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El inicio de la revuelta en Túnez hizo soñar hace diez años a toda la región

La inmolación de Mohamed Bouazizi en diciembre de 2010 en Túnez fue el catalizador de unas protestas que se extendieron por la región, dando lugar a las llamadas «primaveras árabes», un proceso que cambió la región con la caída de varios regímenes, pero también con el estallido de largas guerras.

Revuelta de 2010 en Túnez.

Harto de la corrupción y los abusos de la Policía, el 17 de diciembre de 2010 Mohamad Bouazizi, un joven vendedor ambulante de fruta, compró un bidón de gasolina, se roció el cuerpo y se prendió fuego frente a la puerta del Ayuntamiento de la pequeña ciudad tunecina de Sidi Bouziz, situada en una de las regiones más deprimidas.

Un agente le había humillado en público y confiscado toda la mercancía con la que ese día pretendía llevar un jornal a casa, y aunque él jamás imaginó que ocurriría, su desesperado acto de protesta se convirtió en la chispa que azuzaría las protestas en todo el norte de África y Oriente Medio y prendería las ahora marchitas «primaveras árabes».

Para algunos, el estallido de la revuelta en Túnez hizo soñar a toda región. Para otros, estos diez años han supuesto una «década perdida».

Ameni Ghimaji acababa de cumplir 18 años cuando participó en la gigantesca manifestación en Túnez que echó del poder a Ben Ali, el 14 de enero de 2011. «La revolución me demostró que todo es posible», afirma en declaraciones AFP diez años después. «No teníamos ningún plan de futuro, pero estábamos seguros de algo: cualquier cosa era mejor que aquello», añade Ghimaji, que trabaja ahora en el sector cultural en Túnez.

Esperanzas rotas

«La situación se ha degradado. Desde 2015 hasta la actualidad ha habido un retroceso en todos los sentidos, no solo en la forma de vida sino en los servicios estatales», subraya a Efe Hayet Hammami, portavoz de la asociación de jóvenes diplomados en paro en Sidi Bouziz, una de las más activas de la sociedad civil tunecina desde el inicio de la revolución. «La tasa de paro ha crecido el doble, casi el triple del porcentaje que dice el Gobierno. Se ha intensificado de forma enorme», incide. Una situación que, denuncia, está empujando a muchos jóvenes a emigrar, ya sea por vías seguras o por rutas clandestinas.

«Muchos de aquí se han ido a la costa e intentado cruzar a Italia. Conocemos a varios», indica Hamadi, que apenas tenía 14 años cuando la noticia de la acción exasperada de su vecino saltó la barrera de la censura gracias a la acción de la sociedad civil y de las redes sociales.

Su amigo Malik, sentado junto a un cartel en honor a Bouazizi, se lamenta de que «aquí no hay nada que hacer. Buscamos trabajo en la costa o en Túnez, pero tampoco hay nada. Sabemos que es peligroso cruzar, algunos de nuestros amigos lo intentaron y ahora están en la cárcel. Pero creo que intentarlo es mejor que esto».

La joven tunecina Houeida Anouar organizaba foros en internet que alimentaron las protestas. En aquel mes de enero de 2011 sabía que la buscaban y cuando salía a la calle, el miedo la atenazaba.

«La gente pensaba que la salida de Ben Ali iba a solucionar las cosas, pero se necesitan 20 o 30 años», incide. «No estoy segura de que yo vaya a ver Túnez con una situación política digna de ese nombre, pero soy optimista. No hay vuelta atrás posible sobre las libertades o la pluralidad política», remarca. «Y cuando vemos a Egipto», donde ha vuelto a caer una losa de plomo, «nos damos cuenta del camino recorrido en nuestro país», resalta con cierto orgullo.