La representatividad de las mujeres y la necesidad de un cambio en los discursos
Dicen que el cine de 2021 ha estado marcado por películas dirigidas por mujeres. Algunos de los festivales más importantes del mundo, como Cannes o Venecia, han premiado su trabajo pero ¿hay un verdadero cambio en la industria o se trata de espejismos?
El cine tuvo una influencia incontestable en la construcción de la mirada a lo largo del siglo XX. Una influencia que, de alguna manera, sigue ostentando, al margen de las mutaciones a las que ha sido sometido en el siglo XXI y a los distintos modos de exhibición y consumo con los que se difunde. Precisamente, mediante la relación entre imagen y espectador o espectadora, el cine ha activado históricamente una mirada vinculada a la masculinidad hegemónica, excluyendo a la mujer como sujeto activo y, podríamos decir, ‘creador’. La idea de la subalternidad es y ha sido parte dominante de los modos de ver, pensar y crear el cine de masas a lo largo de su historia. Como consecuencia de esto, nacer mujer, los condicionantes de etnia o lo que reconocemos como clase social son, entre otros, motivos de exclusión a la hora de tener acceso a la creación de los discursos audiovisuales y de ser víctimas de discriminación laboral.
Sin embargo, mujeres de todo el mundo han respondido desde finales del siglo XX a la apropiación de los discursos y han empezado a explorar las posibilidades de dar a las mujeres voz y carácter de sujeto. Tal y como escribió E. Ann Kaplan en ‘Las mujeres y el cine a ambos lados de la cámara’, «la cuestión esencial permanente en el nuevo cine de mujeres ha sido saber qué podía ser lo femenino fuera de las elaboraciones patriarcales. ¿Basta sencillamente con ‘dar voz a las mujeres’, si estas solo pueden hablar desde una posición ya definida por el patriarcado? Si el discurso masculino es monolítico y lo controla todo, ¿Cómo pueden insertar las mujeres otra ‘realidad’ en él? ¿Desde qué lugar podrían saber las mujeres ninguna otra ‘realidad’?». 2021 comenzaba bien para la cineasta de origen chino Chloe Zhao, recibió tres premios Óscar por ‘Nomadland’: Mejor Película, Mejor director y Mejor Actriz para Frances McDormand. Considerada una victoria histórica para una película dirigida por una mujer, los titulares triunfalistas que a partir de ese momento se han ido generando ocultan una trastienda en la que queda prácticamente todo por hacer para que la equidad pueda darse. Deberíamos hablar de acceso equitativo a puestos de trabajo, mismas condiciones salariales entre personas, que los presupuestos de las películas no varíen según el sexo de los y las directoras [los costes medios de las películas dirigidas por mujeres son la mitad más bajos que los de las películas dirigidas por hombres (-51%)], que los relatos no sigan trasmitiendo, al menos únicamente, visiones del mundo ligadas al heteropatriarcado, etc.
Los datos en torno a la representación de mujeres en distintas áreas del cine de ficción que trascendieron tras las investigaciones realizadas en 2020 por Sara Cuenca eran los siguientes: mujeres en dirección de fotografía 15%, en composición musical 11%, en sonido 19%, en efectos especiales 26%, en guion 26%, en montaje 26%, en dirección artística 55%, en dirección 19% y en producción ejecutiva 32%.
Más allá de los números que, ya se sabe que pueden haber mejorado debido a las medidas de discriminación positiva, el relato, el contenido, es algo sumamente importante. Sabemos que Hollywood, la industria del audiovisual, adecua sus relatos a tendencias, modelos de consumo, etc. Esto puede generar la ilusión de un cambio que después de profundizar resulta no ser tal. Para llegar hasta los consumidores, las marcas, y en este caso la propia industria, asumen discursos en torno a la diversidad, algo que ya estudió pormenorizadamente Naomi Klein en su obra ‘No Logo’ El cine no es una excepción y, a pesar de que si hablamos de números la diversidad étnica o sexual va siendo aceptable, es tramposo pensar en el ‘cuánto’ cuando el ‘cómo’ es esencial para no caer en eso de que todo cambie para que todo siga igual. Ningún relato es inocente, como ninguna imagen lo es, en tanto que todas encierran dos narraciones, al menos. Las imágenes albergan significados que después generan puntos de vista que ayudan a construir nuestra ‘realidad’ colectiva y esto afecta tanto a las que se muestran como a las que se omiten. La producción de imágenes también suministra una ideología dominante. En un panorama que, gracias a las plataformas, vuelve a dibujar historias de amor romántico disfrazadas de diversidad, tótems del cine alejados de TikTok abren camino a la diversidad de discursos. Jane Campion mediante ‘El poder del perro’ y Ridley Scott con ‘El último duelo’ son un claro ejemplo de que podemos seguir contando grandes historias alejadas de una mirada rancia incluso desde posiciones artísticas comerciales.