Carlos, príncipe de Viana: 600 años del nacimiento del rey sin corona de Nafarroa
Hace 600 años nacía Carlos de Evreux y Trastámara, primer príncipe de Viana, que debió suceder en el trono a su madre Blanca y que terminó siendo rey sin corona de Nafarroa por culpa de su maquiavélico padre, Juan II, que incluso pudo envenenarle.
El pasado 29 de mayo se cumplían 600 años del nacimiento de Carlos de Evreux y Trastámara, primer príncipe de Viana y rey sin corona de Nafarroa por la desmedida ambición de su maquiavélico padre, que le odiaba a muerte.
El hijo de la princesa Blanca de Nafarroa y Juan de Aragón vino al mundo a las tres de la tarde de ese día de 1421 en la localidad de Peñafiel, donde su padre defendía los intereses que tenía en Castilla. Un mensajero fue enviado de inmediato a Nafarroa para informar del nacimiento a su abuelo, Carlos III el Noble, quien recompensó a Ruy Díaz de Mendoza con la exorbitante cifra de 4.000 florines de oro por comunicarle tan grata noticia, según recoge el historiador Mikel Zuza en su libro ‘Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar’.
Un año después, madre e hijo se trasladaron al palacio de Erriberri para que el pequeño Carlos se educase en las costumbres del reino que estaba llamado a gobernar.
El rey Carlos III el Noble decidió elevar la dignidad del infante creando un título para el heredero de la corona navarra y el 20 de enero de 1423, Carlos se convirtió en príncipe de Viana en calidad de sucesor al trono.
Dos años más tarde fallecía Carlos III y le sucedía su hija Blanca como soberana de Nafarroa, con su esposo Juan como simple rey consorte y sin derechos a la corona, tal y como se estableció en su acuerdo matrimonial.
Para el príncipe, ese relevo en el cetro no supuso un cambio sustancial en su plácida vida en el palacio de Erriberri, donde recibió una esmerada educación en la que se alternaban los ejercicios físicos, como la caza, la monta o el remo, con la danza, la música y los estudios de las más diversas materias. Una inquietud intelectual que le llevó a escribir diversos libros, poseer cerca de 120 volúmenes y a manejarse en cinco lenguas.
Esa existencia tranquila y llena de erudición iba a experimentar un dramático giro en 1441. En mayo de ese año, la reina de Nafarroa fallecía durante una peregrinación, siendo enterrada en el monasterio de Santa María la Real de Nieva, en Segovia.
Su muerte suponía que el príncipe de Viana se convertía automáticamente en rey de Nafarroa, tal y como le habían jurado en varias ocasiones las Cortes. Pero, saltándose lo establecido en el Fuero, la fallecida reina había dejado por escrito en su testamento que su hijo no podría coronarse como rey sin el beneplácito de su padre. Juan II aprovechó esa circunstancia y la pasividad de las Cortes y del propio príncipe para retener la corona y convertir a su hijo en simple lugarteniente del reino.
Años más tarde, el príncipe llegó a asegurar en varios documentos que contaba con un legajo de la propia reina Blanca en la que esta pedía que su hijo fuese izado en el pavés como rey, revocando la famosa cláusula de su testamento. Cuando se lo mostró a su padre, Juan rompió el citado documento, evitando así que fuera coronado de inmediato. Era un modo de proceder muy propio del usurpador, ya que llegó a decir que «no estoy obligado a dar razón de mis actos sino tan solo a Dios, como corresponde a rey y príncipe que en este mundo no tiene más superior».
De esta manera continuó la lugartenencia de Carlos, que era relativamente tranquila, ya que su padre seguía involucrado en sus asuntos castellanos. Pero Juan fue derrotado en Olmedo el 19 de marzo de 1445 y se refugió en Nafarroa tras perder todas sus posesiones en Castilla.
La llegada de su padre puso fin a la lugartenencia de Carlos, generando un gran malestar en el príncipe y sus partidarios, ya que Juan II se dedicó a remover los cargos otorgados por su hijo para favorecer a los nobles más próximos a él.
El príncipe pensó entonces en hacer valer sus derechos a la corona navarra, pero sus consejeros le pidieron prudencia y le aseguraron que Juan no tardaría en marcharse del reino, lo que le haría recuperar su posición de lugarteniente.
En medio de esta situación se produjo el segundo matrimonio de Juan, quien se casó con Juana Enríquez, hija del almirante de Castilla. Si lo ocurrido en 1441 ya era una aberración legal, este matrimonio la agravaba, ya que el propio Fuero General reconocía que al casarse en segundas nupcias, el esposo perdía cualquier derecho que pudiera tener sobre los bienes de la primera esposa. Esta vez sí, la paciencia del príncipe de Viana se agotó y comenzó a gestarse un enfrentamiento abierto con su padre.
