Cuando una estrella se apaga
[Crítica: ‘Supernova’]

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‘Supernova’ arranca mostrándonos la magnífica imagen de un cielo nocturno; de una inmensa bóveda negra iluminada por millones de puntos blancos. Se trata de una toma fija que parece extenderse hasta el mismísimo infinito. Un plano suspendido en un lapso de tiempo suficiente como para que nos fijemos en la más brillante de las estrellas; en un astro que no para crecer, al igual que lo hace la intensidad de la luz que desprende… pero que de repente, se apaga. Sin ruido alguno, sin estallidos, sin una última estridencia que sirva como adiós definitivo.
A todo esto, dos hombres duermen profundamente en la cama. Uno abraza al otro, como si temiera que al despertar, su pareja se hubiera desvanecido. Pero no, a la mañana siguiente, ambos siguen ahí… esto sí, con la sensación, flotando en el ambiente, de que algo malo puede pasar. El caso es que, para espantar los temores, deciden irse de casa y probar los placeres de las escapadas rurales. El vehículo es una motorhome diseñada y llenada teniendo muy en cuenta las necesidades de ambos; el destino son las imponentes highlands escocesas… «¿Qué camino tomamos?», pregunta uno, «El que no diga el GPS», responde el otro.
Les interesa tomar las rutas secundarias, las que juegan en contra de la lógica de la línea recta de las autopistas… las que obligan a tomar rodeos, vaya, pero al mismo tiempo, las que permiten empaparse mejor de los paisajes visitados. Y en tan poco tiempo (pues la película apenas hace cinco minutos que está en marcha… falta todavía hora y media para llegar a la línea de meta), el director y guionista Harry Macqueen ha conseguido proponernos, por lo menos, media docena de metáforas que marcarán el tono de la historia.
‘Supernova’ es un drama cuya miga surge del choque entre lo estrictamente íntimo y lo inevitablemente compartido. En esta pareja, efectivamente, algo anda mal. Sus apariencias, sus modales y sus amistades sugieren plenitud; hablan de una abundancia y de un bienestar que, no obstante, se diluye ante la gravedad de un asunto que ha tomado la forma de tabú, y que consecuentemente, se ha enquistado. Del mismo modo, las miradas evasivas de uno y el silencio del otro pesan más que los momentos de –auténtica– felicidad, brindados por un amor que, a pesar de todo, aguanta. Ahí está el problema, por muy retorcido que pueda sonar, en que cuando queremos mucho a alguien, nos creemos en posesión de su vida.
Harry Macqueen se contagia de esta dinámica, y se encarga de que todos los ejes temáticos que están sobre la mesa (el romance, la amistad, la vejez…) sean eclipsados por la concreción de esta amenaza (se puede decir: el Alzheimer) empeñada en devorarlo todo a su alrededor. El plan para el abordaje es seguir la ruta diseñada por la propia pareja protagonista: lo importante, o al menos la prioridad más reconocible (y apreciable) en este relato, es la de evitar los peajes más ‘ruidosos’, es decir, esas discusiones, esas broncas, esos lloros, esos gritos que, por contexto dramático, seguramente no chirriarían… pero que al mismo tiempo estarían flirteando demasiado descaradamente con el golpe de efecto. Con el atajo tramposo a la fibra sensible.
En este sentido, es de agradecer el que ‘Supernova’ sea lo suficientemente inteligente como para no caer en la provocación fácil. Lo que pasa, es que esta madurez en la gestión emocional, viene acompañada por un recorrido de situaciones mucho más tópico. Ahí, la película luce como lo que finalmente es: una producción de prestigio más; ‘otra de esas’, en las que todo el encanto que se le pueda sacar al conjunto, no va más allá de la superficie. En este caso, como cabía esperar, tenemos a una pareja protagonista compuesta por Colin Firth y Stanley Tucci (dos talentos que acostumbran a justificar cualquier función) que rinde a la altura de las expectativas.
Esto sí, lo hace dejando el mismo rastro que deja la propia película, es decir, casi ninguno. Entre ellos, más que auténtica química, se establece un acuerdo que responde a la profesionalidad; al compromiso con su propia profesión… y no tanto a la fe que les despierta el proyecto. Se nota en lo cómodos que están jugando por separado… y en la nula variación en su actuación cuando están junto a al otro. Digamos, para entendernos, que en los momentos más exigidos, ahí donde deberían elevarse tanto ellos como el propio conjunto, todo permanece exactamente igual.
Una estrella se apaga… y así las cosas, da bastante igual. Por no querer perder la compostura, Harry Macqueen prefiere pasar desapercibido. Y así, ‘Supernova’ va desapareciendo del mapa. Para volver a situarse, al hombre no se le ocurre nada mejor que verbalizar cada figura metafórica invocada. Con ello, la poesía colisiona con la literalidad, y así, el drama adulto se infantiliza. Como si nosotros, espectadores, también estuviéramos perdiendo facultades, y necesitáramos a una mano firme y experta a nuestro lado, para no desorientarnos por el camino. Gracias, pero no, gracias.