«La diversidad sexual nos afecta a todos, de una u otra manera»
Al cabo de una década, este es el último año de Pau Guillén al frente del equipo de Zinegoak, el Festival de Cine de Artes Escénicas Gaylesbotrans de Bilbo. Una despedida que no es tal, en una edición de transición comprometida y luchadora, como siempre.

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El mensaje de la edición número 18 de Zinegoak, el Festival de Cine y Artes escénicas Gaylesbotrans de Bilbo, es optimista: ‘Sin género de dudas’. Un juego de palabras que da para mucho, para muchas visiones, tantas como personas e identidades. Este certamen, que arrancó como una manera de dar visibilidad al colectivo LGTBI se ha convertido, con el tiempo, en algo más amplio, en un espacio militante donde el cine cumple su función de abrir nuevos horizontes de reflexión y de aprendizaje.
Anoche arrancaba en el Teatro Arriaga una programación que se prolongará hasta el 14 de marzo, en la que conviven, como dice con humor Pau Gillén, títulos sobre cuestiones de vanguardia en el colectivo LGTBI y que al público en general le pueden «sonar a austrohúngaro» –como la canadiense ‘La fábrica del consentimiento: una mirada lesbo queer’– con filmes en los que se ofrecen diferentes visiones sobre cuestiones tan de actualidad como la construcción identitarias en las nuevas generaciones u otras que debieran abrir vías a la reflexión sobre la maternidad y la crianza en grupo. Zinegoak no deja de ser presencial pero tendrá una ‘ventana’ en la plataforma Filmin.
Dieciocho años y se despide. Parece el cierre de un ciclo.
En mi caso son diez. Llevo varios pensándolo, pero este sí que ha sido muy obvio por una cuestión: soy de Alicante, y siempre he estado yendo y viniendo, con mucha presencia aquí. Pero con todo esto del virus, me he pasado todo el año allí y me sentía bien, porque creo que es una circunstancia y no pasa nada, pero también me ha dado cuenta de que quiero que esto se mantenga y no me parece bien que la dirección no esté en el espacio donde ocurre el evento.
Con la pandemia ha habido un cambio de paradigma, en general, y también en los festivales. Supongo que también habrá tenido que ver con su decisión.
Sí, ayuda. Da como cosa, porque llevas tanto tiempo y tienes la sensación de que ha crecido de forma bonita, pasito a pasito, y de que ha creado un equipo de gente que somos familia, que hemos conseguido que se nos vea como un evento bien hecho que cuenta cosas de verdad, que conecta a nivel emocional, que hace comprender la diversidad sexual no como algo ajeno sino como algo propio de todo el mundo... y cuesta desprenderse de eso. Creo que, a pesar de la pena que da, es importante dar un pasito, no a atrás sino a un lado. Yo no desaparezco, sigo.
¿Cuántos están en el equipo? Porque, al ver la programación (tres secciones oficiales, proyecciones en otras tantas sedes de la ciudad y la incorporación de Lekeitio y 40 localidades más), parece un festival potente. Tienen un espacio para los profesionales, forman parte de un circuito europeo de festivales LGTBI...
Es un festival pequeño. A mí me genera mucho orgullo que nos comparen con otros eventos grandes, pero el festival presupuestariamente es muy pequeño. Este año estamos en torno de los 110.000-120.000 euros.
Bajo, si lo comparamos con otros festivales.
No me gusta comparar, pero has dado en la clave. Si el festival sale no es por mí, sino por todo el equipo, porque hay mucho activismo. Hay un compromiso, porque si se hiciera solo en base a un presupuesto no sería lo que es, ni de casualidad. Aquí hay un componente emocional y un compromiso activista por hablar con naturalidad y por compartir una visión, y eso es lo que hace que el festival funcione de esta manera. Yo creo que eso se transmite.
