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El origen de ómicron y su incierto impacto en la pandemia

Hace más de un mes que se alcanzó el pico de esta última ola y, sin embargo, el número de contagios sigue siendo mayor al de cualquier andanada anterior. Esto da una imagen de la mayor transmisibilidad de ómicron, pero el impacto de esta variante va más allá.

Los rayos del sol bañan el National Covid Memorial Wall, erigido cerca del Palacio de Westminster, en Londres. (Tolga AKMEN | AFP)

Sobre ómicron ya se saben bastantes cosas, como su mayor transmisibilidad; se presumen otras, por ejemplo su menor gravedad; y se desconocen algunas importantes, entre ellas, de dónde ha llegado. El origen de esta variante que en pocas semanas logró acabar con delta y ser predominante en todo el mundo sigue siendo un misterio. Y no es un dato que carezca de importancia, pues determinar cómo y en qué condiciones surgió podría ayudar a medir el riesgo de que aparezcan otras y sugerir pasos para minimizarlo.

El recientemente formado Grupo Asesor Científico para los Orígenes de Nuevos Patógenos (SAGO) de la Organización Mundial de la Salud (OMS) se reunió en enero para discutir los orígenes de ómicron, y se espera que publique un informe este mes. Está por ver cuáles son las conclusiones de este organismo, pero por el momento no parece que esta variante esté vinculada a otras como delta o alfa, que habían dominado hasta su llegada.

Tres hipótesis sobre el origen

Ahora mismo todo son hipótesis, aunque algunas sobresalen por su verosimilitud. La revista “Nature” menciona tres en un artículo publicado a finales de enero, donde, a modo de resumen, señala que aunque los investigadores han secuenciado millones de genomas de SARS-CoV-2, es posible que simplemente hayan pasado por alto una serie de mutaciones que eventualmente condujeron a ómicron. Aunque también se plantea, alternativamente, que la variante podría haber desarrollado mutaciones en una persona como resultado de una infección a largo plazo, o que incluso podría haber surgido sin ser vista en otros huéspedes animales. 

Respecto a la primera teoría, el artículo señala que los investigadores han explicado la aparición de variantes previas de preocupación a través de un proceso simple de evolución gradual; a medida que el SARS-CoV-2 se replica y se transmite de persona a persona, surgen cambios aleatorios en su secuencia de ARN, algunos de los cuales persisten.

Lo que ocurre con ómicron es que tiene más de cincuenta mutaciones en comparación con el virus original aislado en Wuhan. Muchas de ellas ya habían sido observadas antes, pero hay también mutaciones que no se habían visto hasta ahora. Otra característica suya es que, desde un punto de vista genómico, consta de tres sublinajes distintos (BA.1, BA.2 y BA.3) que parecen haber surgido aproximadamente al mismo tiempo. Eso significa que tuvo tiempo de diversificarse antes de que los científicos se dieran cuenta.

Algunos expertos creen que la propagación de persona a persona no es propicia para acumular tantos cambios en año y medio, pero otros opinan que sí ha pasado suficiente tiempo, y que el proceso de mutación podría haber ocurrido sin ser visto, en una región con una secuenciación genómica limitada. Según esta hipótesis, en algún momento de los últimos meses sucedió algo que ayudó a que ómicron explotara, tal vez porque el progreso de otras variantes se vio obstaculizado gradualmente por la inmunidad acumulada por la vacunación y la infección previa, mientras ésta pudo evadir la barrera.

Aunque los críticos con esta teoría insisten en que este escenario es «extremadamente inverosímil», y sostienen que los pasos intermedios en la evolución de ómicron deberían haberse recogido en genomas virales de personas que viajan desde países que hacen poca secuenciación a otros que hacen mucha.

Una versión alternativa para explicar esa evolución acelerada del virus es que se haya producido en una persona con una infección crónica. Allí, podría haberse multiplicado durante semanas o meses, y podrían haber surgido diferentes tipos de mutaciones para esquivar el sistema inmunológico del cuerpo.

Sin embargo, esta hipótesis también tiene detractores, quienes destacan que ninguno de los individuos de estas características estudiados hasta ahora ha tenido la escala y variedad de mutaciones observadas en ómicron. Lograr eso, dicen, requeriría altas tasas de replicación viral durante mucho tiempo, lo que presumiblemente haría que esa persona se sintiera muy mal. Una explicación posible sería que varias personas con infecciones crónicas estuvieran involucradas en el proceso, o que el antepasado de ómicron viniera de alguien con una infección a largo plazo y luego pasó algún tiempo en la población general antes de ser detectado.

