puede, sin embargo, salirle cara.

Rusia, por boca de su ministro de Exteriores, ha criticado el anuncio de Haftar y ha mostrado su apoyo a la iniciativa de Saleh. Serguei Lavrov trató de compensar criticando a su vez al primer ministro del GNA, Fayez al Serraj, y su reciente anuncio de que no volverá a sentarse a negociar.

Pero todo apunta a que Moscú estaría perdiendo la paciencia con un mariscal que hace meses dejó plantado al mismísimo Vladimir Putin y se negó a negociar con Serraj. El presidente ruso no olvida ese tipo de afrentas.

Ahora las tornas, militares, han cambiado, y Rusia podría estar reposicionándose en el tablero libio.

La ayuda militar rusa, directa e indirecta a través de los mercenarios de la Wagner, es vital para Haftar. Como vital es el apoyo político de los EEUU de Donald Trump, o cuando menos su aquiescencia. Y Washington tampoco ha ocultado su malestar por la salida de tono del mariscal, a quien dio cobijo y financió, desde la CIA, tras caer en desgracia de Gadafi tras su desastrosa campaña militar en Chad en los ochenta.

Eso explica que Haftar haya anunciado apresuradamente una tregua con motivo del mes de Ramadan, que comenzó en Libia hace una semana, el 25 de abril.

No es fácil augurar, en el complejo panorama político, militar y tribal libio, si estamos ante el final de la carrera de Haftar. Por de pronto, y ahora que las fuerzas del GNA llevan la iniciativa militar, bien haría su rival, Serraj, en bajarse los humos. No sea que, al final, y por arte de ese juego de espejismos que siempre ha caracterizado a la política en Libia, agudizado ahora por la injerencia de potencias regionales y mundiales, acabe siguiendo la estela del mariscal hacia el abismo.