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Si solo vota uno de cada tres, el resultado sirve para argumentar todo y lo contrario

Solo uno de cada tres ciudadanos que estaba llamado a las urnas votó en el Estado francés en la primera vuelta de las elecciones departamentales y regionales. Se trata de un dato que distorsiona cualquier análisis que quiera hacerse sobre tendencias, especialmente mirando a las presidenciales.

Un presidente de mesa en Angers espera a unos votantes que no llegan. (Loïc VENANCE/AFP)

Se escribe fácil. Solo uno de cada tres ciudadanos que estaban llamados a las urnas se molestó en ir a votar. La primera vuelta de las elecciones regionales y departamentales atrasadas por culpa de la pandemia, ha dejado un dato demoledor: de los 47,7 millones inscritos en las listas electorales solo participaron 15, más de 31 millones optaron por la abstención, que alcanzó un récord del 66,73% jamás conocido en la V República.

Este primer dato, en el mejor de los casos, distorsiona las lecturas de los resultados. Y quizá hace imposible una lectura que tenga en cuenta la opinión de la mayoría. Se puede decir que tal o cual partido lo ha hecho mejor o peor, que ha salvado los muebles o que se ha hundido, que ha estado muy por debajo de las expectativas o muy por encima, se puede razonar de todo, pero los que no fueron a votar, los participantes en esa «huelga electoral», además de mayoría, dejan un mensaje diferente. Hablan de desconexión hacia el proceso democrático, de una impugnación, de unas instituciones con políticos mal elegidos, de un sentimiento popular cada vez más mayoritario de que la voz de la gente no cuenta. Y todo eso, en la considerada como una de las sociedades más politizadas de Europa.

Es difícil resumir en un titular la primera vuelta de las regionales, unas elecciones que celebrándose a meses vista de las presidenciales de abril del próximo año, estaban consideradas como un ensayo general. Los principales políticos habían utilizado la cita como una plataforma para probar ideas y ganar votantes de cara a una carrera proyectada entre dos únicos aspirantes: el presidente, Emmanuel Macron, y la líder de extrema derecha Marine Le Pen. Se ha dicho también que las elecciones regionales tienen su propia lógica y códigos, que priman las dinámicas locales, que históricamente registran una mayor abstención, que siempre son negativas para el partido del presidente de la República y que benefician a los dirigentes de las regiones y departamentos.

Motivos para la frustración

Los resultados tienen, por tanto, varias lecturas; dejan diferentes titulares. Fuerte descenso y decepción para el Rassemblement National de Marine Le Pen. Macron fracasa y su partido, en quinta posición, sale debilitado. La izquierda, verdes y socialistas, tercero y cuarto, sigue mostrando resistencia y teniendo opciones, si consiguiera unirse y compactarse en una lista. Los viejos gaullistas agrupados en Les Républicains ven en los éxitos de Xavier Bertrand en la región norteña de Hauts-de-France y de Valérie Pécresse en la región parisina, señales de que no está dicha la última palabra de las próximas presidenciales y que uno u otra sería un serio candidato con posibilidades reales de éxito. Todas esas lecturas de los resultados son plausibles y tienen su parte de verdad. Pero vista la participación, el titular bien podría ser «crisis autodestructiva en la democracia francesa y su sistema».

Aun cuando se puede razonar, o titular, de una forma y la contraria, y aunque extrapolar demasiado los resultados tiene sus riesgos, el resultado inevitablemente dará forma a la narrativa política en las próximas semanas, particularmente con respecto a la fuerza y posibilidades reales de Le Pen, así como el estado del partido con pies de barro y tambaleante La République En Marche de Macron.

La ultraderecha tiene motivos para la frustración. Su base potencial de votantes prefirió otras planes que ir a votar, tras las fuertes restricciones por el covid-19, el soleado domingo invitaba a ello. Para la extrema derecha, eso supuso una caída de más de siete puntos porcentuales en comparación con las últimas elecciones regionales de 2015, que se produjeron tras los ataques islamistas de París.

Bofetada en la cara

La derecha gaullista de Les Republicains, con más de un 27% del voto, sacó una ventaja considerable a la ultraderecha, y tras la debacle sin precedentes en las elecciones presidenciales de 2017, demuestran que no son un partido como los caracoles, sin esqueleto. Tienen tradición y una cierta adhesión popular, y quizá no convenga descartarlos de la carrera presidencial. En otras palabras, su marca está por encima de lo esperado, contra pronóstico, nadie había previsto que le sacaría una distancia así de nítida a Le Pen, los márgenes son considerables.

Mención especial merecen los resultados de Les Republicains en la región de Hauts-de-France. El candidato del partido gaullista en el norte, Xavier Bertrand, ha obtenido unos resultados que catapultan su candidatura presidenciable, a la que ya se había postulado. Habrá que prestar atención a este líder conservador que hace bandera del centro derecha como baluarte más efectivo contra la extrema derecha.

El partido gobernante de Macron lo hizo tan mal como se esperaba. La portavoz del LREM, Aurore Berge, calificó los resultados como una «bofetada en la cara». El partido-movimiento que fundó el presidente Macron ni logra echar raíces a nivel local, ni es un movimiento vibrante ni tiene opciones de ganar algún territorio, aunque la popularidad de Macron es más alta que la de sus predecesores, y se agarra a ese clavo ardiendo para intentar asegurarse un futuro como partido.

Independientemente de qué partido sea, como regla, los presidentes de región salientes se han impuesto, y en algunas regiones sin necesidad de una segunda vuelta. Los de Macron lucharon por clasificarse a la segunda vuelta en las regiones, en algunas lo ha logrado por los pelos y en otras como Hauts-de-France, Occitania o Auvergne-Rhône-Alpes ni siquiera llegaron a ese umbral.

Entender el fenómeno

Pero, ¿qué valor conceder a unos resultados, sea en las regionales o en las presidenciales, cuando más de dos de cada tres no se animan a votar? Cuándo más de la mitad de los jóvenes de menos de 40 años ni siquiera sabía que había elecciones. En la resaca electoral, algunos políticos franceses hablan de un «desastre cívico», otros de un «cisma entre la clase política y los franceses», pero uno duda de si llegan a entender lo que está sucediendo, las mentes y el mensaje de los no votantes.

Y este fenómeno no es algo de esta primera vuelta de las elecciones regionales. A fuerza de no intentar nada, el peligro de dejar que la abstención se enquiste es grande, síntoma de un desencanto contra el que los electos no saben qué hacer.