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La victoria talibán es todo un acicate para la yihad mundial

La vuelta al poder de los talibanes es, sin duda, un impulso para el yihadismo mundial, galvanizado por otra derrota de una potencia extranjera y por el triunfo de la estrategia, la paciencia y las dotes negociadoras de los «estudiantes del Corán» afganos.

Entierro-homenaje en Srinagar, Kashmir, a Bin Laden tras su muerte en un operativo estadounidense en 2011 en Pakistán. (TAUSEEF MUSTAFA-AFP)

Los grupos yihadistas de todo el mundo, integrados en las órbitas de Al Qaeda o del Estado Islámico (ISIS o Daesh), han tomado buena nota de la victoria de los talibanes que, 20 años después de haber sido derrocados por la ocupación estadounidense, han vuelto al poder en Kabul con el viento a favor de la retirada de Washington y sus aliados.

Desde el norte de África hasta el sudeste asiático, el ejemplo talibán les invita a pensar, enardecidos, que es posible expulsar a una potencia extranjera, incluso a la potencia por antonomasia.

Poco importa que el ejemplo afgano no sea matemáticamente aplicable en la práctica totalidad de los escenarios de guerra yihadista, donde estos grupos no combaten a potencias extranjeras.

Sin embargo, la retirada estadounidense de Afganistán ha coincidido en el tiempo con el anuncio del repliegue militar francés en el Sahel tras ocho años de campaña militar contra los grupos yihadistas.

En este contexto, los crecientes llamamientos de parte de la población y de dirigentes políticos de Mali,  Niger y Burkina Fasso para negociar con organizaciones yihadistas de ámbito local como el Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (JNIM) cobran nuevos bríos tras el desenlace afgano. Pese a que integra en su seno varias facciones salafo-yihadistas malienses y tuaregs (como Ansar al Dine), el JNIM está alineado con la red Al Qaeda.

Y la victoria talibán es todo un modelo, ya que los estudiantes del Corán afganos, lejos de esperar a que la situación se pudriera, y mientras mantenían el pulso militar, han negociado con los estadounidenses mientras en paralelo avanzaban sus peones con las milicias locales, los clanes y las tribus que conforman el abigarrado mosaico afgano.

Su triunfo relámpago tras una larga resistencia de dos decenios tiene a su vez un gran valor simbólico, por cuanto mostraría que la paciencia y la tenacidad tienen su fruto y los enemigos terminan por ceder.

Poco han tardado las redes sociales yihadistas en loar la victoria del movimiento rigorista afgano.

La agencia de propaganda de Al Qaeda, Al-Thabat, ha saludado que «los musulmanes y mujahidines de Pakistán, Kashmir, Yemen, Siria, Gaza, Somalia y Mali celebran la liberación de Afganistán y la reinstauración de la sharia (ley islámica).

No por previsto el comunicado puede ser más inoportuno para EEUU, que justificó en 2001 la invasión de Afganistán por la complicidad de los talibanes con la red de Osama Bin Laden y que, bajo la presidencia de Donald Trump, justificó en febrero de 2020 un acuerdo de retirada con los talibanes en el supuesto compromiso de estos últimos para desmarcarse y no dar refugio a la red.

Estos también nunca se fueron

Pero la realidad es que, más allá de ofensivas más o menos propagandísticas como la campaña de bombardeos contra el supuesto refugio del líder de la red en las montañas de Tora Bora a finales de 2001, Al Qaeda, como los talibanes, nunca se había ido de Afganistán.

La estrecha relación entre los talibán y la red, que nació en la guerra contra los ocupantes soviéticos en los ochenta, se afianzó Bin Laden juró lealtad al mulah Omar, fundador de los talibanes, como «emir de los creyentes» en 1997. Con ello, el saudí obtuvo libertad de movimiento para sus hombres y para el traslado al país de dinero, armas y combatientes, además de una garantía de protección sobre su persona que hizo que pese a las presiones no le entregaran ni a Arabia Saudí ni a EEUU.

Tras su muerte, su sucesor, Ayman al Zawahiri, también mantuvo el juramento de lealtad al movimiento talibán, que llega hasta su actual líder. el mulah Haibatullah Akhundzada.

Por si esto fuera poco, el actual número dos del movimiento talibán, Sirajjudin Haqqani –líder de la red del mismo nombre– mantiene la protección sobre Al Qaeda que su padre y líder mujahidin contra la URSS, Jalaluddin Haqqani, selló en su día con Bin Laden.

En un informe de julio, la ON destacaba que Al Qaeda «está presente en al menos 15 provincias afganas, principalmente en las regiones oriental, meridional y sudoriental».

Al Qaeda en el Subcontinente Indio (AQSI), la filial creada en 2014 para contrarrestar el auge de sus rivales del ISIS, «opera bajo la protección de los talibán desde las provincias de Kandahar, Helmand y Nimruz», en el sur de Afganistán, precisa el informe, que identifica a Usama Mahmud como su nuevo líder regional tras la muerte de Asim Umar en 2019. «El grupo está compuesto principalmente por ciudadanos afganos y paquistaníes, aunque también por individuos de Bangladesh, India y Birmania», concluye el informe.

Más aún, los servicios de inteligencia occidentales creen que Al Zawahiri sigue escondido en algún lugar de Afganistán, aunque se especula con que el octogenario médico egipcio estaría gravemente enfermo o que incluso habría muerto.

