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Historia de los calendarios: atrapando el paso del tiempo

La humanidad se ha esforzado por medir y organizar el tiempo, que fluye sin retorno. ‘Tempus fugit’ escribió el poeta latino Virgilio. Una imaginativa tarea más presente cada ‘fin de año’ con la llegada del cambio estacional que usamos para numerar nuestro devenir.

Imagen de un calendario azteca hallado en México. (NAIZ)

A falta de instrumentos para medir el paso del tiempo en sistemas lógicos, las primeras divisiones temporales se basaron en las posiciones de la luna y las constelaciones. Después se le añadirían el paso de las estaciones, las cosechas, las influencias religiosas o la astrología. Las matemáticas y la astronomía diseñaron los primeros calendarios lunares según las fases de nuestro satélite natural y la posición de los planetas.

Se separó el tiempo por meses usando el retorno de la órbita lunar a su fase inicial y la acumulación de doce meses lunares se midió como un año. Y se adoptó el término calendario, que proviene da la expresión latina calendae o primero de mes.

Cada gran cultura elaboró su medidor del tiempo. Al incluir el paso de las estaciones y las observaciones sobre el astro rey se crearon los calendarios lunisolares agrupando los meses por períodos climáticos. Hay estudios que aseguran que un hueso de águila de hace 13.000 años, con rayaduras, fue un proto calendario en la Edad de Piedra, descubierto por un presunto pre astrónomo y cronógrafo cerca del pueblo Le Placard, en el entonces gélido valle francés del Dordoña.

Sumerios y babilonios fueron pioneros hace unos 5.000 años en Mesopotamia (actual Oriente Medio). Los primeros dividieron el año en doce ciclos lunares y como el año solar era algo más largo añadieron un mes cada cuatro años para compensar.

Los babilonios fraccionaron el día en 24 horas y la hora en 60 minutos. El número 60 representaría la sexta parte de la circunferencia, que obtuvieron multiplicando 5 (número de los planetas conocidos entonces: Mercurio, Venus, Marte, Saturno y Júpiter) por los 12 meses del año. No tenían en cuenta la noche. Añadieron un mes para corregir errores.

Se supone que los egipcios crearon su primer calendario en 4236 a. C., empleando el día de 24 horas para usos religiosos. En 2780 a.C. habrían creado un calendario solar de uso sacerdotal de 365 jornadas, tratando de indicar los días en que caían las crecidas periódicas del río Nilo, relacionándolas con la aparición de Sirio, la estrella más brillante. Su calendario se dividió en 12 meses de treinta días, y como sobraban cinco los decretaron festivos. Siempre según la lógica oriental-occidental se ha considerado que los primeros calendarios solares habrían aparecido allí hace 3.000 años.

Pero en 2014 se descubrió un monumento creado por cazadores-recolectores en Warren Field-Crathes (Aberdeenshire, Escocia) que sería muy anterior. Con casi 10.000 años de existencia ese ‘anuario’ unisolar imitaría las fases lunares para realizar un seguimiento por meses en el transcurso de un año. Lo componen doce piedras que marcarían las posiciones de la luna.

Almanaques

La humanidad fue inventando métodos más completos de información sobre el paso del tiempo y sobre el mundo astrológico o meteorológico pasando de las inscripciones en piedra y madera a soportes como el papiro o el papel. Aparecieron también los almanaques (del árabe manah más el artículo al y en relación al clima y hasta con un alto de la caravana de camellos), cajón de sastre de datos e informaciones.

Habrían comenzado a circular minoritariamente por Europa en el siglo XII y se popularizaron desde el XV con la invención de la imprenta. El primero de la península ibérica habría sido en 1496 ‘Almanach Perpetuum’, del astrólogo Abraham Zacuto, refugiado en Portugal tras la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos.

Su colega milanés ‘Gran Piscatore Sarrabal’ lanzó en el siglo XVII un almanaque de pronósticos meteorológicos e informaciones astronómicas traducido y editado en varios países. Otra publicación con tirón fue ‘Ramillete de los astros’ o ‘Gran Piscator de Salamanca’, del multicultural Diego de Torres Villarroel (1694-1770). En América tuvo eco ‘Almanaque del pobre Richard’, del polifacético Benjamin Franklin (1706-1790), que editó otro exitoso almanaque en Londres.

En el Estado español se asentó el Calendario Zaragozano que ofrece muchos pronósticos del tiempo. Lo inventó en 1840 el ‘célebre astrónomo’ maño Mariano Castillo y Ocsiero y dicen las crónicas que a finales del siglo XIX llegó a vender más de un millón de ejemplares. 

