Azkoien, desde el interior del candado
CON UNOS DOSCIENTOS POSITIVOS DESDE EL 5 DE SETIEMBRE, AZKOIEN VIVIÓ AYER SU PRIMERA JORNADA EN CONFINAMIENTO. LOS VECINOS NO PUEDEN NI ENTRAR NI SALIR DEL PUEBLO SIN AUTORIZACIÓN. NAFARROA PRUEBA UNA EXPERIENCIA NUEVA PARA ATAJAR LA CRISIS TRAS AFIANZARSE COMO LA SEGUNDA COMUNIDAD CON PEORES DATOS, SOLO POR DETRÁS DE MADRID.
La distopía empieza en la rotonda junto al puente que cruza el Arga. La Policía Foral corta el paso y exige un salvoconducto para pasar al otro lado y acceder en el casco urbano de Azkoien. El agente revisa papel y el carné antes de franquear el paso. «La gente está bastante concienciada, todo va bien. No ha habido ningún incidente», explica.
Azkoien parecía funcionar a medio gas, pero la gente seguía saliendo a la calle. En la plaza Principal, había dos bares cerrados por covid. El Atalaya ha pegado un cartel en la persiana diciendo que cerrará hasta el 1 de octubre y que lo hace por apoyar a cortar la expansión del virus. Otros bares sí abrieron.
En la terraza del bar Akelarre un grupo discute sobre cuántos tipos de mascarillas hay y cuáles son mejores. Luego el debate se vuelve incómodo cuando la conversación tuerce sobre quién tiene derecho a criticar a quién. Todos coinciden en que las no fiestas –que «celebraron» durante los dos primeros fines de semana de setiembre– han sido el detonante de la oleada que ha llevado al único confinamiento perimetral en Euskal Herria por el momento. Sin embargo, todavía alguno en esa terraza esquiva culpas apuntando a que el virus, en realidad, lo han traído a las fiestas los universitarios.
Azkoien es un pueblo cerrado sobre sí mismo. Unos 35 minutos de coche al sur está Tutera y, cara al norte, queda Tafalla a otra media hora. Sus 6.000 habitantes pueden hacer prácticamente de todo sin salir del pueblo. Hay establecimientos para cubrir todas las necesidades: un Eroski grande, tiendas de ropa, farmacias, consultorio médico, colegio, instituto... Quizás por esto a los epidemiólogos les ha parecido oportuno ensayar aquí un confinamiento perimetral.
Rodeada de tierras secas que el regadío ha convertido en altos maizales, en Azkoien hay trabajo en los invernaderos. Esto favoreció que se afincara población magrebí y sudamericana. La villa cuenta, además, con un polígono industrial bastante desarrollado, impulsado por la presencia de la fábrica de máquinas Azkoyen, que se hizo multinacional con sus expendedoras de tabaco. Así que, tampoco para trabajar los vecinos se desplazan muy lejos.
Ese estar encerrados sobre sí mismos les vino muy bien durante la primera onda epidémica. Apenas tuvieron casos y, al menos hasta ayer, en el único pueblo aislado de Euskal Herria, solo había muerto por covid un vecino allá por primavera. En lo que va de 2020 ha fallecido menos gente que otros años. Quizá eso les engañó para que perdieran el miedo demasiado pronto, justo cuando toda Nafarroa es un hervidero de casos. Ahora viven una pesadilla de 200 contagios activos encima y el drama de las hospitalizaciones.
Por tierra y por aire
Los vecinos podrían burlar fácilmente los controles de acceso escapándose por los caminos del monte. Pero si les pillan la multa sería de 3.000 euros. Por la mañana han observado drones sobrevolando y están convencidos de que les vigilan también por el aire. Además, han visto surcar el cielo a algunos helicópteros. Uno de ellos, medicalizado, ha tomado tierra para llevarse a uno de los contagiados al hospital. A ratos, la situación en Azkoien parece escrita por Stephen King.
Dos sombrillas de cerveza Ámbar guarecen unos bancos públicos junto a la residencia de ancianos. Las puso el Ayuntamiento para que los vecinos puedan hablar desde la distancia con los mayores, pues los bancos justo caen debajo de una pequeña terracita que tienen los residentes. Ayer, una anciana miraba las sombrillas desde la barandilla, aunque en ese momento nadie estaba en el punto de encuentro. «Antes podíamos salir un poco. Ahora no podemos, la cosa está peor. Ya pasará, con suerte pasará», comenta la mujer, contenta de hablar con alguien distinto, aunque fuera desconocido.
Margarita Martínez, la directora de la residencia, cortó las visitas en agosto, cuando supo que el virus había vuelto. Ahora, dos trabajadoras han dado positivo, pero como esta ola ha coincidido con las no fiestas, estaban de vacaciones. Martínez sabe que seguir con el protocolo a rajatabla minimiza el peligro, pero que el riesgo cero no existe. «En la fase anterior lo pasaron realmente mal, con los confinamientos individuales en las habitaciones. Fue mucho peor que no tener visitas. No quiero volver a eso», afirma.
Que el riesgo cero es una utopía también lo tiene claro la directora del colegio, María Jesús Ollobarren. Al cole van niños solo de Azkoien, a diferencia del instituto, donde estudian también chavales de Funes y otras localidades. De 574 alumnos que tiene el cole de Primaria, hay confinados 93, pertenecientes a cinco «Grupos de Convivencia Estable». Tienen a siete profesores confinados.
«Hoy no ha sido un día especial respecto a los días anteriores. Hay familias que no mandan a los niños por miedo. Otras presentan justificante para no asistir por temor a ser contagiados y considerar que sus hijos son personas de riesgo. Hay niños que conviven con personas de riesgo», explica Ollobarren.
La directora señala en que las leyes del absentismo escolar no están pensadas para esta situación de locos, pero que la solución no puede ser dejar de ir al cole y punto, pues no se sabe cuánto va a durar todo esto. El mayor problema lo tienen con familias perceptoras de renta garantizada, pues si no mandan los hijos al cole, corren riesgo de perder la ayuda. Para tratar esto, hoy se reúnen responsables del centro con los servicios sociales de base y la asociación Gaz-Kaló.
El instituto por la tarde huele a desinfectante. Su director dice que se han endurecido los protocolos y que, por el momento, los chavales cumplen la norma y no tiene constancia de contagios en el centro, pero que lógicamente les llega lo que tienen en el pueblo. Tienen un centenar de aislados (31 positivos ente ellos) sobre un total de 650 alumnos. La mayoría son de los cursos más altos, los que salieron más en las no fiestas. La última instrucción que ha llegado al centro es que los alumnos que no son de Azkoien no podrán salir del centro en ningún momento. Pueden entrar en el pueblo, pero solo a estudiar.
El aislamiento durará hasta que la tendencia cambie. Confinar un pueblo para nada es un invento nuevo para frenar epidemias. Sin embargo, es dudoso que el candado policial se haya puesto para que no se extienda el virus como se ha hecho siempre. Sería muy tarde. Más parece que lo que busca es concienciar a una comunidad pequeña para que cumpla a rajatabla las medidas y demuestre así que se puede salir de esta. Por eso, de Azkoien puede salir un mensaje de esperanza y la experiencia validaría una herramienta nueva, quizás exportable.
Será importante que lo logren. Nafarroa está muy falta de armas contra un virus que parece ir siempre por delante.