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La vacuna es la única vía hacia una normalidad sin adjetivos

No se sabe cuándo llegará. De hecho, no hay certeza de que vaya a llegar. Pero hoy por hoy la única esperanza de recuperar la vida anterior al covid-19 es lograr una vacuna, y en esa tarea están implicados laboratorios de todo el mundo.

Carrera por lograr la vacuna.

En estos días en los que miramos de reojo los datos de nuevos infectados, hospitalizados y fallecidos e intentamos desentrañar qué vamos a poder hacer en las próximas semanas según los cronogramas diseñados a cientos de kilómetros al sur y al norte de nuestro país, la pregunta que nos hacemos casi sin excepción es: ¿cuándo vamos a volver a la normalidad? No a esa “nueva normalidad” que se nos anuncia y que nos mosquea, sino a la que implica que podamos tomarnos un café con nuestras compañeras de trabajo o ir a un concierto con la cuadrilla sin mamparas ni distancias profilácticas. Porque aun asumiendo que habrá que darle un revolcón a este sistema que nos ha conducido al borde del precipicio, añoramos esa rutina que asentaba nuestras vidas.

Lo que ocurre es que los PCR, test rápidos, encuestas de seroprevalencia, aplicaciones de trazabilidad y mascarillas –de todos los colores y diseños– solo nos van a ayudar a hacer más llevadero el tránsito. Y hoy por hoy esperar un medicamento capaz de curar esta enfermedad es un ejercicio lógico pero baldío. «Desafortunadamente, según lo que he visto, es probable que los investigadores encuentren un buen tratamiento, pero no uno que prácticamente garantice la sanación», advertía recientemente Bill Gates, que además de ser multimillonario, o quizá justo por eso, es una de las personas que mejor información maneja en todo el planeta. No, no será una cura la que nos permitirá dar carpetazo a esta angustia, sino una vacuna.

Diferentes rutas, un mismo destino

La búsqueda de una vacuna contra el SARS-CoV-2 está centrando una parte importante de los esfuerzos de investigación en todo el mundo, en una carrera en la que están participando hasta noventa equipos científicos de empresas –representan cerca del 70%; a nadie se le escapa el rédito que puede tener el éxito–, centros públicos y universidades.

Los investigadores están probando diferentes tecnologías porque, si bien el destino es el mismo, el camino puede ser diferente.

En este caso, como recuerda la revista “Nature” en un reportaje publicado la semana pasada, todas las vacunas tienen como objetivo exponer el cuerpo a un antígeno que no causará enfermedad pero que provocará una respuesta inmune. A partir de ahí, hay quien utiliza el propio virus, vectores virales, ácido nucleico (ADN o ARN) o proteínas.

En concreto, al menos siete equipos están utilizando el virus causante de la Covid-19, aunque debilitado o desactivado. Muchas vacunas existentes se han fabricado de esta manera, como las del sarampión y la poliomielitis, pero como es lógico requieren pruebas de seguridad exhaustivas. Otros veinticinco laboratorios están trabajando con vectores virales –virus modificados genéticamente, como el del sarampión– para que puedan producir proteínas de coronavirus en el cuerpo. También están debilitados para que no puedan causar enfermedades.

Más de veinte grupos han optado por utilizar ADN o ARN. Es un sistema, según explica “Nature”, fácil de desarrollar y muy seguro, pues utiliza material genético, no el virus propiamente dicho, pero está casi en fase embrionaria y no hay ninguna vacuna con licencia universal que haya sido elaborada a partir de ese método. Finalmente, una treintena larga de equipos busca lograr un resultado positivo a través de proteínas virales.

Como se puede ver, la nómina de candidatos a lograr una vacuna es extensa, pero hay laboratorios que van unas cuantas cabezas por delante en esta frenética carrera.

Oxford tiene el trabajo adelantado

El equipo que está en boca de todo el mundo es el del Instituto Jenner, de la Universidad de Oxford, que partía con la ventaja de haber experimentado hace poco con vacunas para otros tipos de coronavirus que resultaron inofensivas para los seres humanos. Esto les ha permitido avanzar y programar pruebas de su proyecto de vacuna contra el SARS-CoV-2 para finales de este mismo mes, con la participación de más de 6.000 personas y la esperanza de demostrar no solo que es segura, sino que cumple su cometido.

En este sentido, hay noticias que permiten creer que avanzan en la dirección correcta. Según ha informado “The New York Times”, científicos del Laboratorio Rocky Mountain de los Institutos Nacionales de la Salud en Montana inocularon en abril a seis macacos rhesus –«lo más parecido que tenemos a los humanos», explicó Vincent Munster, el investigador que hizo la prueba– con dosis de la vacuna de Oxford. Los animales fueron expuestos a grandes cantidades del coronavirus, exposición que había enfermado a otros monos utilizados en ese mismo laboratorio. Pero más de 28 días después, los seis macacos estaban sanos.

