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Simón, Sotomayor y los minutos universales

Sobre cómo ‘Correspondencia’ construye, en menos de media hora, un viaje que nos va a acompañar para siempre

Víctor Esquirol
Víctor Esquirol

En el último Festival de Cine de Venecia (de esto apenas hará dos semanas, pero parece que fuera dos décadas atrás), mantuve una intensa –y muy respetuosa– discusión cinéfila con un compañero de oficio; con alguien a quien, por cierto, admiro profundamente: lo que opina, normalmente va a misa. El tema de debate giraba en torno a la proyección del último trabajo de Pedro Almodóvar, es decir, de ‘La voz humana’, es decir, de un mediometraje de apenas media hora de duración.

Estábamos en un contexto de previa festivalera, y la intención era poner sobre la mesa aquellas películas a las que más ganas les teníamos. Las que a priori justificarían el viaje a Italia (y consiguientemente, el haberse metido antes un palo hasta el más desagradable fondo de los conductos nasales). El caso es que para él, la número uno era, sin duda, la ya citada, esta película de apenas treinta minutos de duración, algo que a mí, en un principio, me costó entender.

¿Porque cómo podría algo tan breve explicar una experiencia que se iba a alargar durante casi dos semanas? ¿Cómo podría un mediometraje rivalizar con films que nos retendrían durante casi cinco horas en la sala? Pues bien, como de costumbre, él tuvo razón y yo no. En parte, porque mi memoria es ese apoyo del que cada día me puedo fiar menos. Porque rebuscando en mi propia «hemeroteca», a posteriori me di cuenta de que ya había tenido ocasión de experimentar este –maravilloso– fenómeno. Sucedió en el año 2017, en Festival de Cine de Gijón; en un certamen que, al menos para mí, quedó excelentemente marcado por ‘World of Tomorrow. Episode Two: The Burden of Other People’s Thoughts’, del maestro de la animación Don Hertzfeldt.

Aquello fue un cortometraje de poco más de veinte minutos de duración, pero en efecto, fue más que suficiente para justificar el aparato entero de aquel certamen. Comento todo esto a cuento de una de las piezas a las que, antes de que empezara a rodar esta 68ª edición de Zinemaldia, más expectativas habían levantado entre la cinefilia. Me refiero a ‘Correspondencia’, que se ha podido ver en la sección Zabaltegi-Tabakalera, un trabajo a cuatro manos facturado por Carla Simón y Dominga Sotomayor… y de apenas veinte minutos de duración.

Y como si solo hubiera durado cinco. A priori, esta conjunción de talentos (por un lado, la directora catalana de ‘Estiu 1993’; por el otro, la cineasta chilena autora de, por ejemplo, la deliciosa ‘Tarde para morir joven’) era más que merecedora del interés y las esperanzas que le habíamos volcado. Por qué no, era incluso una de esas sesiones que hasta podría ser fundamental para entender nuestro paso por esta 68ª edición de Zinemaldia. Y sí, al final ‘Correspondencia’ se confirmó exactamente como esto.

De lo que se trataba aquí, al igual que con los otras propuestas que a lo largo de los últimos años nos han llegado con el mismo título, era de poner en contacto a dos talentos; invitándolas a hacerlo en su medio natural. ‘Correspondencias’ es el diálogo que establecieron Carla Simón y Dominga Sotomayor a finales del año pasado; es un estimulante intercambio de instantáneas en movimiento, en el que cada una parece hablar de lo suyo, pero en el que, realmente, cada reflexión está en consonancia directa con la de antes y con la de después. Es la energía que alimenta los mejores diálogos: aquellos que enriquecen incluso a los que no intervienen en ellos (nosotros, los espectadores).

Y efectivamente, apenas llega a los veinte minutos de duración, pero en este breve lapso se consigue encapsular el espíritu de esos viajes duraderos, cuyo recuerdo va a acompañarnos, precisamente, durante muchísimo tiempo. De Catalunya volamos a Chile, pero es que resulta que a todo esto, el presente filmado llama también al pasado archivado del que proviene. Carla Simón explora su intimidad familiar a raíz de la muerte de su «última abuela», mientras a Dominga Sotomayor no le queda otra que documentar el convulso estado que está viviendo su país, en ese momento.

Ante la tentación de la desolación por la muerte de ese ser querido irreemplazable, la artista catalana busca (y encuentra) la luz de unos recuerdos que reconfortan; de unas voces en semi-eco que siguen transmitiendo sabiduría popular… que siguen guiándonos en la incertidumbre de la vida. Mientras, las calles de Chile estallan, el país se incendia, y Sotomayor, claro, presta testimonio de ello… pero también de la herencia de las anteriores generaciones, las que «drogadas» por las promesas del NO a Pinochet, empezaron a preparar la hoguera de ahora. Lo personal se convierte en colectivo, en compartido. Del mismo modo, las imágenes se descubren como la mejor combinación de palabras; como el sistema de comunicación óptimo para conectar con esa otra persona (y con todos los que estemos ahí escuchando) sin la necesidad de mirarla directamente a la cara. Y ni falta que hace, de verdad: con 20 minutos sobra para entenderlo.

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