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Entrevista
Mario Gas
Director de escena

«En muchas ocasiones una palabra puede valer más que mil imágenes»

Nacido en Montevideo en 1947, su trayectoria profesional como director teatral desde 1968 le avala como uno de los grandes nombres de la escena estatal.Su último logro es la adaptación escénica de ‘Pedro Páramo’ de Juan Rulfo, que este fin de semana podrá verse en el Victoria Eugenia de Donostia.

Mario Gas estará este fin de semana en Donostia con ‘Pedro Páramo’. (David RUANO)

​A Mario Gas le gustan los retos. Quizá por eso decidió aceptar una propuesta de la que muchos otros hubieran huído al considerarla una temeridad: llevar al teatro ‘Pedro Páramo’, la inmortal novela de Juan Rulfo. Sin embargo, pese a las dificultades inherentes a un proyecto de semejante envergadura, Mario Gas sale triunfante del envite con un montaje que, protagonizado por Vicky Peña y Pablo Derqui, este sábado aterriza en Donostia y que a finales de enero podrá verse también en Bilbo.

​Según ha manifestado, este montaje surgió cuando le presentaron el trabajo de adaptación que había hecho Pau Miró sobre la novela de Juan Rulfo. ¿Qué posibilidades vio en dicho material?
‘Pedro Páramo’ es una de las novelas cumbres del siglo XX, de ahí que cuando, desde la productora, Focus, me hicieron llegar la propuesta, me mostrase muy interesado. Aún así me parecía muy difícil adaptar dicho texto a escena. No obstante, cuando me pasaron la versión que había escrito Pau Miró me pareció un trabajo espléndido. No solo respetaba la esencia de la novela sino que en lugar de intentar hacer una narrativa paisajista y descriptiva, repleta de personajes, era un texto pensado para dos actores que, a modo de oficiantes, nos van contando una historia encarnando, a su vez, a los distintos personajes que pueblan dicha historia.

Siempre se ha dicho que ‘Pedro Páramo’ es una novela inadaptable, que su caudal literario se vería forzosamente reducido en su trasvase a otros medios. ¿No le dio vértigo enfrentarse a lo que durante años se consideró algo imposible?
En parte sí, pero también resulta estimulante embarcarse en empresas de esta naturaleza. Para hacer algo fácil, mejor te quedas en tu casa. Sabíamos que nos enfrentábamos a un montaje de una teatralidad compleja pero que si lográbamos llegar donde queríamos podía ser una obra que calara muy directamente en el público. De todas maneras, insistir en la idea de que tal o cual obra es imposible de adaptar resulta, a estas alturas, una suerte de lugar común. También se dijo durante mucho tiempo que el teatro de Valle Inclán era para ser leído más que para ser representado, algo que hoy ya nadie comparte. Aquí teníamos la ventaja de partir de un gran trabajo de adaptación, de tener a dos actores como Pablo Derqui y Vicky Peña al frente y de contar con un gran equipo técnico. Sobre esta base se trataba de hilar fino consiguiendo una puesta en escena y unas interpretaciones que avanzasen al mismo ritmo que la historia.

De todas maneras no deja de ser curioso la cantidad de novelas que en los últimos años se están adaptando al medio escénico. ¿A qué atribuye esto?
De una parte a que las fronteras entre los géneros literarios se van poco a poco diluyendo y creo que eso en sí es algo bueno porque te permite ampliar tus opciones de búsqueda. Pero también hay como una moda por dar visibilidad a ese concepto de transversalidad, como si fuera algo que definiese la creación cultural contemporánea cuando lo cierto es que no se trata, en absoluto, de una cosa nueva. De hecho algunas obras de Steinbeck o Galdós ya fueron adaptadas al teatro en su momento sin que se pusiera el énfasis en su origen novelesco. Lo que está claro es que en cualquier historia que se narre existe una teatralidad. ¿Es difícil en muchas ocasiones encontrar esa teatralidad? Por supuesto que sí pero, al fin y al cabo, cuando adaptas una novela al cine o al teatro lo que estás acometiendo es una traducción y, en este sentido, lo que debes de tener es la clarividencia de coger aquella parte de esa novela que te permita que la historia funcione escénicamente por sí misma, porque ninguna traducción se hace al pie de la letra.

