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Entrevista
Bruno Santamaría
Director de ‘Cosas que no hacemos’

«Regresar tras el tiroteo dejaba claro que lo que buscábamos era muy profundo»

El documental de Bruno Santamaría está teniendo un éxito considerable en los festivales de Europa y de América, y esta semana ha llegado al Festival de Biarritz de cine de América Latina. ‘Cosas que no hacemos’ cuenta el camino de una persona trans para mostrarse tal y como es, en un pequeño pueblo de pescadores de México, rodeado de violencia.

Bruno Santamaría, en la terraza del Casino de Biarritz. (FRANÇOIS BERLAND)

El Festival Biarritz de cines y culturas de América Latina además de ser un encuentro cinematográfico, también es una cita para los amantes de la cultura transatlántica. Aunque este año se habían mantenido todas las acciones culturales, a pesar de que una gran parte de los invitados no han podido acudir, ahora es el mal tiempo el que ha hecho su aparición, de modo que la programación musical de este viernes y el sábado se ha cancelado.

Aun así los amantes del cine siguen llenando las salas, aunque en menor medida debido a las restricciones para controlar la expansión del covid-19. Ayer jueves, en la presentación de ‘Cosas que no hacemos’ en la sala del Casino estaban ocupadas la mayor parte de las plazas disponibles, y el público estaba muy interesado en escuchar las explicaciones sobre este documental tan particular, de mano de su director, Bruno Santamaría. Hay otra proyección este viernes.

¿Cómo definiría usted el film ‘Cosas que no hacemos’?

Es una crónica de la preparación de una fiesta en una comunidad de pescadores muy muy chiquita, donde casi solo hay niños y niñas. Entre todos ellos uno, que es un poquito mayor, llama la atención, y poco a poco uno va entendiendo que él se siente más cómodo con los niños, porque cuando está a solas se viste de mujer.

Es un secreto que guarda, y a lo largo de la película vamos viendo sus ganas de quererlo compartir, con sus padres, con la sociedad, y poder vestirse de manera pública. Es casi una fábula sobre crecer en una comunidad de pescadores, estructurada entorno a cómo deja de guardar el secreto Arturo, y que termina siendo Dayanara.

Es una película en la que en el mundo de los niños la violencia estalla, e incluso se es testigo de un asesinato.

Sí, hay una muerte que interrumpe el proceso de la fiesta, y también las ganas que tiene Arturo de decirles a sus papás que quiere vestirse de mujer. Ocurre en la mitad de la película, hay una pausa, hay un duelo, un velorio, y sobre todo Arturo se lleva a los niños otra vez al agua, a jugar, a distraerse. Los niños hablan sobre eso, evidentemente, se vuelve parte de sus historias de fogata, la noche violenta. Pero después Arturo logra hablar con sus papás, es decir, la vida sigue su camino, a pesar de este tipo de incidentes violentos que por supuesto los marcan, pero que es importante decir que no los detiene.

Ese es un tipo de violencia muy explícita, pero hay otras más implícitas en la película, como que casi no hay adultos, porque están trabajando 24 horas al día, construyendo campamentos de pesca lejos de casa, y no vuelven en meses. O el hecho de que haya alguien que una vez que decide vestirse de mujer, o pedir permiso para ello, se empieza a sentir de manera mucho más explícita los gritos y burlas de «puto». O irse a trabajar a un espacio donde hay muchos más hombres, muchas más motocicletas, mucho más machismo. En ese sentido es una película que retrata varias capas de violencia que vive un chico que empieza un proceso de transformación a chica trans.

Es una película que para poder ser grabada la confianza ha sido indispensable, y para ello ha necesitado mucho tiempo.

Sí, fueron tres años de trabajo desde que llegué al pueblito. Para poder quedarme allí empecé ofreciendo dar clases de vídeo en la escuela primaria, y fue muy importante porque conocí a las abuelas, a los abuelos, y a todos los niños. Empezamos a grabar ‘cartitas’, como cortos pequeños, los mostrábamos a las familias, les gustó mucho ver que los niños estaban haciendo cosas. Llevé un proyector para mostrarlo, y eso me dio la idea de proyectar películas una noche sí, una noche no.

Fueron ocho viajes, y pasaron ocho meses a lo largo de ese tiempo, y cada vez que me veían los niños me preguntaban si iba a haber película, y cual iba a ser. Así se fue creando un vínculo con toda la comunidad de 200 personas, pero sobre todo, con la familia de Arturo hubo un vínculo muy fuerte, porque se convirtió un espacio en que podía compartir cosas que yo en mi casa no estaba compartiendo, y que tienen que ver también con mi identidad sexual, y eso dejó muy claro porqué estaba yo en este espacio haciendo una película.

Se puede decir también que usted es parte del documental, porque interactúa con los protagonistas, y tiene un papel importante.

Sí, la cámara se vuelve un cómplice o un compañero de secreto, de intimidad con Dayanara, con los papás, con las niñas, con los niños, por eso hablan con la cámara, le preguntan, hablan conmigo, porque yo soy la cámara. Eso ocurre porque estamos viviendo situaciones juntas y juntos, como la balacera (tiroteo), en ese momento estábamos ahí, una bala pudo habernos rozado a nosotros.