Ello coloca a priori al también egipcio Saif al Adel como el siguiente en la línea sucesoria en la cúspide de la red yihadista.

Los informes de inteligencia le sitúan en Irán en circunstancias no del todo claras, lo que abona la hipótesis de que, mientras luchan contra el yihadismo suní, los ayatollahs de Teherán no dudan en dar refugio a dirigentes de Al Qaeda en su lucha contra el eje EEUU-Israel.  

Los expertos coinciden en que si Al Adel tuviera que suceder a Al Zawahiri lo lógico sería que se trasladase a Afganistán, circunstancia que la llegada de los talibán al poder podría facilitar.

Nuevo impulso

Los fulgurantes acontecimientos en Kabul pueden insuflar aire, y refugio, a una organización, Al Qaeda, que no vivía sus mejores tiempos y que se había visto forzada a dispersarse y a extenderse como una verdadera red geográfica, por el mundo. Eso sí, sin renunciar a su fin último de instaurar un califato a nivel mundial y de atacar a EEUU para lograrlo.

Así, la red sufrió en 2011 un golpe, más simbólico que real, cuando un comando estadounidense mató a su líder y fundador en un operativo en Abbotabad (Pakistán). Más significativo es el hecho de que, con la excepción de Al Zawahiri –que sucedió a Bin Laden– y de Al Adel, todos sus dirigentes han resultado muertos o capturados estos años, incluidos siete destacados comandantes muertos desde 2019, entre ellos Hamza bin Laden, al que algunos veían como futuro sucesor de su padre.

No obstante, la focalización en los últimos años de los esfuerzos antiyihadistas en el Estado Islámico ha permitido a Al Qaeda liberarse de presión y en la actualidad hay cuatro veces más grupos yihadistas incluidos en la lista antiterrorista del Departamento de Estado de EEUU.

Buena parte de estos nuevos grupos se encuentran en Africa, principal teatro de la ofensiva yihadista, después de que esta se desplazara de la zona de (AfPak) Afganistán/Pakistán a Siria e Irak y, tras la derrota del califato del ISIS, al Continente Negro, donde hay tres focos importantes: el Sahel, la cuenca del lago Chad y la zona oriental, con Somalia y Mozambique como puntas de lanza.

Así las cosas, en los últimos días han emergido ya voces que alertan del riesgo de un resurgir de Al Qaeda como resultado de los acontecimientos en Afganistán.

Al punto de que hay quien asegura irónicamente que Bin Laden tiene que estar riéndose desde el fondo del mar a donde fue arrojado para que no hubiera una tumba en la que honrarle al constatar que su muerte costó a EEUU la friolera de casi 2 billones de dólares, la misma cifra que Washington ha invertido para nada en la ocupación de Afganistán.

Por si todo esto fuera poco, los talibán se han hecho con el control del armamento de última generación que los países occidentales, especialmente EEUU, suministró a las fuerzas afganas. No es para nada descartable que algunas de estas armas puedan terminar en manos de Al Qaeda en la actual coyuntura del país.

La ofensiva talibán también ha beneficiado a Al Qaeda en otro sentido. En su avance relámpago hasta Kabul, los talibán han ido vaciando las cárceles del país, incluida la de Bagram, liberando a sus hombres encarcelados pero también a miembros de Al Qaeda y del ISIS, lo que nutrirá sus filas en Afganistán.

El dilema del ISIS

La cuestión es más espinosa por lo que respecta al Estado Islámico (ISIS) que, en su pugna abierta con Al Qaeda por el liderazgo mundial yihadista, no dudó en tildar de «apóstata» al movimiento talibán.

La relación se tensó aún más cuando el ISIS aprovechó las tensiones internas y las deserciones en el seno del movimiento talibán para fundar en 2015 su provincia (wilaya) del Estado Islámico de Jorasan, en el este de Afganistán.

Los talibanes nunca perdonarán semejante traición y los expertos vaticinan qu seguirán luchando contra la sucursal del ISIS en Aganistán. Y no se descarta que redoblen su lucha, precisamente para presentarla como credencial «antiyihadista» e intentar congraciarse con Occidente mientras mantienen e incluso profundizan sus relaciones con la marca Al Qaeda.

Ello explica que, de momento, las redes de propaganda del ISIS en Internet no hayan reaccionado a la victoria talibán. Y eso que el ISIS es cada vez más fuerte en suelo afgano. Entre enero y el 11 agosto se han reportado 216 ataques y atentados de esta otra marca yihadista, frente a los 34 en el mismo período del año pasado, lo que convierte a la wilaya de Jorasan en uno de las más activas de esa otra gran marca yihadista.

Y, pese a que no hayan reaccionado públicamente, el triunfo talibán también beneficia al ISIS, en la medida en que uno de sus axiomas es que las tropas extranjeras no pueden permanecer eternamente en suelo islámico.  

En este sentido, y salvadas las distancias, la retirada estadounidense de Afganistán recuerda al repliegue en 2011 del Pentágono en Irak, que dio entonces alas a la que era sección iraquí de Al Qaeda y fue el germen del Estado Islámico y su ofensiva en 2014, tras la que creó un califato del tamaño de Inglaterra entre Irak y Siria.

Más allá de luchas fratricidas, el vuelco en Afganistán es la mejor noticia para el yihadismo, sea cual sea su obediencia.

Y todo ello en vísperas del 20 aniversario de los ataques del 11S. Un atentado estos días en Occidente haría saltar muchas costuras por los aires.