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Entrevista
Stéphane Demoustier
Cineasta

«Nadie, ni siquiera un tribunal de justicia, tiene acceso a la verdad»

Nacido en Lille (1977), tiene una amplia experiencia como productor y director. Su debut aconteció en 2014 con ‘Terre battue’. Casi todos sus trabajos ponen el foco en las tensiones familiares y en la vida de los adolescentes. Su último trabajo, ‘La chica del brazalete’, llega a los cines.

Stéphane Demoustier dirige ​‘La chica del brazalete’. (J. DANAE | FOKU)

‘La chica del brazalete’ es un ­thriller judicial canónico. Sin embargo, el suspense de este tercer largometraje de Stéphane Demoustier no se concentra en conocer la culpabilidad o inocencia de la protagonista del filme (una adolescente acusada de asesinar a su mejor amiga), sino en la mirada de su perplejo padre, quien intenta descifrar el enigma en el que, para él, se ha convertido su propia hija.
 
El punto de inspiración para esta película fue un caso real que aconteció en Argentina. ¿Cómo fue el proceso de escritura del guion a partir de aquel suceso?
Aquel caso realmente fue un detonante. Mi trabajo como guionista fue tomar aquella historia y diluirla en un relato más personal donde también confluyen cosas que he visto o situaciones que he imaginado. Por lo tanto, no sé muy bien dónde localizar el punto de inspiración de esta película: estaría en muchas partes y, a la vez, en ninguna. Los cineastas, en el fondo, somos ladrones de ideas, las tomamos de aquí y de allá. En el caso de ‘La chica del brazalete’, para mí lo más determinante fue asistir a muchos juicios y ver cómo se desarrollaban estos procesos. A partir de ahí empecé a pensar en qué contexto social podía situar una historia como la que quería contar.
 
Da la sensación de que, a pesar de ser un thriller, para usted lo relevante de esta historia es el conflicto generacional que subyace en ella, ¿es así?
Para mí los géneros cinematográficos son una suerte de asidero al que te puedes agarrar para explorar otros escenarios. En este caso decidí rodar un ­thriller judicial con elementos de suspense, porque esa estructura narrativa me permitía profundizar en aquellas cuestiones que verdaderamente me interesaba abordar, cuestiones como ¿qué sabemos realmente de nuestros hijos? o ¿hasta qué punto les conocemos? Esas preguntas hicieron que la película esté narrada desde el punto de vista de los padres de la protagonista, quienes, al observar a su hija, lo que hacen es intentar desencriptar sus conductas. He ahí el verdadero elemento de suspense que yo creo que tiene el filme, más allá de saber si la chica es culpable o inocente del crimen que se le imputa.
 
De hecho, durante el juicio parece que se esté juzgando más un modo de vivir la adolescencia que un suceso criminal. ¿Cree que atentar contra la moral establecida nos predispone a ser juzgados con más rigor?
Es cierto que en las escenas del juicio, más que dirimir la culpabilidad o inocencia de Lise lo que parece que se esté juzgando es el comportamiento de una generación a la que no acabamos de entender y cuya conducta cuestionamos atendiendo a criterios morales, criterios que no deberían tener cabida en un tribunal porque resultan ajenos a la estricta normativa legal pero que, sin embargo, tienen su peso en la criminalización de la persona. Asistiendo a juicios pude comprobar cómo acusaciones y defensa tratan de influir en el jurado popular, no apelando a derecho sino con argumentos moralistas.
 
¿Y cree que, en el caso de la protagonista de su película, el hecho de ser mujer la predispone más aún a ese juicio moral?
No hay duda de que si en vez de ser una acusada hubiera sido un acusado el tono de los debates hubiera sido distinto, por mucho que la fiscal sea también una mujer. Pero por encima de su género está su condición de acusadora, de persona que intenta criminalizar a otra mujer reprochándole comportamientos inmorales o impropios de su condición. Porque más allá de cuál sea tu género o a qué generación pertenezcas, los prejuicios más poderosos son aquellos que tienen que ver con las tensiones de clase. Son esas diferencias de clase las que alimentan ese conservadurismo que impera en las instituciones.
 