Cuando yo volví al pueblo, seis meses después de la balacera, me bromeaban, me decían: «¡Bruno! Te vimos correr como correcaminos, allí en las balas, pum, pum, pum». Creo que el hecho de verme expuesto a lo que ocurrió, y haber regresado, dejaba muy claro para ellos que lo que estábamos buscando era muy profundo, y de alguna manera nos volvimos compañeros en lo que estaba ocurriendo mientras filmábamos.

¿Cómo consiguió entrar en un círculo de intimidad tan profundo para poder grabar el momento en el que Arturo pedía a sus padres el permiso para vestirse de mujer?

Un par de noches antes, yo estaba entrevistando a la mamá, y me dijo que Arturo les contó a sus papás que era gay desde los 12 años. Entonces estábamos hablando de por qué yo no les había contado a mis papás, y empezó a cuestionarme. Le dije que tenía miedo, y ella me respondió que lo peor que te puede pasar es el secreto, puede ser que no lo entiendan, que se ofendan, pero el secreto, le va a doler mucho más.

Unos días más tarde, Arturo me dijo que había escuchado lo que su mamá me había dicho, y que ya no quería callarse, y que se lo quería decir, y le pregunté si lo podía grabar. También le dije que si se lo decía o no, funcionaría igual para la película, que no se sintiese presionado, porque las dos cosas son dramáticas, y hablan de lo difícil que es hablar de esas cosas.

Cuando estaba yo ahí grabando, ni la mamá ni el papá sabían que iba a pasar eso, pero cuando ocurrió la mamá entendía por qué estaba filmando, por qué había algo. Filmé con mucho trabajo, volteaba al papá, volteaba a la mamá, y les dije: ‘perdón, esto es muy de ustedes, ¿me salgo?’. Y me dijeron que no: ‘Tú te quedas’. Había una complicidad, los conocía desde hacía tres años.

¿Por qué decidió hacer esta película en ese en un pequeño pueblo de pescadores, totalmente fuera de tu entorno?

Había hecho una película antes, que se llamaba ‘Margarita’, y la filmé dentro de mi casa. Es sobre una señora que vive en las calles, en Ciudad de México y que tiene 45 años, y es vagabunda. Se volvió mi amiga desde muy chiquito, y la película empieza desde que me pidió entrar a mi casa y empezamos, no a vivir juntos, pero sí a pasar mucho tiempo dentro de la casa ella y yo solos. La película es el retrato de nuestra relación, por lo que tenía muchas ganas de hacer algo fuera de mi casa.

Tenía que ver con romper la relación con mi madre, de alguna manera, de hablar de cosas que no me atrevía a hablar dentro de mi casa, o dentro de mi ciudad, y así fue que empecé un viaje con una amiga, y llegué al Rulito por casualidad, fui porque me contó un niño que me dijo que por ahí pasaba Santa Claus volando, y eso me fascinó. Poco a poco fui entendiendo, porque al principio no lo tenía claro, que lo que estaba buscando era poderle contar a alguien que tenía un novio a escondidas, y que no se lo había contado a nadie, y cuando Arturo apareció y me dijo que él también tenía un secreto, hubo un vínculo tan fuerte, que lo justificó de alguna manera, y encontré la razón por la que había decidido estar lejos de casa.

¿Qué recorrido está haciendo la película?

Se estrenó en el festival canadiense Hot Docs, ganó un premio al mejor documental en el Festival de Lima, estuvo en Vancouver, en el Doc Montevideo, en el Open City en Inglaterra, ahora va a estar en el IDFA, festival de documental de Amsterdam, el festiva de Chicago, y alguno más que todavía no se ha hecho público. Va ha hacer un recorrido bonito.

Hasta ahora, ¿qué respuesta ha tenido la película?

A todo el mundo le toca mucho Dayanara sobre todo, pero también la comunidad entera. Me han compartido que es una película sobre el hecho de crecer, en este caso es acompañar a Dayanara, Arturo, que decide dar este paso, pero podría ser también Jule, el Carlitos, podría ser Estrella… los otros niños que salen en la película.

En este caso es la historia de Arturo que va a caballo y de repente brinca la cerca, y eso les conmueve mucho a las personas, sobre todo la escena de la cocina cuando pide poder vestirse de mujer, es algo que queda muy en el corazón, a la gente que la mira le intriga ver cómo logramos estar dentro de ese triángulo de tensión. Es el encuentro de dos secretos que necesitaban estar juntos a la hora de sacarlos.

Muchos de los cineastas no han conseguido atravesar el Atlántico. ¿Cómo ha logrado llegar a Biarritz en esta situación de pandemia?

Fue muy complicado, fue mandar mil cartas, conseguí el apoyo del IFAL, que es el Instituto Francés de América Latina en México, mandar papeles a la UNESCO, a las embajadas, y al final conseguí un permiso por algunos días, y también me hicieron varias pruebas de covid-19, al salir, al llegar…