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Fue la mano de Sorrentino

El director de cine napolitano vuelve en su ultimo trabajo, ‘Fue la mano de Dios’, a su ciudad natal, enseñando cómo la muerte de sus padres afectó a su vida y su carrera, tanto como la llegada de Maradona.

Paolo Sorrentino, en el estreno de «Fue la mano de Dios». (Filippo MONTEFORTE | AFP)

El debate en Italia es muy vivo: ¿Es Paolo Sorrentino el verdadero heredero de Federico Fellini?. Después del Premio Oscar ganado con ‘La gran belleza’, el director de cine napolitano ha estado durante casi una década haciendo películas bastante raras o «mirándose un poco el ombligo», como se puede leer en algunas críticas: ‘Youth’, ‘Ellos’ sobre Silvio Berlusconi y su entorno de prostitución, y finalmente la serie de televisión ‘El joven papa’, gigantesca producción internacional con un excelente Jude Law como Santo Padre, fumador y casi vicioso.

Todo un éxito, pero a Sorrentino le faltaba algo, por ejemplo llevar a la gran pantalla la razón de su esencia como cineasta; es decir, cómo, cuando y dónde empezó una carrera tan excelente. Para eso no había mejor manera de hacerlo que a través de su ciudad, de su entorno y de sus tragedias personales. También de sus mitos, porque ‘Fue la mano de Dios’, que en noviembre saltó a la pantalla en los cines italianos y desde hace una semana en Netflix, es la manera también de homenajear al personaje mas importante en la historia reciente de Nápoles: Diego Armando Maradona.

Fabietto

‘È stata la mano di dio!’, ‘Fue la mano de Dios!’: el título de la película viene de una frase del tío del joven protagonista del film, Fabietto. Fue la mano de Dios, como la de Maradona contra Inglaterra en la Copa del Mundo del 1986, la que hizo que el chaval no se fuese al monte a Roccaraso como sus padres, muertos en casa por una intoxicación de monóxido de carbono.

Fabietto tenía una cita con el fútbol y con Maradona, había que ver un Napoli-Empoli en el estadio San Paolo y se quedó en Nápoles. Una decisión que literalmente le salvó la vida, y que conduce a la importancia que el argentino tuvo para los napolitanos. «Él no llegó simplemente aquí: apareció”, así ha explicado Sorrentino el sentimiento que impregna toda la ciudad en todo cuanto se refiera al «Pibe de oro».

En pocas palabras, si Fabietto no ha muerto es porque Maradona le ha salvado la vida. Sin saberlo, por supuesto. Sea como sea, este episodio da un giro de 360 grados a la vida del joven y desde luego a la película, que durante la primera hora discurre entre momentos absurdos y divertidos. Pura comedia napolitana, familias grandes y ruidosas, opíparas comidas, paisajes extraordinarios (Capri, por ejemplo) y milagros pararreligiosos.

La segunda parte del film, por contra, es un viaje por la nueva situación personal de Fabietto: las relaciones con su hermano, que quiere ser actor; la iniciación sexual con una señora tan mayor como lista; y el descubrimiento del amor por el teatro y el cine gracias a Antonio Capuano, el primer maestro.

‘Non ti disunire’, ‘No te desunas’, ordena el viejo director de cine a Fabietto, en la escena-madre de la película, cuando oye que el chaval quiere ir a Roma para trabajar en el mundo del cine. «Solo i cretini vanno a Roma», «solo los tontos se van a Roma», añade Capuano. El joven no se tiene que desunir, porque siempre tiene que llevar consigo su mundo, su ciudad (Nápoles) y sus problemas. ¿Habrá sido efectivamente un cretino?

Felliniano

Si para muchos críticos ‘La gran belleza’ parecía un film felliniano, viendo los personajes y el desarrollo un poco laberíntico de la historia, sobre todo en la segunda mitad, ‘Fue la mano de dios’ da todavía un paso más en profundidad en esta infinita comparación entre los dos cineastas.

Hay por lo menos cuatro escenas de la última película de Sorrentino que recuerdan otros cuatro films de Fellini. El propio inicio, con el helicóptero volando por encima del golfo de Nápoles, como el helicóptero con la estatua de Jesús en ‘La dolce vita’; el atasco de coches, como en ‘8 y 1/2’, punto de partida de la crisis de Fellini y de ‘Fue la mano de dios’; ‘Amarcord’, por dos razones, la exposición plateal de la familia del protagonista y la tía un poco loca (Luisa Ranieri, gran interpretación la suya) que recuerda el tío del protagonista de la película felliniana, que se subía a un árbol gritando «quiero una mujeeeer!»; y, por supuesto, el final, donde Fabietto decide irse a Roma en tren de la misma manera que Moraldo, el alter-ego de Fellini en ‘I vitelloni’, cuando deja Rimini, su lugar de nacimiento, para irse a la Ciudad Eterna.

«La realtà è scadente», «la realidad es pobre»: Fabietto oye esta frase y la convierte en el hilo conductor de su existencia. Solo Maradona puede ayudarlo, y mientras tanto el amor por el cine, tener cosas que contar, a su manera, desde luego «sin desunirse», es decir, siempre reanudando su trabajo con su ciudad.

Sorrentino no es un napolitano periférico, viene del barrio Vomero, un lugar bastante burgués en una ciudad caótica. No ha vivido «la panza de Nápoles» como otros artistas o como el mismo Maradona, que parecía nacido allí, en las calles estrechas, sucias y sin reglas de los «barrios españoles» y por eso encajó tan bien con la gente.

Muchos críticos han escrito irónicamente que la parte mejor de ‘Fue la mano de Dios’ son los saques de Maradona, porque hay un actor que interpreta a Diego, aunque solamente durante pocos segundos. También hay una escena con la voz de Fellini, que está buscando gente para una película y hace unos casting donde participa, sin éxito, el hermano de Fabietto.

‘Fue la mano de Dios’ logró en septiembre en el Festival de Venecia el León de Plata y el Premio Marcello Mastroianni para el mejor actor debutante (Filippo Scotti, es decir, Fabietto). El cineasta napolitano se conmovió aquel día: «Estoy agusto solamente cuando dirijo una película – afirmó Sorrentino–. Compartir cosas personales no es liberador ni terapéutico, pero empiezo a aburrirme de mis dolores».

Nunca un cineasta había llevado a la gran pantalla un drama tan personal. Un episodio decisivo en la formación de un artista único en el panorama cinematográfico mundial. Un momento negro convertido en estímulo, en el puro estilo Sorrentino: jugar con su público de manera descarada, como hizo en su obra maestra ‘El divo’, sobre la vida del diabólico político italiano Giulio Andreotti, o en su mas conocida ‘La gran belleza’, ganadora de un Óscar, un homenaje un poco barroco a la ciudad que lo había acogido al final de ese viaje en tren.