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Entrevista
Igor Fernández
Sicólogo

«Confío mucho en la comunidad para sobreponerse»

El sicólogo y colaborador de ZAZPIKA respondió a las preguntas de las lectoras cuando estábamos en casa al comienzo de la pandemia. Ve que estamos recuperando sensaciones de aquella época. «Parece que estamos en el momento uno, y no es así».

Igor Fernández, en Madrid, donde vive. (J. DANAE | FOKU)

Esta conversación con Igor Fernández (Portugalete, 1980) nos ha dado mucho que pensar. Incluso ha hecho que cambiemos ciertas perspectivas. Como sostiene el sicólogo, parece que hablar es solo hablar, pero hablar es digerir.

Se enciende al tener que justificar que las personas «necesitamos algo diferente a una máquina, que las relaciones son la base de la naturaleza humana, porque alguien se empeña en decirnos que son prescindibles. Lo importante es que podamos ir a trabajar». Subraya que no hay salud sin salud mental. Tampoco hay salud mental sin salud física. «Somos uno».

Estamos empezando a hablar de salud mental...

Es ineludible porque la gente viene pidiendo algún tipo de solución a sensaciones generalizadas que nadie puede realmente dar. ‘Intento dormir y no puedo’, ‘no me concentro en el trabajo’, ‘no hago más que comer’... Son experiencias que, como no se hablan, parece que me pasan solo a mí. Pero son cuadros comunes de lo que nos pasa cuando recibimos un impacto de este tipo.

Cuando empezamos a darnos cuenta de que a todos nos pasan cosas similares, por lo menos en esta parte del mundo, comenzamos a hablar de salud mental, no de una forma integral sino de una forma sintomática, como en la medicina general. Lo que se está pidiendo es una atención de salud mental que elimine el malestar, no necesariamente todavía que mejore la salud integral. No se trata de cómo hacemos para estar más fuertes y sanos y que, por tanto, nos ataquen menos las enfermedades. Es la diferencia de hablar de nuestra salud como algo que nos pertenece y hablar de algo que está casi externalizado: les pedimos a los sistemas de salud que atajen algo que pasa dentro de nosotros.

Tenemos una mirada mecanicista de la salud: como en un coche, puedo detectar cuál es la pieza que falla, la cambio y el vehículo sigue funcionando. Pero somos muchísimo más complejos porque el cuerpo cambia autónomamente fuera de nuestra consciencia. Una situación laboral no nos afecta ahora pero sí dentro de dos meses, cuando estamos más tranquilos. Cuando aparecen los síntomas, si uno no puede echar la vista atrás y tratar de ver de dónde vienen, esos síntomas no tienen sentido. La sicología o siquiatría tiene herramientas, pero en la sociedad en la que vivimos creemos y queremos que todo lo que yo quiera tiene que ser posible cuando yo lo quiera. A los pacientes les digo: ‘Ojalá tuviera un interruptor para que se pasara el malestar, pero si hiciera eso perderías la oportunidad de aprender de ti mismo para que eso no vuelva a pasar’.

 
«Es insostenible vivir una crisis de dos años. Esto hay que colocarlo en otro lugar. Por eso necesitamos hablar de la experiencia» 


Una buena comunicación es fundamental...

Creo que muchos efectos tienen que ver con una mala comunicación de lo que implica el coronavirus y sobre todo de esa sensación de comunidad. La comunidad se divide, porque una de las medidas es detener la vida de la comunidad. Entonces la comunidad deja de hacer un papel fundamental en el equilibrio de la gente. Es la sensación de que yo estoy seguro porque tengo alguien al lado que me acompaña, que es como yo y que cuando yo no puedo él o ella sí puede. Cuando él o ella no pueda yo puedo. Falta esa parte.

Afrontar el miedo es abordar la vulnerabilidad. Pero no hablamos de ello, no lo socializamos como algo que nos pasa a todos. Hablar es digerir. Sicológicamente la única manera de atravesar los traumas es digerirlos. En cuidados paliativos, incluso cuando no hay nada que hacer, hablar alivia, sosiega y da paz para que la gente se vaya. Cuando un niño tiene fiebre lo que como madre o padre podemos hacer es estar presentes para que ese niño no se sienta solo y no desarrolle un ‘traumita’ de lo que es estar enfermo, para que la experiencia se quede en un 2 y no se convierta en un 7 en términos de sufrimiento. Eso está en nuestra mano.

¿Como sociedad en qué nivel de sufrimiento estaríamos?

Con la nueva variante ómicron y las restricciones estamos recuperando sensaciones previas al confinamiento y hay mucha gente que está pasando de un 4 a un 8 porque ahí está contenido un aspecto de la experiencia que no se ha digerido.

Se está haciendo muy largo...

Es insostenible una crisis de dos años para la vivencia de la gente. Esto hay que colocarlo en otro lugar. Por eso precisamente necesitamos hablar de la experiencia, de la sensación de que vamos para adelante, de que seguimos vivos, de que no puede ser que aislemos a nuestros aitites y amonas porque entonces aumentan los casos de demencia o de por qué han aumentado los intentos de suicidio, las autolesiones y los problemas de conducta alimentaria entre adolescentes. Tenemos que aceptar que hay una parte de esto que no sabemos, pero tenemos que estar juntos en no saber. Cuando la gente se pelea porque uno ha ido a una cena sin hacerse el test de antígenos es una escenificación del miedo. Cuando uno habla del miedo la ansiedad baja, en particular si quien está al frente escucha. Yo confío mucho en la comunidad para sobreponerse. Siempre lo hemos hecho.

