De la quema de libros
Mucha gente se santigua, no sin cierta razón, cada vez que se habla de tocar la concertada. ¿Si le quitan la concertación a los centros que segregan, por qué no iban a hacerlo después con ikastolas que enseñan euskara o aportan conocimientos distintos a lo que el Estado dicta?
Este planteamiento solo se entiende cuando se ha normalizado el maltrato constante. En Nafarroa, los inspectores de Educación (y UPN) llevan décadas persiguiendo libros de texto en busca de ikurriñas o mapas de las siete provincias por «atentar» –ojito al verbo– contra la «realidad institucional navarra». No los queman. Eso queda mal. Los prohíben, que viene a ser lo mismo.
Los ejemplos son delirantes. En la página tal sale una ikurriña, ergo todo el libro a la basura. En muchos de los casos se trata de libros editados para la CAV por encontrarse allá el grueso del alumnado de modelo D y que en Nafarroa se aprovechaban. Por eso las ikurriñas. Y si fuera por otra cosa, pues tampoco era para quemarlo, oiga.
Hay que releer los improperios del consejero Gimeno cuando hablaba de algún ‘necronomicón’ de esos llenos de terribles sumas y pérfidas restas. Se transfiguraba en Torquemada. Ahora con los colegios segregados se le ve blandito, dulce.
Bufar al independentista está normalizado por ser algo cotidiano, pero bufar a quien separa niños de niñas en el siglo XXI suena maleducado.