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La ciudad a 90 cm del suelo


En la urbe global, cada año 500 niños y niñas mueren en accidentes y atropellos, y está más que demostrado que la cifra de los 30 km/h es un límite que no debe de superarse en ciudad. Eso es ya de por sí preocupante, y lo es más si pensamos que alrededor de 127.000 niños y niñas mueren por causas relacionadas con la polución a nivel global. Como remate, el peligro no acaba con la infancia, ya que un 81% de los adolescentes de entre 11 y 17 años tienen carencias físicas, en gran parte por el entorno construido que los rodea.

El coche es un problema insalvable para muchas personas que, sin duda alguna, preferirían vivir con la escuela a tiro de piedra, tener comercio local cerca y poder ir andando a trabajar. Lejos de querer hacer demagogia urbana, hay que pararse a pensar que existen dos niveles para atajar esta situación que afecta con mayor virulencia a la infancia. Por un lado, podemos lanzar la mirada desde lo más alto, hacia la ordenación del territorio, cómo creamos nuevos barrios, nuevas calles, nuevos equipamientos públicos. Esta mirada es problemática por las cantidades económicas que requieren, y la maraña de intereses políticos, técnicos y económicos a sortear.

Otra mirada más inmediata se centra en la escala de barrio, de manzana y de detalle urbano. Este es un caso más interesante, porque plantea un futuro en el cual, con los cambios adecuados, un barrio se puede convertir en amigable para el tránsito peatonal, para la infancia, para los y las cuidadoras, para todos y todas.

Los caminos escolares son ejemplos de cómo se puede incidir en un barrio ya construido y consolidado y convertirlo en un lugar más amigable y democrático, desde el punto de vista urbano. Podemos enfocar ese punto de vista desde muchas vertientes distintas, desde la edad, desde la concepción de clase, de mirada de género… Un caso muy interesante es poner ese punto de vista a 90 cm del suelo, o lo que es lo mismo, la altura de los ojos de una criatura de 3 años.

Al diseñar este tipo de caminos, que no son sino recorridos establecidos que usan los escolares desde sus hogares hasta el centro educativo, debemos de pensar cómo querríamos que fuera un camino en el que dejar solos a nuestras hijas e hijos de camino al colegio: deberían de ser seguros, deberían de promover la autonomía de los niñas y niños, deberían de promover una movilidad activa y fomentar la reducción de desplazamiento a motor.

En el caso de la infancia, existe un discurso en ocasiones incoherente sobre la necesidad de dotar de autonomía a niñas y niños, y un impulso de sobreprotección. La aparición e implantación masiva del automóvil en la ciudad moderna de la segunda mitad del siglo XX segregó los espacios públicos y puso al peatón en un segundo plano y a la infancia, en especial, en último lugar de las políticas públicas. Esta posición de indefensión aparente ha llevado a pensar que la infancia está en constante peligro en el espacio público, y por lo tanto se ha segregado del espacio público que, años atrás, tradicionalmente ha poblado. Todo esto, junto con otros factores sociales, económicos y demográficos, ha propiciado la aparición de la sobreprotección de la infancia. Esto es perjudicial, ya que retira del escenario de aprendizaje escenarios fundamentales que permiten el desarrollo de la evaluación de riesgos, responsabilidad personal y asunción de consecuencias, y en último término la merma de la autoestima y creatividad.

Iniciativas cercanas. Las iniciativas de esta índole se han venido sucediendo desde los últimos diez años, con distinto tipo de éxito. Evidentemente, las claves del éxito son numerosas, no basta una mera voluntad del centro educativo o de la asociación de padres y madres; es necesaria una implicación de la Administración pública no solo en el aspecto social, sino también en las áreas de planeamiento y obras, y una mirada no solo a corto plazo, sino a medio; también es necesaria, en algunas fórmulas determinadas de camino escolar como el ‘autobús a pie’, una red de voluntariado de los propios padres y madres, y una constancia en el proyecto.

La Comunidad Autónoma Vasca ha sido pionera en este tipo de iniciativas a nivel estatal, en Donostia y en Zarautz. En este último caso, la ikastola Salbatore Mitxelena y el Ayuntamiento de Zarautz se colocan como un referente en todo el Estado español al desplazar a 500 estudiantes por bicicleta diariamente. Si se puede en Zarautz, ¿por qué no en Bilbo o en Iruñea?