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Concha recupera a su padre

El Archivo Real acogió ayer una ceremonia en la que el Instituto Navarro de la Memoria entregó a Concha Diéguez, de 90 años, los restos de su padre, tras ser identificado su ADN en la sima de Otsaportillo.

Concha Diéguez, de 90 años, recuperó ayer los restos de su padre, fusilado hace 84.

En abril de 2019, cuando se inhumaron en Iruñea los restos de 46 desparecidos en el panteón de los fusilados sin nombre, Concha Diéguez llevaba la primera de las cajas. Sus piernas no son tan tozudas como su cabeza por lo que hace un tiempo que la anciana no puede andar. Pero Concha sabía que, montada en su motito eléctrica, la imagen ganaba fuerza como denuncia.

El manillar de la motito escarlata luce dos pegatinas con la ikurriña y la enseña republicana. Ambas banderas, cuando se ven juntas, señalan sin fallo a alguien que ha sufrido injustamente a causa del fascismo.

Concha Diéguez, ese día de abril, llevaba el ataúd como si transportara los restos de su padre. Porque, hasta hace solo semanas, la anciana sabía a ciencia cierta que a su padre no le encontrarían nunca. Así pues, abrazar los huesos del desconocido le servía de denuncia y consuelo. A diferencia de lo que pasa con la mayoría de los desaparecidos de Nafarroa, al padre de Concha era imposible encontrarlo por mucho empeño que se pusiera. A Claudio, fogonero del ferrocarril vinculado a la CNT, lo mataron y enterraron en Sorozarreta, cerca de Altsasu. Y, después de que los fascistas lo cubrieran de tierra, volvió a ser enterrado en una carretera, la antigua N-1. Por eso era imposible dar con el anarquista de Etxarri-Aranatz.

En una ocasión, hará unos ocho años, Concha llamó a GARA desesperada. Decía que iba a ir hasta Sorozarreta con su silla de ruedas. Afirmaba, entre lloros, que se iba a tirar sobre el asfalto y que de ahí no la movían hasta que comenzaran a picar la brea. Alguien le convenció después para no hacerlo.

Este noviembre, cuando ya no esperaba nada, ocurrió el milagro. Entre los huesos hallados en Otsaportillo habían aparecido los restos de Claudio. Al final, resultó que el padre de Concha no estaba bajo esa maldita carretera que su hija tanto odió, sino en la sima ubicada a 13 kilómetros.

Ayer sucedió lo imposible. La anciana agarró en el Archivo Real otro ataúd y este sí contenía de verdad los huesos de su padre a quien Concha había abrazado por última vez con 6 años. La huérfana dejó de llorar de pena y rabia como en esa llamada a GARA para llorar de alegría.

Como los milagros no existen, se cree que en esta historia intervino otro antifascista anónimo. Se sabe que, a finales de los 50, al construirse la carretera, se encontraron restos humanos en Sorozarreta. En esos años, Otsaportillo era un referente para los del bando republicano, pues todos sabían que allí se habían arrojado cuerpos. La hipótesis es que alguien se enteró de que los huesos habían aflorado en la carretera y decidió llevarlos a Otsaportillo para reunirlos con los de sus compañeros.