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«Nora»


El estreno en salas de ‘Nora’ (2020) va a llegar justo un año después de su presentación en Donostia, donde fue la película inaugural de la sección Zinemira del SSIFF 68. Llega de la mano de la distribuidora A Contracorriente Films, y como tantas otras producciones del pasado año ha esperado a la normalización de la exhibición cinematográfica, que poco a poco va recuperando el ritmo de antes de la pandemia. El tiempo de espera concede a la película una oportunidad para su maduración, para comprobar que no ha perdido su frescura, y que atesora todo ese cúmulo de sensaciones que conlleva el verano, así como la carga de optimismo que nos es tan necesaria en estos momentos.

En declaraciones de Lara Izagirre salía a la palestra la positividad que transmite la película, y que, según ella, la heredado de sus abuelos y abuelas, en cuanto ejemplo de gentes que supieron enfrentarse a tiempos difíciles con la mejor de las actitudes. Por eso lo que cuenta se resume en la intención de salir adelante, de superar las circunstancias adversas, dándose un plazo para reflexionar, para saber que camino o que dirección realmente tomar.

La de Zornotza ha llegado a esta encrucijada vital en su segundo largometraje, después de debutar con éxito de la mano de ‘Un otoño sin Berlín’ (2015), que le valió a la estelar Irene Escolar el Goya a Mejor Actriz Revelación, y de cuyo reparto ya formaba parte Ramón Barea, con el que ahora vuelve a repetir reservándole el rol paterno de la protagonista. Su ópera prima también describía un viaje interior, que en lo externo suponía la vuelta a casa tras una temporada en el extranjero, un viaje hacia las raíces.

El viaje costero de ‘Nora’ (2020) es ante todo una experiencia de autoconocimiento, de búsqueda personal. Entre las aspiraciones de la protagonista se encuentra el ser escritora de guías, y mientras recorre los paisajes de Euskal Herria hace dibujos que la convierten de alguna manera en cronista viajera. Sin embargo, la carretera le enseña que no es una rutera nata, ya que ni siquiera es una buena conductora. El cuentakilómetros le va mostrando que en el fondo su aventura es una excusa, un pretexto para descubrirse a si misma y saber lo que quiere hacer con su vida.

En eso Lara Izagirre coincide con el espíritu de la genuina road movie, aquella que convierte la ruta en un camino de revelación, a lo largo del cual van surgiendo una serie de encuentros casuales, que suelen parecer simplemente anecdóticos, pero que en conjunto aportan una perspectiva del mundo a través de sus gentes. A Nora le sucede otro tanto, porque aunque viaja sola contacta con otras personas que, por un instante, entran a formar parte de su historia particular para finalmente quedarse atrás en el recuerdo. Incluso el contacto llega a ser íntimo, como en el caso del pescador de txipirones, lo que le hace sentirse desubicada, en la medida en la que el compromiso se sale de su itinerario nomadista.

El nomadismo es un signo de nuestros tiempos, y en la película encuentra sus señas de identidad cultural propias. Nora conduce una vieja furgoneta Dyane 6, que es una herencia familiar. En ella transporta las cenizas de su abuelo argentino, interpretado por el gran Héctor Alterio, para esparcirlas junto a los restos de su abuela en Ziburu.

Se trata por lo tanto de un destino sentimental antes que puramente físico, tal como lo exterioriza Ane Pikaza en el papel de Nora, con su tierna, cercana y escueta gestualidad. Ella aporta al papel su doble condición de actriz e ilustradora, formada en el teatro y en Bellas Artes.

Las películas viajan, lo mismo que las historias que contienen, y “Nora” (2020) tendrá su estreno parisino. Pero lo mejor de todo es que habrá un prestreno el día 27 de agosto en el Autocine de Getxo. Un evento que no puede ser más apropiado, ya que contribuye a ese continuo ejercicio del cine dentro del cine rodante, con gente en coches viendo a otra gente en coche.