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‘Divino amor’: Hacia un Brasil fanatizado y totalitario

Joana (Dira Paes) y Danilo (Julio Machado) viven un amor espiritual. (NAIZ)

DIVINO AMOR
Brasil. 2019. 101’

Dir.: Gabriel Mascaro. Guion: Gabriel Mascaro, Rachel Daisy Ellis y Esdras Bezerra. Prod.: Rachel Daisy Ellis. Int.: Dira Paes, Julio Machado, Antonio Pastich, Emilio De Mello, Mariana Nunes, Luciano Mallman, Clayton Mariano, Teca Pereira, Suzy Lopes, Thardelly Lima, Ruben Santos, Tony Silva. Fot.: Diego García. Mús.: Juan Campodónico, Santiago Marrero, DJ Dolores, Claudio N. y Otavio Santos.

Ha sido una de las películas más comentadas a su paso por los festivales de Sundance, La Habana o la Berlinale dentro de su sección Panorama. Entre otros motivos debido a que contiene una crítica al actual gobierno totalitario del presidente Bolsonaro, aunque la crisis política no la provoca un virus contagioso, sino una fanatización religiosa en un futuro cercano con consecuencias similares a las que se están viviendo en la sociedad actual. Coincide en que hay un control estricto sobre la vida de las personas, y que afecta incluso a sus relaciones más íntimas. En el 2027 Brasil se ha convertido en una teocracia tecnológica, hasta el punto de que la procreación se considera un acto divino que debe ser vigilado mediante escáneres de embarazo y y test para identificar al progenitor. La secta dominante del título, que viene a ser una prolongación del expansionista iglesia evangélica, permite el intercambio de parejas, pero siempre y cuando el esperma sea reservado para la legítima esposa.

La protagónica Joana (Dira Paes) es una funcionaria de mediana edad, que se sirve de su puesto de notaria para influir sobre las parejas que demandan el divorcio, hasta convencerlas de que den una oportunidad al amor divino y se reconcilien, ganándolas de paso para su causa y su culto. Con su pareja Danilo (Julio Machado), que hace arreglos florales a domicilio, viven felices en su unión espiritual a pesar de no poder tener descendencia, contrariedad que asumen como una ofrenda a lo más alto. El antes documentalista Gabriel Mascaro crece dentro de la ficción, después de triunfar en la sección Orizzonti de la Mostra de Venecia con su anterior ‘Boi Neon’ (2015), y no carga las tintas sobre sus personajes. Esta distopía funciona a la manera de la de Aldous Huxley en ‘Un mundo feliz’, porque la religión es el opio, el ‘soma’, que narcotiza a la población.