Cuando el Senado investigó los GAL... hasta que llegó el teniente general y el PP mandó parar
El Congreso ha dado portazo este martes a la investigación sobre los GAL pendiente hace 37 años, sin derivar siquiera el tema al Pleno. Hace 25 años el Senado sí llegó a aprobar una comisión, que comenzó los trabajos hasta que se intuyó que podía aflorar alguna verdad incómoda y se abortó inmediatamente. Una historia para recordar hoy.
Desde la perspectiva actual, no deja de sorprender que el Senado pusiera en marcha una comisión de investigación sobre los GAL allá por 1995. Aunque lo que realmente da la señal de la realidad no fue su comienzo sino su final: apenas unas semanas después aquel foro se cerró abruptamente, al primer indicio de que en él podría acabar aflorando parte de la verdad de la guerra sucia.
La «culpa» la tuvo un teniente general de la Guardia Civil, el locuaz José Antonio Sáenz de Santamaría, que fallecería en 2003. Bastó la insinuación de que estaba dispuesto a contar en la comisión todo lo que sabía para que los trabajos se dieran por finalizados, con el impulso del mismo PP que les había dado luz verde.
La mochila de Sáenz de Santa María estaba cargadísima. Para empezar, procedía del franquismo. Además, a finales de los 70 y durante todos los 80 había tenido altísimas responsabilidades tanto en la Policía española como en la Guardia Civil e incluso el Ejército. Y entre tanto había sido delegado del Gobierno en la CAV en los «años de plomo»; se lo encomendaron tras el atentado de Ispaster que costó la vida a seis guardias civiles y a dos miembros del comando de ETA.
«Contra ETA se han usado iguales métodos con el PSOE que con la UCD», había apuntado en ‘El País’ unos meses antes, denunciando agriamente que la derecha estuviera usando la guerra sucia para tratar de superar electoralmente a Felipe González.
Dejó caer a ese sector avisos así: «La ideología de la derecha en aquella época, y ahora todavía, la resumía su jefe, don Manuel Fraga, con quien también trabajé, en una frase: ‘El mejor terrorista es el terrorista muerto’. Y hay otra frase que complementa la anterior: ‘Cualquier teniente de la Guardia Civil sabe lo que hay que hacer para acabar con ETA’. Pues no. Yo sostenía lo contrario. Un terrorista muerto da satisfacción. Un terrorista vivo, y detenido, da información. Es más práctico. Por naturaleza, soy enemigo de toda muerte violenta, mientras no sea estrictamente necesaria». Una argumentación que define al personaje.
La comisión de investigación del Senado se había aprobado en octubre, por un solo voto de diferencia. Fue Angel Acebes, el mismo que una década después trataría de achacar a ETA el 11-M, quien defendió desde el PP que la investigación parlamentaria no interfería con la judicial y que debían pasar por esa comisión cargos del PSOE como el exministro de Interior José Barrionuevo.
Cuando llegó la hora de votar las comparecencias, a principios de diciembre, contra pronóstico fueron rechazadas sistemáticamente. Y en apenas 48 horas el PP pasó a proponer la liquidación de la comisión, que el PSOE apoyó aliviado.
¿Qué había pasado entre tanto? No tardó en publicarse que Sáenz de Santa María se había reunido con dos enviados del PP y de la antigua UCD. El más conocido de ellos, el que fuera ministro de Gobernación tras la muerte de Franco, Rodolfo Martín Villa. El teniente general había avisado en esa entrevista a ‘El País’ de que «en la lucha contra el terrorismo, hay cosas que no se deben hacer. Si se hacen, no se deben decir. Y si se dicen, hay que negarlas». Les dejó entrever que quizás esta vez no iba a negar, sino a activar el ventilador.
El PP lo desenchufó inmediatamente. Y Sáenz de Santa María siguió amagando pero sin dar durante unos cuantos años más. Meses después, por ejemplo, declaró como imputado ante Baltasar Garzón por el «caso Oñederra», uno de los sumarios del GAL que entonces aún estaban vivos. Se limitó a exculparse y fue inmediatamente exculpado.