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Entrevista
Ousman Umar
Autor del libro «Desde el país de los blancos»

«Hay que alimentar las mentes, no solo los estómagos»

Ousman Umar partió a los 13 años desde Ghana. Fueron cinco años de dura travesía. Cruzó el desierto, sobrevivió en Libia y la segunda vez que se subió a una patera logró cruzar el Mediterráneo y llegar a Barcelona. En el libro «Desde el país de los blancos» relata su vida en la «selva de cemento».

Foto cedida por Ousman Umar, quien a los 13 años partió de la selva de Ghana hacia «el País de los Blancos». (NAIZ)

«El viaje en patera fue una de las peores experiencias de mi vida (...) Partiríamos dos pateras desde la costa mauritana con la expectativa de llegar a las islas Canarias, cuya existencia nosotros desconocíamos. Íbamos al País de los Blancos. Dentro de mí se mezclaban la esperanza y el miedo». Así comienza el segundo libro de Ousman Umar, «Desde el país de los blancos». Ese primero intento acabó en tragedia. La segunda patera que partió junto a ellos se hundió a pocos metros de la orilla, pero ninguno de sus ocupantes sabía nadar. Entre los múltiples cadáveres que halló al regresar a tierra estaba el de su «buen amigo Musa, mi alma gemela, que me había acompañado buena parte del camino, con el que había sobrevivido a la travesía a pie por el desierto del Sáhara».

Hubo un segundo intento, en el que sí logró llegar a Fuerteventura. «Al llegar contra el acantilado, nos convertimos en esos negros que llegan agotados, congelados, muertos de miedo, pero también llenos de esperanza. Habíamos llegado al paraíso», recuerda en el libro.
Afrontó la «selva de cemento», durmió a la intemperie en las calles de Barcelona, siendo analfabeto y sin saber catalán ni español. En medio de esa desorientación conoció a Montse, quien junto a su marido e hijos acabó acogiéndolo. 15 años después de su llegada, Umar ha estudiado dos carreras, escrito dos libros y fundado su propia ONG, NASCO Feeeding Minds. En entrevista con GARA, remarca que «hay que cambiar la forma de hacer cooperación; hay que alimentar las mentes y no solo los estómagos» y que «la única forma de cambiar África es a través de los jóvenes africanos» en sus propios países.

El foco generalmente se pone en el viaje, pero no tanto en lo que sucede después

Sobrevivir aquí es prácticamente un milagro. Es como sacar un pez del mar o del río y llevarlo a tierra firme, abandonarlo allí y volver a ese lugar 15 años más tarde a ver qué ha ocurrido y ver que, milagrosamente, ese pez no solo ha sobrevivido, sino que se ha adaptado totalmente al entorno. Esto es un milagro y es justamente este milagro lo que explico en el libro. Yo llegué a Barcelona con 17 años, analfabeto prácticamente, apenas sabía leer, no sabía escribir y no tenía ni idea de castellano ni de catalán. 15 años más tarde, después de haber estado viviendo en la calle, he sobrevivido y he podido estudiar dos carreras y un máster en una de las mejores universidades.

En el libro describe la «jungla de cemento» y la indiferencia con la que se encontró, mucho más crueles que la selva.

Yo provengo de la selva tropical. Nací en un pueblo de Ghana donde vivíamos de la agricultura. La experiencia de la selva la llevaba innata. Llegar a Barcelona, pensando que había llegado a mi destino y darme cuenta de que la selva de cemento era peor que la selva tropical me costó mucho. Fue muy duro y triste aceptarlo, porque en la selva tropical conozco qué fruta puedo comer y cuál no; en la selva de cemento, lamentablemente, no hay árboles de mango. Solo te queda la basura y si llegas a tiempo, evidentemente.

¿Cómo describiría la experiencia de vivir en la calle?

Demasiado dura. Nadie merece vivirlo. Algunos comentarios me hierven la sangre, especialmente cuando la gente dice que los ‘sin techo’ son vagos, que no quieren trabajar y expresiones similares. Me dan mucha pena quienes piensan así, porque sobrevivir tan solo un día en la calle exige mucha fortaleza física y mental, si no las tienes, serás incapaz de sobrevivir.

¿De dónde sacó esa fortaleza con solo 17 años?

Yo había visto morir a muchos compañeros durante mi trayecto. De los 46 que cruzamos el desierto, únicamente 6 llegamos con vida. Estuve cuatro años en Libia cuando tenía 13-14 años. Cogí la patera dos veces. En el primer intento murieron más de 150 compañeros y en el segundo se ahogaron otros tantos. Sin saber nadar, la patera estuvo prácticamente dos días sin gasolina, pero el viento lo teníamos a favor y logramos llegar a las islas Canarias. Viví uno de los peores infiernos que puedes imaginar. Nunca me quise morir en esos cinco años de recorrido, siempre he querido sobrevivir y la fuerza mental de querer seguir adelante es fundamental.

Muchos migrantes rescatados tienen huellas de los golpes, quemaduras, torturas sufridas en Libia. ¿Se conoce realmente el alcance de ese infierno?

