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Sevilla no tiene un color especial

Sevilla no huele a pasión, las calesas parecen más una foto de postal con el cuenta kilómetros a cero que un reclamo al turismo que no está ni se le espera. Las aficiones rojiblanca y realista son especies exóticas hoy en Sevilla. 

Aficionados del Athletic en el río Guadalquivir. (Monika DEL VALLE / FOKU)

Sevilla no tiene un color especial… No huele a pasión, ni a afición. Solo el barrio de Triana engalana balcones y ventanas de morado y en las entradas de las iglesias la gente aguanta una resignada cola para mostrar su devoción a los pasos que un año más se quedarán sin ver el sol de primavera de la capital hispalense. Las calesas parecen más una foto de postal con el cuenta kilómetros a cero que un reclamo al turismo que no está ni se le espera. Semana Santa, Feria de Abril y dos finales de Copa. Y nada que llevarse a la boca. La pasión va por dentro.

Como la de las aficiones rojiblanca y realista. Especies exóticas hoy en la ciudad a orillas de un Guadalquivir siempre hipnotizante, con la Torre del Oro al fondo y el puente de Triana a cuyo inicio un vendedor de garrapiñadas hace de portavoz de un lamento generalizado, «no vendemos nada». Vascos en Sevilla, sería el título nada ocurrente de esta aventura matutina en busca de seguidores del Norte, o del Sur traidores a Betis y Sevilla. Parking público en los aledaños de los Jardines del Alcázar, y pregunta de rigor al “gorrilla” de turno que se saca un par de euros por hacer que los bajos del coche rocen en una cráter no señalizado. «¿Que gane el Athletic o la Real?», ingenuo de mí. «Yo de ezo no zé nada, de furbol, nada», mientras me señala una tolva que sobresale huérfana allí donde la camiseta no llega y el pantalón lo alcanza. 

Siguiente parada, la Taberna Viña Jarrillera, en los aledaños de la Catedral, donde tiene su sede la única peña rojiblanca de la ciudad, montada por un dicharachero seguidor de Portugalete que nos recibe de plática a la entrada del establecimiento, con un amigo y buen conocido, el periodista José Ituarte. Fernando de la Fuente reconoce que no es muy de mascarillas, y se nota, pero sí del Athletic. Estos días, su bar es lugar de peregrinación de prensa bilbaína y aficionados. «Éramos unos veinte socios, y hemos sumado otros quince al menos», saca pecho mientras cambia de música y pone a Benito Lertxundi.

Hostelero, hasta el gorro de las limitaciones del Ayuntamiento para poner terraza o la televisión en el interior, más que de las restricciones por la pandemia, reconoce que de haber coincidido la Semana Santa y la final copera sin estas cortapisas, «esto hubiera sido un desastre». Afronta la final con tranquilidad, confiado en la victoria del Athletic para rememorar aquella de 1983 que vivió en tierras vizcaínas. Hoy, verá el partido en casa, aunque un amigo gaditano ya le ha avisado que se acercará hasta su bar para ver por lo menos la primera parte… que aquí la hostelería cierra a las 22,30 y el toque de queda es la 23.00. Que le dé tiempo a volver a Cádiz ya…

Antonio Luque Ortega es el presidente de los hosteleros sevillanos, y como regidor del bar Torero Tapas sabe de lo mal que lo están pasando y lo doloroso que está siendo una final vasca sin decenas de miles de hinchas. «Aquí los vascos se lo pasan bien por nuestra forma deser… Les gusta también nuestra comida… Aquí, tres días los vascos, sería como recibir el agua de mayo. Este color de primavera y el olor azahar no podemos compartirlo, han cerrado ya más de 1.500 bares, pero yo les digo a los míos que está prohibido rendirse», se lamenta. Se confiesa del Betis, y no se arranca con un favorito para la final de hoy. «Que gane el que se lo merezca», tercia como Pilatos.

Nada, en el centro de la ciudad concurrida de sevillanos, da pie a pensar en la final de Copa que se disputa esta tarde. Ni siquiera en la concurrida entrada al barrio de Triana. Allí, en el mercado de abastos, tranquilidad absoluta, puestos coloridos, poca gente, las alubias de Tolosa a 12 euros el kilo y un ˝preñado˝ de queso azul que pide a gritos tragarlo con una cañita. Y dónde mejor que en la peña bética de Triana, junto a la capilla de la Esperanza. Alex, un joven, espera tras la barra. «¿Hoy es la final?», me interroga al percatarse del pin del Athletic en mi mochila. Así está el patio. Aun así, como buen anfitrión, dice que prefiere al equipo bilbaíno, «menos a Raúl García, que siempre nos la lía. Es como el ˝comandante” Morales, que no le marca a nadie salvo al Betis». No solo eso, se reconoce admirador de la «mitología» del Athletic, que dicho así, suena hasta mejor. Mañana juega su Betis, así que nos deseamos suerte mutua.

Los athleticzales apenas se dejan ver, sí durante la mañana animando junto al hotel de concentración del equipo, cerca del estadio, o subidos a un bote decorado presto para surcar el Guadalquivir. Pero, sorpresa, sorpresa, aparecen como salidos de una plegaria dos jóvenes en una estrecha callejuela de Triana, con la camiseta rojiblanca tatuada sobre el cuerpo. Son Miguel Ángel y María, 23 y 20 añitos, de Córdoba, por más señas de Pozoblanco. Acento cordobés, «lo de ser del Athletic nos viene de familia». Y no del Norte, sino de su abuelo Juan Solana, impulsor de la peña Los Leones de Pozoblanco, fundada allá en 1970. «Yo de pequeño era del Barcelona, pero cuando tuve conocimiento, me hice del Athletic», confiesa. Palabra de sabio. Han sido seleccionados como recogepelotas para el partido de esta noche. Otros privilegiados. «Si ganamos 1-0, no hay balones», desliza el chaval. Así que al loro que el Athletic empieza ganando.

Los contados seguidores realistas, casi tan contados como los del Athletic, prefirieron darse cita en el Bar La esquina del puente, alejado del centro de la ciudad y más cerca del estadio. Allí hasta compartían cerveza y cánticos con algún despistado hincha bilbaino.

Calor sobre Sevilla. Se echa la hora de comer. O de la siesta. Aunque las terrazas se llenarán más esta tarde. Un peculiar tipo disfrazado con el chandal de la selección española y visera rojigualda me pide la voluntad por confirmarme que la parada en la que estoy es la de la línea de bus que me acerca a La Cartuja. Otro ˝gorrilla˝, aunque este se queda sin los dos euros. El reloj avanza. Nervios. Cosquilleos. José Ituarte se despide frente al bar de la peña del Athletic. «Hemos conseguido que para el que pierda hoy, perder se convierta en un drama», sentencia y a la vez nos invita a reflexionar. ¿No era la fiesta del fútbol vasco? ¿Qué fueron de aquella alegrías de los ochenta diera igual quien levantara un título si era vasco? ¿En qué momento nos dieron gato por liebre? La verdad es que, a veces, da envidia no ser ˝gorrilla˝.