La gota que colmó el vaso cayó en 1450, cuando Juana Enríquez se presentó en Nafarroa y Carlos se temió que su madrastra podía convertirse en lugarteniente del reino en ausencia de Juan, lo que suponía su defenestración total a pesar de que debía ser el rey titular.
Entonces fue cuando decidió huir a Gipuzkoa al amparo del rey de Castilla. Esa alianza puso muy nervioso a Juan, ya que podía hacer muy fuerte a su hijo, y comenzó ya una guerra abierta entre ambos.
Beaumonteses contra agramonteses
El enfrentamiento entre padre e hijo se convirtió en el pretexto que necesitaban los clanes del reino para que los conflictos privados que llevaban años produciéndose en Nafarroa entre ellos «se desbordasen por todo el territorio», según sostiene el historiador Mikel Zuza.
Por el príncipe se decantaron los Beaumont, linaje que procedía de los hijos ilegítimos del infante Luis, hermano del rey Carlos II. Luis era entonces contestable del reino y también destacaba su hermano Juan de Beaumont, prior de San Juan, preceptor del príncipe y verdadera alma de esta facción.
Por Juan II optaron los agramonteses, el partido de la familia de los Navarra, vinculada a Leonel de Navarra, hijo ilegítimo de Carlos II. Su hijo Felipe emparentó con los Peralta, donde destacaban las figuras de Pierres el Viejo y el Joven, este último enemigo acérrimo de Luis de Beaumont, conde de Lerín.
Tanto el príncipe como su padre favorecieron a sus partidarios en esa lucha por el poder dilapidando los bienes del patrimonio real y empobreciendo el reino. La guerra civil también supuso que la administración se desdoblara en dos estructuras paralelas, con recaudadores de cada bando, dos Cortes en el reino y hasta dos bandos dentro del clero. Además, se duplicaron los altos cargos.
Cada bando reconocía a su señor y este tenía su propio gobierno y su jurisdicción en el territorio que controlaba. En general, los beaumonteses tenían bajo su dominio la merindad de las montañas y buena parte de las de Zangoza y Lizarra, excepto sus capitales, junto con las ciudades de Iruñea y Erriberri. Y el resto del reino estaba bajo control agramontés, con islotes de ambas facciones en cada zona.
La lucha se caracterizó por asaltos y sitios a villas o castillos, y destrucciones de bienes, pero vivió su punto álgido el 23 de octubre de 1451 en la batalla de Aibar. Con sus ejércitos ya preparados para el combate, padre e hijo decidieron negociar y cuando parecía que podían llegar a un acuerdo manteniendo como lugarteniente a Carlos, los nobles se lanzaron a la batalla por su cuenta. Los beaumonteses pelearon duro, pero la mayor experiencia militar de los agramonteses terminó inclinando la balanza en su favor, hasta el punto de que el príncipe y su mano derecha, el conde de Lerín, fueron hechos prisioneros.
Durante el año y medio que Carlos estuvo en cautividad, la lucha continuó en Nafarroa, mientras en la cercana localidad de Sos venía al mundo el 10 de marzo de 1452 un personaje que iba a marcar el destino del príncipe y del reino. Se trataba de su hermanastro Fernando, que sería conocido como el Católico o el Falsario entre los navarros.
En 1453 se acordó una tensa paz entre los combatientes en Nafarroa que supuso la puesta en libertad del príncipe de Viana. El acuerdo terminó rompiéndose dos años más tarde, cuando Juan decidió desheredar a Carlos y a su hermana Blanca, que siempre se mantuvo fiel al príncipe, después de que los beaumonteses se hicieran con varias plazas agramontesas. Como herederos del reino fueron nombrados oficialmente la tercera hija de Juan, Leonor, y su esposo Gastón de Foix el 12 de enero de 1457.
De Nápoles a Sicilia, Mallorca y Catalunya
En vista de la situación, Carlos huyó del reino para defender sus derechos como legítimo soberano de Nafarroa y se refugió en Nápoles con su tío Alfonso V de Aragón. Un año más tarde falleció Alfonso V y Juan II se convirtió en rey de Aragón.
Carlos abandonó Nápoles y se instaló durante un año en Sicilia, donde gozó del apoyo de la nobleza. Celoso de ese respaldo, Juan ordenó que el príncipe se trasladara a Mallorca, con Catalunya apoyando claramente a Carlos en su pulso con su padre.
