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Nunca nos quedará Turín

Jugadores de la Real al término de encuentro. (Marco BERTORELLO / AFP)

Cuando esta pandemia sacudió nuestras vidas y también nuestras diversiones, la primera cosa en ponerse a rodar fue el balón: «show must go on». La segunda, la estadística; enseguida nos explicaron que en el fútbol de la nueva normalidad el factor campo se había diluido casi hasta desaparecer, que los equipos visitantes habían pasado de ganar el 27% al 31% de las veces, que los de casa ya no tiraban 13 veces a puerta sino 11, que los árbitros ya no expulsaban a 0,11% foráneos sino a 0,09%...

Como en cualquier trauma humano, tras la negación y la frustración llegó la aceptación, la adaptación. Dicen que las cosas van volviendo a su ser y que lo que se percibe ahora en los datos estadísticos es otra cosa más intangible, más profunda, más melancólica: un ritmo menor, una caída de pulso, pura resignación ante lo imprevisible de cada partido, de cada día. Y así hemos llegado a este 18 de febrero de 2021, a lo inverosímil y absurdo, al reflejo pálido de lo que seguro hubiera sido un gran día en Donostia; a un Real Sociedad-Manchester United en Turín.

La profesionalidad es una tabla de salvación en estas coyunturas pandémicas. Txuriurdines y reds jugaron sin gente igual que los periodistas teletrabajamos con nostalgia de redacción, que los hosteleros tienen que tirar de «take away» o que los obreros se aclimatan a echar cemento con la mascarilla puesta: lo mejor que pueden, que podemos. Está claro que el Manchester lo hizo mejor, ganó 0-4 y pudieron ser más. Es lo de menos.

¿Hubiera sido diferente en campo propio y lleno? Seguro que sí. No son estadísticas, tan frías como este fútbol pandémico, es la vida real: no cuesta imaginar una grada rugiendo con las dos ocasiones en los dos primeros minutos, estirando el pie cuando Remiro frenó al rival, silbando luego para que el VAR no validara el 0-2, maravillándose después con la precisión de las contras del United, aplaudiendo a un rival que hizo honor a su historia y seguro marchándose a casa soñando con que en el Teatro de los Sueños hasta lo imposible puede ser real.

Quizás para los futbolistas lo de ayer no fuera tan diferente a otro día de trabajo. Es en el planeta del ocio, en la fiesta de la vida, donde no hay alternativa, resignación, ni consuelo en una tarde como esta. Solo que vuelva el factor campo. O simplemente el campo.