Una de las claves de su montaje es la importancia que confiere a la palabra en su fuerza evocadora. ¿Cree que el teatro debe volver a confiar en el poder de la palabra?
La importancia alcanzada por el lenguaje audiovisual nos lleva a dar por buena esa máxima según la cual una imagen vale más que mil palabras. Pero en mi experiencia como director de escena he llegado a la conclusión de que, en muchas ocasiones, una palabra también vale más que mil imágenes. La imagen es algo concreto pero la palabra evoca, y como tal genera una imagen o una reflexión, o una emoción, en la mente de quien la recibe. El lenguaje puede ser un depredador de ideas pero también es la máxima herramienta de comunicación que tenemos. Desde este punto de vista, no se trata tanto de reverenciar la palabra como de restituir el valor intrínseco que tiene a la hora de definir realidades. Creo que debemos reaprender a escuchar y no pensar que la palabra es algo obsoleto frente a la imagen a la hora de evocar otros mundos. Esa ha sido nuestra apuesta con este montaje, usar la palabra como elemento fundamental de la transmisión sensorial huyendo del artificio.

De hecho el montaje avanza como una suerte de letanía, algo que no sé si está conectado con esa idea que usted lanza de que esta obra es un «diálogo entre muertos sobre los vivos».
Realmente no sabemos desde donde nos están hablando estos dos personajes, no sabemos si están muertos o vivos, pero para mí lo relevante son todos los escenarios a los que nos transportan, escenarios donde emergen temas como el ejercicio del poder, el amor o la lucha de clases.

Viendo la obra en la actual coyuntura ese diálogo de difuntos cobra una dimensión especial. Sobre todo a la hora de ilustrar el desasosiego, la incertidumbre, el miedo, sensaciones que ahora mismo dominan nuestra realidad.
Las grandes obras como ‘Pedro Páramo’, lo son, precisamente por su capacidad para ayudarnos a entender coyunturas extraordinarias que nos golpean de manera colectiva.
Entre el momento actual y esa sociedad entre real y onírica a la que apela Juan Rulfo hay un punto de unión que aflora, sobre todo teniendo en cuenta que esta situación que estamos viviendo nos tiene especialmente sensibles.

¿Cree que una obra como ‘Pedro Páramo’ entronca con la necesidad por activar la memoria de los pueblos?
La incertidumbre que nos genera el futuro es tal que resulta imposible caminar con una cierta seguridad en la construcción de un proyecto común si no sabemos de dónde venimos, si ignoramos todo aquello que nos ha servido para ser quien somos. Eso es fundamental para seguir avanzando porque el olvido solo conduce a que repitamos nuestros errores. Y esa es una reflexión que está muy presente en ‘Pedro Páramo’.

En este sentido, los personajes aparte de tener un halo fantasmagórico funcionan casi como arquetipos. ¿Cómo encara uno la dirección de actores cuando los intérpretes tienen que encarnar personajes de una dimensión tan etérea?
Para mí la parte vehicular fundamental del teatro son los actores. El trabajo con ellos es lo que más me gusta de mi labor como director y en este caso nos planteamos el trabajo de puesta en escena desde ellos, desde su labor. Teníamos muy claro que no debíamos sobreinterpretar ni caricaturizar sino que debíamos encontrar una línea tenue entre la narración, el arquetipo y la proliferación de personajes pudiendo encarnar cada uno de estos a partir de unos pocos detalles. Fue un trabajo de búsqueda conjunto que nos mantuvo durante todo el proceso hallando los matices que nos permitieran transitar de unos personajes a otros, de unas situaciones a otras. Es un trabajo difícil pero fascinante a la vez. A mí con los actores me gusta tejer redes y no dirigirles a partir de ideas preconcebidas o de forma autoritaria.

El éxito y el recorrido que está teniendo este montaje teatral parece desmentir ese sambenito de «actividad no esencial» con el que han tenido que luchar las producciones culturales a lo largo de estos últimos meses.
Sí, pero tampoco podemos llamarnos a engaño. Vivimos en una sociedad neoliberal donde, salvo contadas ocasiones, la clase política no acaba de entender la importancia vital que tiene la cultura a todos los niveles. Un pueblo que no ama su cultura es un pueblo muerto y un gobierno que no apoya la cultura es un mal gobierno que no entiende que ese alimento espiritual es fundamental para la supervivencia anímica del ser humano y de la colectividad.