Su película evita en todo momento una mirada paternalista sobre los adolescentes pero, aun así, ¿no le dio un cierto miedo acercarse a una generación que no es la suya?
Uno siempre se pregunta eso: ¿Estoy realmente autorizado a contar esta historia? En este caso la respuesta fue claramente “sí”, porque yo en ningún momento he pretendido rodar esta película asumiendo el punto de vista de una adolescente, sino que me he limitado a adoptar una posición de observador: no me interesaba juzgar a mis personajes ni tampoco intentar explicar sus motivaciones. Ahora bien, a la hora de retratar el mundo de los adolescentes sí que tenía miedo de ser víctima de mis propios prejuicios y de que eso me llevase a construir personajes muy estereotipados. Por eso di a leer el guion a varios jóvenes. La mayoría me dio el visto bueno, me hizo ver que se trataba de caracteres creíbles en cuyos comportamientos se reconocían. Eso me tranquilizó.
 
¿Fueron las únicas opiniones que recabó a la hora de documentarse?
No. Aparte de los adolescentes a los que facilité el guion, también se lo pasé a un juez de menores y a dos abogados criminalistas. No quería hacer una película con un valor documental sobre el funcionamiento de la justicia en Francia, pero sí que me interesaba reflejar fielmente determinados procedimientos. Ese empeño me llevó, a su vez, a rodar en un tribunal de verdad, no en un decorado. Mientras hacíamos la película, en las salas contiguas se estaban celebrando juicios y eso creo que fue un factor de inspiración para los actores.
 
Pese a que su mirada está libre de prejuicios, en la película se deja sentir su inquietud ante ciertos temas como esa banalización de la violencia que se da entre los adolescentes.
Me preocupaba no hacer sensacionalismo con esa cuestión. De ahí que cuando graban a la protagonista haciendo una felación a uno de sus compañeros, también consulté a varios jóvenes preguntándoles si la difusión de este tipo de contenidos era habitual entre ellos. Y fueron muchos los que me contestaron: ‘Sí yo conozco a una amiga o a un amigo al que le pasó algo parecido’. Los adolescentes de hoy son la primera generación que ha crecido asumiendo esa banalización de la violencia ligada al desprecio por la intimidad, algo que se entiende si vemos todos los medios y toda la tecnología que tenemos actualmente y que favorecen la frivolización de determinadas actitudes que, a muchos nos parecen terribles. Se trata de una generación que está descubriendo, a la vez, todas las ventajas y todos los inconvenientes que conlleva este nuevo escenario y eso es complicado. No me habría gustado estar en su lugar.
 
¿Ese deseo de aproximarse a un escenario de ambigüedad evitando ofrecer respuestas al espectador fue premeditado?
Quería que el espectador fuera testigo de un proceso donde no existen verdades irrefutables, donde, aun después de ser emitido el veredicto, la duda siguiese existiendo. Porque creo que nadie, ni siquiera un tribunal de justicia, tiene acceso a la verdad, todo está abierto a la interpretación. Ese fue el punto de partida que me inspiró la historia pero también fue una exigencia que me impuse a mí mismo y que me llevó a jugar con la ambigüedad, para que cada una de las situaciones que se muestran en el filme pueda interpretarse desde diferentes enfoques. Soy consciente de que esta propuesta me hace jugar a la contra en una sociedad donde lo que se demanda son soluciones fáciles, verdades sólidas, pero justamente por eso me parecía interesante.
 
Tanto en ‘La chica del brazalete’ como en sus anteriores largometrajes, acomete un retrato de las tensiones que afloran en la institución familiar. ¿Es un escenario que le inspira?
La familia es un microcosmos que refleja a la sociedad en su conjunto. Es un lugar de acogida y de protección pero también un escenario de conflicto que puede llegar a asfixiarnos. Pero más allá de la familia, lo que me interesa es acercarme a los miembros más jóvenes de éstas porque se trata de personalidades que se están formando, que están en un proceso de experimentación continuo y que, pese a ello, aun denotan una integridad y una pureza muy llamativas que luego, en nuestra etapa adulta, vamos perdiendo.