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Se reedita la obra completa de la última poeta del exilio del 36, la vasca Carmen Castellote

Con la publicación de ‘Kilometros de tiempo’, la editorial Torremozas ha llenado el gran vacío que existía de la obra de la autora bilbaina Carmen Castellote. Considerada como la última poeta del exilio es, a sus 90 años de edad y desde México, el testimonio vivo de nuestra propia memoria histórica.

Carmen Castellote durante su estancia en la Unión Soviética. (Editorial Torremozas)

Injustamente desconocida, la obra de Carmen Castellote es fruto de su propia crónica vital, una ruta de maletas y anhelos en la que el paso del tiempo siempre se mide por kilómetros y que ha cobrado forma en esta imprescindible recopilación que recoge su obra poética al completo, ‘Kilómetros de tiempo’. Esta poeta nacida en Bilbo en 1932 ha querido dedicar este recopilatorio imprescindible a Carlos Olalla y «a quienes luchan con denuedo para rescatar la memoria histórica».

La entrada a escena del nombre de Carlos Olalla resulta fundamental para entender el entramado emocional de la odisea que ha supuesto que esta recopilación poética sea una realidad, porque casi de manera accidental, fue el prestigioso escritor y actor catalán quien dio con la pista de esta autora.

En 2018, Olalla se encontraba ultimando un monólogo dedicado a las mujeres del exilio republicano y en su labor investigadora topó con varios poemas de Castellote. Fascinado por su obra, escribió en su blog las impresiones que le causó la lectura de su obra.

Según dejó escrito el actor en dicho blog: «Los exiliados, los hijos e hijas del camino, marcharon con su soledad a cuestas. Atrás lo dejaron todo. Lo que fueron, lo que ya nunca serían… Y allí adonde fueron mantuvieron vivo el recuerdo de la España que habían perdido. Amigos y familia no cabían en una mochila donde no podían llevar más que recuerdos y sueños. Por eso, en su exilio, solían reunirse al calor de la llama del destierro. Necesitaban sentir que su vida había tenido sentido, que lo que defendieron era lo correcto, lo justo, que había valido la pena. A lomos del olvido recorrieron la geografía del mundo llevando sus versos y su palabra a quien la quisiera oír. Fueron pétalos de rosa echados al mar, mensajes de náufragos sin tierra ni playa a la que volver, poetas sin remedio que nunca se rindieron que dieron al mundo sus versos escritos en el alma, un alma que jamás dejó de ser republicana».

Para sorpresa de Olalla, al cabo de un tiempo, la propia poeta contactó con él, a través de su nieto. Lo hizo desde México, donde reside. De esta manera, se forjó una amistad que tuvo su respuesta teatral en la obra ‘Kilómetros de tiempo, un puñado de poemas de Carmen Castellote’, escenificada por Alejandra Lorente, David Sanz y el propio Olalla.

Una crónica de raíles, maletas y versos

Todavía presente el eco trágico del bombardeo de Gernika y a la edad de cinco años, Carmen Castellote, su hermano Ricardo y otros miles de niños, la mayoría de entre 5 y 13 años, fue embarcada por sus padres en el ‘Habana’.

La niña inició de esta forma un viaje que partió de su Bilbo natal y que, en su posterior etapa ferroviaria, tuvo como destino Leningrado. De esta manera, la ruta de los raíles se transformó para la poeta vasca en el símbolo de su existencia, condenada al exilio; una crónica vital que, en palabras de la propia Castellote, se creó a partir «de realidad y de sueño».

La escritura le permitió recordar los paisajes y construir una identidad perdida entre viajes y hogares transitorios. En ‘Cartas a mí misma’, obra autobiográfica escrita en prosa poética y publicada en México, declaró: «La vida está esparcida por todas partes. Tengo que recogerla de muchos lugares, de diferentes dibujos y cuadernos».

Carmen y su hermano Ricardo fueron enviados a una de las numerosas casas de niños que se habilitaron para acoger a los llamados ‘niños de la guerra’. Su destino final fue Ucrania, en un edificio que fue reconvertido en sanatorio para los que llegaron débiles o enfermos y que, años después, se transformó en hospital de campaña para muchos de esos mismos niños que, con doce y trece años, no dudaron en alistarse en el Ejército Rojo para combatir a Hitler.

A Carmen, por su parte, la enviaron lejos del frente, a un pueblo de Siberia, Tundrija. La guerra y la pérdida se convirtieron en una constante que dejó plasmada en versos como «Y con todo y estar advertidos, con todo y que la guerra era asombro, fue tan nueva tu muerte».

En 1957, Castellote inició una relación con un joven socialista polaco, Tadeusz Wolny. Ella acababa de posgraduarse en Historia; unos años después, en 1987, obtuvo la medalla Pushkin por un ensayo sobre literatura rusa. La pareja emigró a México, donde el padre de Castellote residía desde 1939 y desde entonces, México se convirtió en la última etapa de su viaje físico. Allí conoció a poetas del exilio, como León Felipe o Pedro Garfias.

En 1976, publicó su primer poemario, ‘Con suavidad de frío’, donde plasmó las emociones que nacieron en la Siberia de su infancia. Uno de esos poemas, ‘La guerra y yo’, dice: «Caminos, kilómetros de tiempo, nada puede apartarme de la guerra,de sus muertos escondidos en mi infancia».

A sus casi 90 años, Carmen Castellote es una de las últimas poetas del exilio con vida. En sus versos se reencuentra con aquella niña apartada de sus padres y de su tierra por la guerra.

Entre sus versos también se cuela la nostalgia de una exiliada que perseveró en dar con la estación de la que partieron todos los trenes que la guiaron a un territorio creado a partir de la ficción y la realidad: «Nací en una región donde crecen globos y fantasmas, en una casa imaginada por mí, con balcones al césped y cuartos que iluminaba con mis manos. Creía que la noche la construyeron los dioses para que yo soñara, que en la honda oscuridad habitaban otros seres que me mostraban sus árboles, más humanos que los nuestros, ríos donde los peces jugaban a ser sombras y unas ardillas hablaban mi idioma, mundo encantado donde volar de cumbre en cumbre era ejercicio hacedero».