El festival, además, se ha convertido en una plataforma de diálogo y en un paraguas. Ahora, por ejemplo, está pasando con la nueva Ley Trans, que no es nuestro foco, pero a veces se generan espacios de confrontación dentro de colectivo LGTBI, y el festival ha logrado ser una especie de paraguas donde, al final, terminamos juntándonos incluso las visiones más enfrentadas, viendo que llegan nuevas referencias a través de las películas y que podemos atemperar las cosas y crear espacios de diálogo…
Creo también que los espacios de diálogo se han alargado hacia el resto de la sociedad y hemos pasado a construir un discurso, sobre todo en los últimos años, de que la diversidad sexual no es algo que nos afecte solo a algunas personas. Porque nos afecta a todos, de una manera o de otra: a quién amamos, cómo nos construimos, cómo expresamos nuestra identidad sexual… eso, de una forma o de otra, a todas nos atraviesa.
El festival ha logrado ser una especie de paraguas donde, al final, terminamos juntándonos incluso las visiones más enfrentadas
Desde que empezaron ha cambiado no solo el festival, sino también el público y la industria. Tampoco creo que hubiera tantas películas hace 18 años sobre esta temática.
Sí, eso es así. Pero es que además el festival nace con otra intención: la de empoderar al propio colectivo y convertirse en un espacio de encuentro más allá del ocio nocturno, porque hace 18 años no había internet, ni redes sociales ni nada… Hace 18 años yo tenía 27-28 años, y me preguntaba: «¿Cómo me relaciono con otra gente? ¿Cómo sé dónde hay otra gente como yo?». Decidimos entonces que era importante crear un espacio de convivencia y de encuentro con la cultura, con el ocio, con la generación de referencias y que fuera más allá del ocio específicamente nocturno y de los espacios claramente reivindicativos. Es decir, queríamos abrir nuevas vías. Y de ahí nace el festival, y eso hace que pasemos de cuatro días en la primera edición a dos semanas, en las que este año nos metemos en varios meses.
Hay un gran tema que atraviesa la programación este año, la de la construcción identitaria y que aparece en «Petite fille», del homenajeado este año Sébastien Lifshit, sobre una niña trans de 6 años, o el ciclo «Brasil Transversal», sobre las vivencias de las personas trans en el Brasil de Bolsonaro. ¿Es algo buscado o es por el interés de los cineastas en temas de actualidad?
Te diría que es casi un 50%. Todos los años buscamos algo que tenga que ver con lo que está ocurriendo. El comité de selección está tres meses viendo películas y siempre se pregunta: ¿Qué tenemos que buscar este año? Cine de calidad, pero una vez pasado ese salto, intentemos que tengan que ver con la construcción identitaria, con elementos no binarios… ¿Qué pasa? Que igual que nosotros estamos con esa mirada en la vanguardia y en esta actualidad rabiosa, quienes está haciendo cine está contando lo mismo. Te hago un inciso: el domingo pusimos “Petite fille” y se me ponen los pelos de punta: qué preciosidad de película, qué capacidad la de ese hombre de conectar emocionalmente con los personajes y de ofrecerlos de una forma tan honesta y tan digna. En la sala de la Alhóndiga seríamos unos 180. A día de hoy, esto es un lujo. Y conseguimos algo que habitualmente no ocurre: que cuando terminó la película y Sébastien apareció por conexión virtual, no se fue nadie.
La conexión emocional con la niña trans de 6 años protagonista de la película de Lifshitz te hace ver las cosas desde otra perspectiva
¿No hubo voces en contra?
Ni una. Estaba previsto que las hubiera y además está bien que se dé. Creo que el espacio daba para que se produjera un debate sosegado, que alguien pudiera decir que no estaba de acuerdo y que su postura es otra.
Es una cuestión que levanta ampollas actualmente.
Está muy polarizado en la sociedad. Recomiendo a todo el mundo que vaya a ver la película, porque te ayuda a conectar las cosas de otra manera. Es una vivencia tan potente la de esa niña que dices: «¿De verdad no vamos a ser capaces de coordinarnos para intentar ver si esto deja de ser algo que duela y que hace que se pierdan infancias?». Vamos a sosegamos. Yo entiendo que a veces se enconan las posturas por cuestiones que están fuera del espacio troncal. No lo sé, no es el espacio en el que trabajo normalmente, pero la conexión emocional con esa criatura te hace ver las cosas desde otra perspectiva, y yo confío en ello.