En Europa falta mucha información, porque solo vemos aquello que queremos ver. Es una pena que miremos hacia otro lado para no ver una crueldad tan inhumana, porque si lo vemos y somos conscientes de ello, tendríamos que hacer algo para que no los maten. No hace tanto, las grandes migraciones del mundo salían de Europa. España mismo, ¿cuántos tuvieron que emigrar durante la guerra civil? Es muy triste que la gente se olvide tan rápidamente y no se haga nada para echar una mano a las personas necesitadas como son los migrantes.

¿Cómo se siente al ver carteles  ultraderechistas y xenófobos durante la campaña electoral de Madrid en los que se hacía una comparativa entre lo que supuestamente «cuesta» un menor migrante no acompañado y una persona mayor?

Yo llegué a Barcelona en febrero de 2005. Si cada mes, un menor no acompañado cobra 4.700 euros, el Estado español me debe una barbaridad de dinero. Cualquier día visitaré la oficina de VOX para preguntarle al señor Abascal a dónde tengo que ir para cobrar ese dinero.

¿Cómo combatir este tipo de mensajes xenófobos?

Cuando las cosas van mal, todo el mundo empieza a buscar excusas y culpables en vez de asumir la responsabilidad y ser crítico contigo mismo. Lo más fácil es echar la culpa a un tercero. Nos han metido la idea del miedo para luego vendernos la idea de la seguridad. El problema más grande que tenemos es la profunda ignorancia; no es lo mismo tener educación que ser educado. Es muy triste ver que en Europa se invierte mucho dinero en educación, pero sigue habiendo personas profundamente ignorantes. Solo hace abrir los libros de Historia, en ellos verás que muchísimos españoles tuvieron que viajar a Argentina buscando salvación; los ‘menas’ eran los abuelos de quienes ahora rechazan la llegada de migrantes. Recomiendo a todo partido de derecha que abra los libros de Historia.

El prólogo del libro es de su madre «adoptiva», Montse.

Montse no tuvo miedo ni me hizo ningún tipo de reproche aunque yo llevaba dos meses durmiendo en la calle y estaba sucio. Me cogió la mano e hizo un esfuerzo por entenderme, Acabó acogiéndome y me dio la oportunidad de volver a nacer. Muchos de nosotros podemos hacer lo mismo. Si perdemos el miedo, podemos ayudar a esos menores. Si nuestros padres, madres, hermanos… se vieran en la situación de esos ‘menas’ en otros países, nos gustaría que alguien les echara una mano, ¿no? El racismo es el conjunto de tres cosas, miedo al pobre, miedo a lo desconocido y una profunda ignorancia.

En el libro también reflexiona sobre la necesidad de repensar la ayuda humanitaria y de hacer a un lado «la superioridad moral que llevamos –desde Occidente– en la mochila».

Llevamos más de cien años haciendo cooperación internacional, enviando comida a países de África. Te puedo asegurar que en la aldea donde nací, plantas una semilla y brota una planta. No entiendo por qué Occidente manda toneladas de arroz a Ghana; lo que hay que hacer es cambiar la forma de hacer cooperación; hay que alimentar las mentes, no solo los estómagos. Cuando un cooperante de Europa viaja a África, como mínimo, le piden cuatro vacunas y aún tenemos la superioridad moral de ir allí a decirles cómo tienen que hacer las cosas para vivir allí. ¡Por favor, un poco de respeto y de dignidad!

No solo ha estudiado dos carreras sino que ha fundado la  ONG NASCO Feeding Minds.

Empecé comprando 45 ordenadores, creé una escuela de educación digital para dar acceso a la formación y la información y con mi sueldo pagaba a los profesores. Ahora son más de 30 escuelas, más de 20.000 niños y niñas han pasado por las aulas de informática sin ninguna subvención estatal y gracias a la ayuda de voluntarios y de personas que entienden que la única forma de cambiar África es a través de los jóvenes africanos. Gracias a las donaciones podemos seguir trabajando para alimentar las mentes de estos jóvenes y que puedan tener un futuro brillante en sus casas.

Su hermano Banasco es el parlamentario más joven de la historia de Ghana. Él quiso arriesgarse como usted a subirse a una patera, pero lo convenció para que no lo hiciera.

Cuando llegué me dijo que quería vender las cabras y gallinas para seguir mis pasos y subirse a una patera. Le dije que lo que tenía que hacer era alimentar su mente. En estos 14 años no solo ha montado empresas para dar trabajo a sus compañeros, sino que en diciembre se convirtió en el parlamentario más joven de la historia del país. Miles de jóvenes ven en él un referente de éxito y la oportunidad de cambiar sus realidades en su propio país. Solo han transcurrido 14 años desde que quisiera subirse a una patera hasta convertirse en el parlamentario más joven. Estos son los cambios reales que hay que hacer.

En pandemia, trabajó como voluntario realizando pruebas de PCR. ¿Qué le empujó a ello?

A veces creemos que para ayudar es necesario irnos cuanto más lejos mejor. No nos damos cuenta de que quizás quien necesita ayuda es el vecino de al lado. Todos podemos aprender de esta situación y darnos cuenta de que lo más importante no es lo material sino valores básicos. En Occidente se impone el sálvese quien pueda. Pero este individualismo es un error brutal, hay que volver a los comunitario. Tenemos que remar todos juntos, porque uno solo no ganará esta batalla.