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Sucio, viscoso, asqueroso dinero

[Crítica: ‘Wuhai’]

Víctor Esquirol
Víctor Esquirol

A través de una imagen digital de bajísima definición, que parece tomada con un teléfono de la era pre-smartphone, asistimos a una escena tan atípica, que de hecho friega lo surrealista. Unos hombres caminan sobre un terreno que no se sabe bien (maldita resolución) si está compuesto por hielo, barro… o un poco de ambas cosas. El caso es que pisan con mucha fuerza los bloques de esa tierra indeterminada que descansa bajo sus pies. Están palpando el terreno, oscultándolo violentamente… haciendo una prospección que, finalmente, da con lo que buscaba.

Los hombres se sirven de picos para cavar… y para sacar, de su escondrijo, unos seres viscosos, que bien podrían ser peces, bien podrían ser babosas gigantes. En cualquier caso, son criaturas asquerosas que, no obstante, son recibidas con las risas y los gritos de quien acaba de encontrar oro. Todo esto, por cierto, es una grabación que el protagonista de esta historia contempla desde, efectivamente, su móvil… Hasta que alguien pica con fuerza a la puerta de su casa. Él está dentro, y los que le buscan, fuera.



A estos últimos no les vemos (ni falta que hace), solo oímos los gritos, las amenazas y los fuertes golpes que propinan al otro lado de un umbral que, por suerte, parece infranqueable. La situación es esta: el hombre de la casa debe dinero; debe una cantidad tan alta a los que le esperan en el portal, que no le queda otra que atrincherarse en el hogar, en espera de que pase el temporal, o de que se le ocurra una idea mejor. Y esta, por fin, llega: él también tiene una lista de deudores. De morosos que le deben una suma equivalente a un billete para salir de tan asfixiante encrucijada.

Con el dibujo de esta estructura de deuda piramidal, Zhou Ziyang arremete en ‘Wuhai’ contra el materialismo que ha tomado posesión de la sociedad china; de todos los valores que antaño la vertebraron… y que ahora no hacen más que ahogarla. Aquellos piden dinero a aquel, y aquel se lo pide al de más abajo, y los de más abajo hacen lo propio con los que se encuentran en el nivel inferior. Y así, hasta precipitarnos en un pozo (de miseria humana) sin fondo. La caída, por supuesto, no termina nunca.

Este es el panorama que dibuja ‘Wuhai’, de un fatalismo social tan exacerbado, tan pasado de rosca, que a veces su relato ronda el tono de una comedia que no queda del todo claro que sea voluntaria. El hombre atrincherado ha esquivado a sus particulares perros de presa, y ha aprovechado el respiro para ir a exprimir a alguien más desgraciado que él, y al volver a casa, espera su mujer, profundamente descontenta con situación matrimonial. Que si él le prometió aquello, que si sospecha que se está viendo con otra…

Que si todo esto, en realidad, es cuestión de (bingo) sucio dinero. En el fondo, la infelicidad de ella (que es también la amargura que arrastran sus padres) se explica por la incapacidad de la alianza que ha establecido con el inútil de su marido, a la hora de alcanzar un estatus económico que se le resiste. Ella y su familia (y él) quieren ser ricos, pero el destino les niega esta dicha. Tan simple, tan pueril, que asustaría… si no estuviera presentado así, como se lee. A todo esto, hará cuatro años, el maestro documentalista Wang Bing consiguió exponer, durante dos horas y media, esta pobreza moral con su implacable documental ‘Bitter Money’. El hombre incidió en los mismos males, y tomó como muestra representativa a la misma sociedad (aunque se centró en sus estratos más desfavorecidos), y lo hizo con un rigor, con una sobriedad y, en definitiva, con una profesionalidad, que evidentemente no se le pudo poner ninguna objeción.

Aquí, Zhou Ziyang es todo lo contrario. Si en el segundo plano ve a un hombre haciendo la vertical, pues entonces él pone la cámara del revés; si más al fondo ve a una banda de música que contrasta con el paisaje desértico, pues entonces se fija en estos músicos. Meramente por filia marciana; para encontrar algún alivio divertido entre tantos argumentos fatídicos. Para colmo de males, en los picos de intensidad, la narración se resuelve con unos planos secuencia que en vez de potenciar la angustia del momento, revelan una falta alarmante de ideas en la planificación de la puesta en escena.

Al final, la única intención visible es la que muestra una superficie ciertamente desagradable. ‘Wuhai’ es, en este sentido, un desfile inagotable de gritos, de empujones, de insultos… de berreos que, efectivamente, ilustran la naturaleza animal del ser humano. De esos instintos activados por el catalizador más violento: el dinero, ese pez asqueroso que repta silenciosamente a nuestros pies. Con las tesis no hay ningún inconveniente, al contrario, se pueden (incluso se deben) apoyar. El problema está en las formas, en la voluntad de golpear como un martillo pilón, sin matices o apuntes a pie de página que valgan. Como si la temática pudiera abordarse con la mentalidad de un niño que disfruta, perversamente, con la desgracia que está ante sus ojos.

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