Para calmar los ánimos, Juan II promovió la denominada concordia de Barcelona, que, en principio, sellaba la paz entre ambos contendientes, aunque para el príncipe supuso tener que entregar todas las plazas que controlaban sus partidarios.
Tras alcanzar ese acuerdo, Carlos pudo viajar a Barcelona. En la ciudad condal tuvo un recibimiento triunfal que volvió a disparar las alarmas de su padre. Mientras, en Nafarroa, el cumplimiento de los acuerdos hizo que el reino volviera a unificarse tras haber tenido dos administraciones paralelas.
Entonces se planteó la posibilidad de que el príncipe de Viana volviera a casarse, ya que era viudo desde 1448, cuando falleció su esposa Agnes de Kleves sin haber tenido descendencia. Uno de los nombres que sonaron fue el de Isabel de Castilla, la futura Isabel la Católica, pero Juan II no veía con buenos ojos ese matrimonio para su odiado hijo por el poder que le podía dar y reservó a la novia para su opción favorita, su hijo Fernando.
Los contactos para ese posible enlace fueron aprovechados por Juana Enríquez para asegurar a su esposo que Carlos tramaba destronarlo con el apoyo del rey de Castilla. Juan II creyó a su esposa y encarceló al príncipe de Viana el 2 de diciembre.
Los beaumonteses reaccionaron a la prisión de Carlos retomando la lucha y pidiendo ayuda a Enrique IV de Castilla. Este entró en el reino y ocupó Laguardia, San Vicente, Urantzia-Los Arcos y Viana. En Catalunya, lo sucedido provocó una revuelta que cuestionaba abiertamente la autoridad del rey y ante esta fuerte reacción, el príncipe fue liberado.
A estas alturas, a Carlos ya no le quedaba la menor duda de que un entendimiento con su padre era imposible y empezó a plantearse cómo retomar su lucha por el trono. Entonces llegó el traumático final de tantas desventuras. El 23 de septiembre de 1461 y ante la sorpresa general, el príncipe de Viana fallecía con tan solo 40 años.
Oficialmente, había muerto de una tuberculosis que se había agravado durante su cautiverio, aunque entre el pueblo corrió el rumor de que había sido envenenado, ya que era una figura muy molesta para Juan II, su esposa Juana y su hermanastro Fernando.
De hecho, desde la batalla de Aibar, el príncipe siempre temió morir al ingerir ponzoña por orden de su padre y cuando finalmente falleció, en el inventario de sus bienes aparecieron consignados cuerno de unicornio, lenguas de serpientes y mandrágora, es decir, objetos empleados en la época como contraveneno.
Sus recelos tenían motivo, ya que otros líderes que se opusieron a Juan II también murieron repentinamente en plena juventud, una ‘cualidad’ heredada por su hijo Fernando el Católico, quien «también vio morir inesperadamente a su alrededor a algunos de quienes podían discutir sus derechos» reales, como recuerda Zuza.
Carlos fue enterrado en la catedral de Barcelona, aunque su hermanastro Fernando ordenó su traslado al más apartado monasterio de Poblet, donde hasta el siglo XVIII fue prácticamente adorado como un santo, ya que se le atribuyeron numerosos milagros. Incluso se le llegó a amputar un brazo para ser utilizado como reliquia.
¿Padre de Colón?
Dentro de su leyenda se enmarca el hecho de que pusiera ser el padre del descubridor Cristóbal Colón, que habría sido fruto de los amoríos del príncipe con la mallorquina Margarita Colom cuando Carlos vivió en la isla antes de trasladarse a Barcelona.
Es una posibilidad factible, ya que, aunque no tuvo descendencia oficial, el príncipe sí engendró al menos tres bastardos. Uno de ellos fue Ana, hija que tuvo con María de Armendáriz, dama de su madre y a la que por carta se dirigía como «Mi señora y mi amor». El príncipe pensó en casarse con ella, pero Luis de Beaumont le disuadió amenazando con matarla.
Otro bastardo fue Felipe, que llegó a conde de Beaufort y que era hijo de Brianda Vaca, y el tercero era Juan Alfonso, que fue abad de San Juan de la Peña y obispo de Huesca. Este último lo engendró Carlos durante su estancia en Sicilia con una joven llamada Capa y que debía de ser de una belleza extraordinaria.
El príncipe de Viana murió dejando el camino libre a ese padre que tanto le había odiado y que, saltándose la legalidad el reino, le impidió ejercer como rey y convertirse oficialmente en Carlos IV de Nafarroa.