La verdad es que en Oxford se muestran optimistas; tanto, que se atreven a marcarse plazos impensables en un contexto menos apremiante. Y es que el proceso de elaborar una vacuna suele ser muy largo, de varios años, un tiempo que se divide en desarrollar la propia vacuna; probarla en animales; hacer pruebas de seguridad en un pequeño número de personas (esto se conoce como fase 1); hacer pruebas de seguridad y eficacia en números medios (fase 2); hacer pruebas de seguridad y eficacia en grandes cantidades (fase 3); y, finalmente, lograr su aprobación reglamentaria, su homologación para todos los países y su producción a gran escala.

El tema de la seguridad es especialmente importante, por razones obvias, y los reguladores son muy estrictos; en primer lugar para evitar efectos secundarios, pero también para proteger la reputación de las vacunas en general y no dar argumentos a quienes todavía hoy se muestran contrarios a ellas.

No obstante, todas esas fases se pueden comprimir y, de hecho, desde el inicio de la crisis se ha hablado de unos 18 meses hasta el inicio de una vacunación a gran escala –el primer semestre de 2021, dijo la semana pasada el ministro español de Sanidad, Salvador Illa–, pero en Oxford dicen que con una aprobación de emergencia por parte de los reguladores los primeros millones de dosis podrían estar disponibles para setiembre.

Paradójicamente, uno de los elementos que juega a favor del Instituto Jenner es lo rezagados que están los británicos a la hora de contener la expansión del coronavirus. Y es que las reglas éticas que como principio general rigen estos proyectos prohíben que se trate de infectar a los participantes humanos con una enfermedad grave. Eso significa que la única forma de demostrar que una vacuna funciona es inocular a las personas en un lugar donde el virus se está propagando naturalmente a su alrededor. «Somos las únicas personas en el país que queremos que la cantidad de nuevas infecciones se mantenga durante otras semanas, para que podamos probar nuestra vacuna», dijo el profesor Adrian Hill, director del centro de investigación universitario, a “The New York Times”, donde también advertía de que si la tasa de nuevas infecciones mengua en Gran Bretaña el ensayo podría no ser capaz de demostrar que la vacuna cumple su propósito. Probablemente, el despropósito protagonizado por su Gobierno en la gestión de la crisis hará que sus temores sean infundados.

Hill y su equipo no descartan culminar su trabajo en otros lugares donde el virus haya golpeado más tarde. Y quizá les ocurra lo mismo a los investigadores de Sinovac Biotech, una compañía privada con sede en Beijing que también ha tenido éxito en las pruebas con macacos rhesus y que es otro de los principales candidatos a hallar la vacuna. La firma china ha comenzado los ensayos clínicos de fase I en la provincia de Jiangsu, al norte de Shanghai, con el objetivo de evaluar la seguridad y las respuestas inmunes en 144 voluntarios, y espera comenzar estudios de fase II a mediados de mayo con más de mil personas, de modo que los resultados estén listos para final de junio. Sin embargo, dado el bajo nivel de transmisión existente en China en estos momentos, están considerando hacer ensayos de fase III en otro país, según explicó a sciencemag.org Meng Weining, responsable de asuntos regulatorios en el extranjero de la compañía.

Sinovac es un fabricante experimentado: ha comercializado vacunas virales inactivadas para la enfermedad de manos, pies y boca; hepatitis A y B; y gripe H5N1 o gripe aviar. Pero Meng explica que lograría producir, como máximo, unas 100 millones de dosis y podría necesitar asociarse con otros fabricantes si finalmente su producto resulta seguro y efectivo en ensayos con humanos.

Precisamente, la fabricación masiva de vacunas –hablamos de miles de millones– y su distribución es uno de los principales problemas que se van a encontrar los laboratorios, sobre todo los dependientes de centros académicos. En este sentido, la Universidad de Oxford anunció el 30 de abril el inicio de una colaboración con la empresa farmacéutica AstraZeneca, con sede en Cambridge, para las tareas de desarrollo y distribución.

En ese ámbito, probablemente llevan ventaja multinacionales como la estadounidense Pfizer y la alemana BioNTech, que también han empezado a ensayar con personas para determinar la seguridad, la inmunogenicidad y el nivel de dosis óptimo de cuatro candidatos vacunales de ARN. Son firmas potentes, con una gran capacidad logística.

Varios expertos han destacado que es preferible que sean varios los equipos que alcancen la meta, no solo porque cada vacuna puede tener diferentes grados de eficacia en función de los segmentos poblacionales, sino también para evitar cuellos de botella en la distribución y evitar tentaciones de monopolio. El objetivo, insisten, es que la vacuna llegue a todo el mundo, sin vetos ni distinciones. Si se logra, quizá haya esperanza de que la normalidad a la que regresemos sea mejor que la que hemos dejado atrás.