 
«Hay que cargarse de energía de cosas que nos gustan, intentar no mirar todo el rato en el mismo sentido, confiar en que las cosas irán a mejor y dar esperanza a los que vienen por detrás»



¿Mensajes como que esta puede ser la última ola ayudan?

Si lo único que decimos son ese tipo de cosas, todas las personas somos como un junco al viento. Necesitamos desarrollar cierta resistencia o insumisión interna ante la información que nos bombardea. En algún momento hay que decir: ‘Calma, esto habrá que incluirlo en nuestra vida cotidiana’. No todo en la vida es el coronavirus. Generar esa sensación nos deja indefensos y tenemos que reivindicar nuestra capacidad de protegernos. En cuanto a las restricciones, tenemos que tomarlas como excepcionales. No es lo normal que no podamos reunirnos, eso no tiene que quedarse, tiene que ayudarnos a atravesar este momento. En la historia ha habido muchas epidemias y nos hemos seguido abrazando.

Creo que cada vez nos estamos volviendo más vulnerables a través de estar solos ante las situaciones. No me canso de hablar de la recuperación comunitaria. Espero que 2022 permita mover ficha. Para ello tenemos que ser independientes del miedo y del agotamiento. Hay que cargarse de energía de cosas que nos gustan, intentar no mirar todo el rato en el mismo sentido, confiar en que las cosas irán a mejor y dar esperanza a los que vienen por detrás.

 
«El covid no puede estar en todos los aspectos de mi vida: psicológica, emocional, relacional, de pareja, con los hijos, en el trabajo, en el deporte... No puedo y tampoco es realista»


Nos olvidamos de las niñas...

Es una parte de mirarnos el ombligo. Tengo curiosidad por saber qué va a pasar con la capacidad de reconocer emociones de esos críos que están ahora en los 3 y 5 años mirando a la gente sin expresión facial. Pienso en la película ‘La vida es bella’. Hace falta creatividad para devolver la alegría. Me preocupa el gesto de ‘no te dejo mis juguetes, no juego contigo’. ¿Qué arreglamos y qué estamos estropeando? El covid no puede estar en todos los aspectos de mi vida, psicológica, emocional, relacional, de pareja, con los hijos, en el trabajo, el deporte... No puedo y tampoco es realista. Tenemos que defender nuestro futuro a base de defender nuestro bienestar. Esa es la clave de todo: cuidarse y crear. Por tanto, moverse, salir.

¿Qué consejos nos daría para cuidarnos?

Hay una parte de cuidado físico que tiene que ver con que una note que su cuerpo funciona porque eso es protector. Creo que no es una buena política la detención de la vida, ni general ni particular. La vida debe continuar.

La verdad es que sigue, aunque no salgamos de casa...

Exacto. Y en tanto en cuanto participemos de ella notaremos que somos capaces de cosas. Es un delirio que tiene que ver de nuevo con el miedo pensar que si nos escondemos en un agujero las cosas se van a resolver. El futuro hay que crearlo y no se puede crear dentro de casa. Estamos retrasando nuestra intervención en el mundo y con nuestra propia vida. Esto que estamos viviendo también es vida, nos pertenece y hay que vivirlo. Hay otra parte de gestión de la información. Que uno no se exponga a sí mismo a cualquier cosa que cualquiera quiera decir sobre el tema. Volvemos al miedo. Escuchamos todo porque buscamos seguridad.

Y nos agarramos a lo que podemos...

La crisis ha destapado cosas que estaban ahí para mogollón de gente y que eclosionan. Si no confío en la gente, ¿cómo voy a confiar en políticos o médicos? Los adolescentes tienen la sensación de que no hay futuro; no pueden salir al mundo que es lo que les toca. O al anciano que vive solo se le añade un miedo terrible a que le va a pasar algo y no va a poder solucionarlo. Son cuestiones que deberíamos atender en términos generales.

Hay que tomar decisiones muy difíciles. Por ejemplo: ¿qué es mejor, que abuelas y nietas disfruten unas de otras o mantener una cierta distancia para protegerlas?

Tenemos que asumir individualmente la responsabilidad de vivir, que no deja de ser nuestra. Vivir tiene consecuencias, son pérdidas, tiene riesgos y alegrías... Pero tenemos una ilusión de control que hace pensar que hay una respuesta buena, inequívoca, que si alguien la da todas la podemos seguir. No. Por eso es importante hablar del miedo y las experiencias, para poder pensar creativamente y manejar mejor la incertidumbre. Confiar en el criterio propio y llevarlo adelante es importante, esa es la manera en la que uno siente tener algo de control en la incertidumbre. Confiar en esa capacidad que aparece en situaciones de estrés pero que no puede aparecer en situaciones de indefensión. Hay que recordar las cosas que están bien. Hay mogollón de gente que está tomando decisiones a partir de esta situación: la vida es corta. Hay muchas cosas que tienen valor y es súper importante preservar la alegría. Otro de los consejos es no llenar la mente de fantasías catastróficas. Podemos relativizar lo que nos pasa en la comunidad, en otras actividades, cambiando el escenario físico... Todo eso permite pensar.