La comunidad negra de Iruñea despierta junto a la placa de Ndiaye
Elhadji Ndiaye ha sido recordado hoy en Iruñea con una importante movilización antirracista. La comunidad negra, cada vez más amplia y asentada en la ciudad, se ha levantado y ha liderado una protesta de envergadura, terriblemente emotiva, que marca un hito para la ciudad y para la comunidad en sí misma.
Había más gente que la esperable. Unos cuantos cientos, quizá más de un millar. Es difícil contar con esta distancia física. La organización había marcado el suelo, para ayudar a la seguridad. Pero la gente acabó apiñándose de forma natural, pues estaba llena la acera de la explanada sur y la acera de la antigua fábrica Matesa y, de haber sido ordenados, la fila debiera de haber continuado más allá el paso de cebra de la calle Cruz de Bakarzio.
La escena, por tanto, arranca con una veintena de personas de raza negra subidas a un banco, dirigiéndose a una especie de filas ordenadas y otra tanta que se agrupa en un amplio semicírculo. Junto a ese banco, empiezan a subir nubes de humo rojo y morado. Alguien, por megafonía, llama a «hermanar luchas» y pide que la gente se arrodille y levante un brazo, como en EEUU, para guardar silencio en recuerdo de Elhadji Ndiaye, que murió a pocos metros de allí en 2016, mientras lo detenía la Policía española. Los únicos que no se arrodillan son los fotógrafos y los cámaras que serpentean entre los espacios de seguridad. Quizá ese ha sido el momento en que todo ha empezado a sentirse distinto.
No ha habido grandes discursos. ¿Quién no está harto de los grandes discursos escritos los días de antes? Beltxa, por Africa United, empieza a hablar como puede. Apenas consigue terminar una frase y se rompe. La emoción le atraganta. Los aplausos y la pura rabia le animan a seguir. «Los forenses de George Floyd son los mismos forenses de la muerte de Elhadji. Aquí dijeron que se había muerto así, tal cual, como era un negro, como una mosca, según ellos». Beltxa ya no puede más. Cierra una intervención de menos de 30 segundos gritando: «Contra el racismo la lucha sigue. Eskerrik asko. Aupa ahí».
Dos voces femeninas lo cambian todo
La rotundidad y la emoción de las palabras de Beltxa han calado en la gente. Entonces Fátima Djarra Sami ha cogido el micro protegido por un guante de plástico, de esos que se usan en el supermercado para coger verdura. Sami empieza a gritar: «Gora Borroka Antirrazista!». La gente se viene arriba. Sami sigue: «Esto va por nuestros hermanos que mueren en la valla de Melilla. ¡Basta de muertes en la frontera a manos de policías!». Más coros antirracistas. «Estamos aquí una vez más en la lucha antirracista. Hablamos de nuestros hermanos y hermanas que cada día, cada noche, cada año están muriendo en la valla de Melilla. Esos hermanos y hermanas salieron a buscar mejor vida. Mueren a manos de policías en la frontera. Entonces nosotras estamos contra esa situación. Nuestra lucha es la lucha de todas. Hoy estamos aquí agradeciendo a todas las personas de Iruña y toda Navarra que está en la lucha con nosotras. ¡Abajo la policía racista!».
Tampoco la portavoz de Flor de África aguanta más. La anterior cita recoge su intervención de cabo a rabo. Hay mucha gente que corea con mucha fuerza. Se entrecruza algún grito ya de «¡policía asesina!», luego irán a más. Sami cede el testigo con lágrimas en los ojos. Ahora el micro con el guante lo tiene Karimatou Bah. Su voz es mucho más aguda. Tiene 14 años pero se crece, enormemente empoderada, pidiendo a la gente que grite todavía más fuerte. Viste toda de negro. Había muchas jóvenes negras vistiendo así y con carteles de cartón con distintas denuncias en castellano e inglés. La adolescente tampoco trae nada escrito. Es la primera oradora a la que no se le nota acento. «Quería daros las gracias a los que habéis venido a ayudarnos en nuestra lucha a ayudarnos. ¡Tenemos miedo de la Policía que debiera protegernos! ¡Tenemos miedo de que nos detengan y nos maten!».
La multitud está muy caliente. Entra después la oradora de Sos Racismo, que apuntala lo que los tres portavoces de la comunidad negra de Iruñea han transmitido con la emoción. Habla de discriminación, de racismo, de violencia policial, de desigualdad y de miseria. Y de la necesidad de acabar con la discriminación y la violencia institucional.
Corte de calle y claveles rojos
El acto debía cerrarse cruzando la calzada para colocar unos claveles sobre la placa que recuerda a Elhadji, pero todo está enrarecido ya. Todo el mundo lleva mascarilla y eso empuja a que te reconozcas mirándote a los ojos. Muchísima gente –¿un tercio, quizás? ¿la mitad?– tiene los ojos brillantes de la emoción. Al menos eso ocurre las primeras filas. Los responsables de SOS Racismo, facilitadores de todo esto, se abrazan torpemente por las restricciones de la pandemia. No se creen lo que está pasando. Tienen que parar a algunos presentes que se encaran a un policía municipal que trata de que pase un autobús cuando muchos querían saltar a la calzada. Al poco, la gente ha cortado la calle de forma natural. Hay tensión y rabia en el ambiente.
La placa de Elhadji Ndiaye se encuentra entre un bar de siempre que regenta una familia china y la barbería de un peluquero magrebí. Marcelo Celayeta es una calle de locutorios. El peluquero y la camarera han salido a ver qué pasa y qué multitud tan extraña era aquella. No se ha apuntado antes, pero además de la comunidad negra, había gran presencia de personas sudamericanas y por lo general, muy jóvenes. Las víctimas del racismo tienen distintos colores. En realidad, había muchísima gente joven para lo que se acostumbra en cualquier movilización, de edades cercanas a los 18 años.
Luego se han sucedido muchas imágenes en poco tiempo, entre que la calle se cortaba y la protesta recomponía, en cierto modo, su orden. Una persona de origen africano y túnica multicolor se pone a rezar a toda prisa con un viejo ejemplar de El Corán junto a los claveles de la placa. Al poco, quien está junto a los claveles es otra persona de raza negra de rodillas y levantando el puño. Un tercero, de más edad, se pone a orar al estilo musulmán con las palmas hacia arriba detrás del hombre que levanta el puño. Muchos fotógrafos han dado cuenta de la escena.
Tirados sobre la calle
Después, ya sí, los líderes de la manifestación recobran el protagonismo avanzan unos pocos metros por Marcelo Celayeta. Parece que se convierte en manifestación, la gente les hubiera seguido adonde fueran. Pero no. Lo que debía ser la cabecera, con Fátima y Karimatou, paran en mitad de la calle y se tumban en el suelo, boca abajo, simulando una detención. Los cientos de personas que les siguen se ponen de nuevo de rodillas con el puño en alto. Se escucha: «Sin justicia, no hay paz».
Los gritos bajan de intensidad. Los presentes, poco a poco, se serenan. Han sido tres cuartos de hora con los sentimientos a flor de piel. Poco a poco, comienzan a separarse y a comentar qué demonios parece haber despertado. La sensación era de que se había tomado parte en algo sincero y en un episodio importante.