Tacos religiosos, reivindicación y porno

En Euskal Herria Herria ha destacado durante años la presencia del almanaque o taco a hoja por día del Sagrado Corazón, editado por los jesuitas de Loiola desde 1886. Ofrece el santoral y otros temas religiosos, comentarios, un refrán, las fases de la luna... Se sigue promocionando y vendiendo ampliamente, ahora también en la red (‘100 x 100 reciclable’).

En 1946 se le unió el taco Arantzazuko Andre Mariaren Egutegia, editado en el otro santuario guipuzcoano. Valiente en su apuesta por el euskara en tiempos del más duro franquismo, tiró de salida 40.000 ejemplares de los que el azkoitiarra José Antonio Garate o el también hermano fraile Demetrio Garmendia vendieron la mitad recorriendo Gipuzkoa en Lambretta y burro. Pasó a tirar 25.000 tacos, que a sus actuales 75 años se han ido reduciendo hasta 6.500. En muchos hogares se pegaban cada diciembre con argamasa de harina sobre los calendarios de gatitos o paisajes paradisíacos que regalaban las tiendas de barrio o pueblo.

Los calendarios a todo color y con excelente edición de las cajas de ahorro, los ayuntamientos y otras entidades han sido también omnipresentes en casas y establecimientos públicos. Incluidos los de muchos medios de comunicación. Particular relevancia tuvieron los egutegis de la Caja Laboral Popular/Lankide Aurrezkia, hoy Laboral Kutxa, con los difuminados flows fotográficos de los hermanos de Zumaia Anton y Ramon Egiguren y las estudiadas poses representando oficios y personalidades de la vida vasca.

Los calendarios se han convertido también en una expresión artística. En la imagen de arriba, uno de los calendarios publicados por GARA y diseñado por el popular dibujante Tasio. (NAIZ)


Los calendarios que hacen propaganda y recolectan fondos para organismos populares, partidos y otras iniciativas sociales han alegrado también durante años muchas paredes. La original serie que pintó el ya fallecido Paco López para el ecologismo navarro (en tamaño pared o bolsillo) es una vívida muestra de los tiempos de proto activismo ambientalista. Proliferaron también iniciativas como la de Seaska, federación de Ikastolas de Ipar Euskal Herria, con su calendario en forma de tira.

Altamente populares han sido también los almanaques sexistas de las masculinas taquillas de talleres, gimnasios…, que tuvieron su sofisticada réplica en el multinacional Pirelli. En ambientes sindicalistas, activistas, deportistas… les dieron la vuelta protagonizando provocadores calendarios reivindicativos y hay casos curiosos como el de los bomberos australianos que llevan haciendo almanaques sexys desde 1993 en apoyo de mascotas sin hogar. Hace ya unos años superaron el millón de dólares de recaudación.

El mundo cambia con velocidad de vértigo, a finales del pasado siglo se determinó la media del movimiento atómico del cesio y desde 1972 funciona la red atómica que mide el llamado Tiempo Universal Coordinado (TUC), no por el movimiento de la tierra en el espacio sino por las oscilaciones a nivel atómico de ese elemento químico. La actual medida oficial del tiempo universal reemplaza así la vieja medida estándar del tiempo terrestre, basada en la rotación y la órbita de la tierra, por el tiempo atómico.

Nuevos tiempos

Los simpáticos calendarios seguirán presentes en la vida pública y en las casas en este año 2022 que vamos a inaugurar. Pero los cambios tecnológicos y los pulcros nuevos diseños de muchos interiores están acabando con esos útiles e imaginativos modos de recordarnos el paso de los días. Ha pasado prácticamente a la historia aquel fluir de gentes, hasta en ordenadas colas, ante ayuntamientos, entidades de ahorro, etc. para hacerse con el preciado trofeo gratis de Navidad.

¿Quién necesita un poster en la pared, e incluso un calendario de mesa, si tiene acceso a todo tipo de calendarios ante sus narices en el ordenador? ¿Para qué el estorbo de un simpático calendario txiki en la cartera o el bolso si se puede consultar el obligado móvil? ¿Por qué comprar y consultar un almanaque si la información meteorológica es hoy obsesiva en nuestras vidas? Nos quedan los chocolates del germánico calendario de adviento que endulzan cada diciembre el inexorable carpe diem de nuestra existencia.