El discretísimo encanto de la anemia
[Crítica: ‘Any Crybabies Around?’]

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En el norte de la isla japonesa de Honshu, en el extremo occidental de la prefectura de Akita, encontramos la pequeña localidad de Oga, un pueblo costero que no llega ni a los 30.000 habitantes registrados, y que mantiene una curiosa tradición. Para celebrar cada año nuevo, un grupo selecto de aldeanos se cubre el cuerpo con llamativas capas de paja, y esconde su rostro detrás de una máscara aún más chillona. El disfraz pretende dar vida a los namahage, una especie de demonios que entran en los hogares ajenos, y que braman, una y otra vez, con tal de encontrar a los ‘lloricas’, es decir, a niños a los que se les tenga que sacudir, mediante terapia de shock, el miedo que llevan metido en el cuerpo.
Pero esto no es una película sobre el folclore nipón, por mucho que en repetidas ocasiones se nos advierta sobre las dificultades que tiene la tradición (ese tótem) para sobrevivir en un mundo que cada vez se mueve más deprisa. El caso es que el ritual de los namahage no solo implica asustar a los críos más cobardes, sino que también exige aceptar las ofrendas (etílicas, por supuesto) que corren a cargo del público adulto. Y así, entre calurosas muestras de agradecimiento, uno de los ogros va perdiendo el control de la situación… y cuando se ha dado cuenta, tiene que estar dando explicaciones, atormentado por la vergüenza, y por una resaca igualmente diabólica.
Pero esto no es otra película sobre los efectos devastadores (o hilarantes, a saber) de la alcoholemia. Sigamos pues a su protagonista para tratar de averiguar más: ahora resulta que el pobre diablo ha sido desterrado de su pueblo natal. En Tokyo, la gran ciudad, intenta reconstruir su vida; atrás ha quedado su mujer, su hija recién nacida y toda su familia: por lo visto, nadie quiere saber nada del namahage caído en desgracia. Terrible sentencia de ostracismo que él, literalmente procesa como Leo Messi en sus peores noches: aislándose en el centro de un campo de fútbol; tumbándose ahí, ajeno al juego de sus rivales y compañeros… escondiéndose ahora en una impenetrable burbuja de autismo.
La película, a lo mejor, trata sobre esto. Sobre la difícil gestión –emocional– de un mundo que, efectivamente, se mueve a una velocidad demencial. Ahí estamos nosotros, se supone, como un chaval a punto de recibir la visita de un namahage: paralizados. Y ahí sigue el hombre, ahora recitando, cual alma en pena, la alineación titular de aquella desangelada selección argentina que se arrastró por el Mundial de Fútbol del año 2002: «Zanetti… Aimar… Ortega… Batistuta…». Un drama que, esto sí, se manifiesta con una discreción, con una alergia a las emociones fuertes, que puede llegar a emocionar.
Porque hay quien, cuando la vida le golpea, se desgañita y pierde los estribos, en un intento de aplacar la perreta con una sobredosis de atención. En cambio, hay quien prefiere llevar el sufrimiento para sus adentros. Por vergüenza, por consideración, por no querer molestar… Esta segunda filosofía vital, en tiempos en los que el foco mediático busca tan descaradamente el exceso de decibelios, tiene el beneficio de antojarse como un más que bienvenido respiro. Jugando esta –despreciada– carta, ‘Any Crybabies Around?’ (o sea, ‘¿Hay algún llorica por aquí?’) va cimentando su casi imperceptible encanto.
La nueva película de Takuma Sato se contagia, sin demasiada resistencia, de las bajas pulsaciones de su protagonista. Es, para entendernos, un bello ejemplar de cine de la anemia; una película que se mueve al ritmo no contemplativo, sino más bien empanado de un personaje que tarda por lo menos cinco segundos en contestar a la pregunta más sencilla. Total, para acabar dando señales de vida con una respuesta monosilábica. De primeras podría ser frustrante, pero a la larga, a fuerza de convivir con ello, acaba sucediendo aquel fenómeno que parece estar al solo al alcance del mejor cine asiático.
A media proyección, si no hemos cedido a la tentación del aburrimiento, puede que, al ponernos la mano en el corazón, encontremos la recompensa de comprobar que nuestro ritmo cardíaco también se ha tranquilizado. El drama íntimo y familiar visitado como quien navega por un lago de aguas calmas; como si todo esto fuera un remanso de paz. Es la magia de los ‘slice of life’, de esos ‘trozos de vida’ en los que los japoneses, a menos que estén mínimamente inspirados, son auténticos maestros. ‘Any Crybabies Around?’ parece no tratar sobre nada en concreto, y tampoco da señales de seguir ningún rumbo en especial. Y de nuevo, ahí está su encanto.
En el acercamiento naturalista y nada intervencionista (véase un montaje en el que no se atisba el menor síntoma de economía narrativa) a esos momentos que transcurren sin pedirnos demasiada atención… pero que acaban calando. Con todo esto, Takuma Sato demuestra, tanto desde la dirección como desde la escritura, que se puede ser bonito sin echar mano de la cosmética; que una película puede tocar nuestra fibra sensible sin necesidad de recurrir a la banda sonora, al virtuosismo fotográfico o a otras falsedades. Así, ni el cineasta ni el personaje se acaban de decantar ni por lo dramático ni por lo cómico, algo que a lo mejor es señal de madurez, o a lo mejor de falta hierro en la sangre. En cualquier caso, el resultado final brilla siempre por su apreciable sinceridad.