Diagnósticos sobre una guerra que ya ha empezado, con la UE de rehén
La catarata de rumores sobre dónde y cuándo empezará la anunciada operación rusa en Ucrania no cesa y es imposible discenir entre propaganda, pulso diplomático y temor fundado.
Incursión general o parcial –Biden dixit– , desde Bielorrusia o centrada en la pro-rusa provincia ucraniana de Jarkov, o en las rebeldes Donetsk y Lugansk (Donbás, de habla rusa), que Rusia, con los comunistas de abanderados, amenaza con reconocer –léase anexionarse–.
En medio de semejante maremagnum, tres certezas. La Ucrania pro-occidental sabe, escarmiento histórico, que no tiene nada que hacer ante el gigante vecino ruso. Occidente, con EEUU y Gran Bretaña, liderados por los debiliitados Biden y Johnson, siguen rearmándola. Y la Rusia de Putin, que utiliza su antigua y soviética pericia de la zanahoria y el palo –diplomacia y amenaza militar–, muestra músculo multiplicando maniobras desde el Báltico hasta el Índico y concentrando tropas, desde el Extremo Oriente ruso, en Ucrania y el Mar Negro.
¿Invadirá Rusia territorio ucraniano en pleno invierno o esperará a primavera, cuando el incremento de las temperaturas convierte sus tierras negras en terreno fangoso para los tanques? ¿Se limitará a ataques aéreos quirúrgicos contra objetivos militares ucranios anulando su operatividad? ¿O estamos ante un gran y peligroso farol, alimentado por unos y otros?
Me rindo. Y creo que conviene recordar que asistimos y a una guerra no solo en Ucrania sino en todo el territorio europeo. Tras años de escaramuzas. Y que tiene el gas como arma.
Rusia, capitalismo de oligarcas que dirigen unos gigantes energéticos que se deben al Kremlin, está utilizando a Gazprom para entrecerrar el grifo del gas a la fría Europa y para castigar a sus rivales cercanos (los moldavos ni saben con qué se calentarán este invierno).
EEUU, capitalismo en el que las grandes compañías responden solo a a sus propias «leyes del mercado», ha multiplicado sus exportaciones de gas natural licuado (GNL) a Europa, con motivo de un descenso de la demanda de Asia.
Pero la Casa Blanca, que ha hecho del Nord-Stream 2 un «casus belli», aspira a que ese flujo no dependa de la demanda y la fluctuación de los precios y ha pedido a las gaseras estadounidenses, hoy las primeras exportadoras de GNL del mundo por la extensión del fracking, que arrimen el hombro en caso de guerra abierta.
Cuarta certeza: la de la Unión Europea como rehén. De Rusia, a la que compra un 40% de su consumo de gas. Y de EEUU, cuyo GNL nunca cubrirá las necesidades de la UE, alineada militarmente con Washington.
Difícil papeleta para Europa, que ve cómo Lavrov y Blinken, Biden y Putin, se reúnen para hablar del futuro del Viejo Continente.
Es evidente que nadie puede condicionar el devenir de otro país. Ni Rusia el de Ucrania. Pero tampoco EEUU el de la UE.