Y como tercera opción, se plantea que podría haber surgido en otro animal. El SARS-CoV-2 se ha propagado por varias especies, desde leopardos salvajes, a hienas e hipopótamos en zoológicos, y hámsters domésticos. “Nature” recuerda que ha causado estragos en granjas de visones en Europa y se ha infiltrado en poblaciones de ciervos en América del Norte. Y estudios recientes han encontrado que, a diferencia de las variantes anteriores, la proteína espiga de ómicron puede unirse a la proteína ACE2 de pavos, pollos y ratones.

En concreto, un estudio ha mostrado que la combinación de mutaciones N501Y-Q498R permite que las variantes se unan fuertemente a ACE2 de rata, y en la citada revista, el virólogo Robert Garry señala que se han observado mutaciones de ómicron en virus SARS-CoV-2 que se adaptan a roedores en experimentos de laboratorio.

Es posible que el virus haya adquirido mutaciones que le dieron acceso a las ratas –quizá a través de aguas residuales– y luego propagarse y evolucionar en ese animal. Más tarde, una rata infectada podría haber entrado en contacto con una persona, lo que provocó la aparición de ómicron. Sus tres sublinajes son lo suficientemente distintos como para que, según esta teoría, cada uno represente un salto separado de animal a humano.

Un reservorio animal también podría explicar por qué algunas de las mutaciones rara vez se han visto antes en las personas, aunque algunos expertos críticos replican que un solo salto viral de un animal a una persona es un evento raro, y mucho más tres.

Menos certezas de cara al futuro

Es posible que la respuesta al surgimiento de ómicron sea uno de esos tres supuestos o una combinación de ellos. Lo que está por ver es el escenario que se abre una vez que ya se ha asentado entre nosotros.

Su expansión, desde que se detectó por primera vez en Sudáfrica y Botswana, ha sido fulgurante, y su impacto a corto plazo, espectacular; basta con ver los gráficos de contagios desde diciembre. Pero probablemente no son menores sus consecuencias a medio y largo plazo. Porque, pese a que su mayor transmisibilidad y menor virulencia –está por ver hasta dónde eso es “mérito” propio y cuál el de las vacunas– son sus dos características más destacadas, hay otra que es tanto o más importante y que lo cambia casi todo.

Se trata de la capacidad de contagiar a personas vacunadas y reinfectar a quienes ya han tenido contacto con el virus. El porcentaje de población con la pauta completa que se ha contagiado en esta última ola es muy alto, y las reinfecciones también están siendo, si no habituales, sí menos extraordinarias de lo que habían sido hasta ahora. Y este hecho altera por completo las expectativas de poder alcanzar una inmunidad de grupo.

Desde que comenzó la campaña de vacunación la expectativa de alcanzar una cobertura suficiente para impedir la transmisión comunitaria del virus siempre ha estado ahí, y aunque las vacunas nunca han sido esterilizantes, es decir, su función no es impedir el contagio sino la enfermedad grave, lo cierto es que con otras variantes sí que eran capaces de evitar buena parte de las infecciones.

Así, tanto el pasado verano con los jóvenes, como al inicio de esta última ola –antes de que ómicron desplazara a delta–, con los menores de doce años, los contagios se centraban en gran medida en los grupos que no se habían vacunado. De hecho, cuando en octubre se desactivó el estado de alarma y se aliviaron las medidas, quien más quien menos, albergaba la esperanza de que se acercaba el fin de la crisis. Ahora, esa opción se diluye.

¿Estamos por tanto condenados a una sucesión de olas pandémicas, con sus consiguientes restricciones? No necesariamente, como muestran Dinamarca, y ayer mismo Suecia, que han levantado todas las medidas.

Y es que, pese al alto número de contagios, las vacunas han mostrado que siguen siendo capaces de evitar, en gran medida, que los infectados enfermen de gravedad, y también su muerte. Los porcentajes en ambos casos son muy inferiores en esta ola, aunque los números absolutos sean elevados a causa del insólito número de contagios registrados.

En este sentido, y teniendo en cuenta que las reinfecciones suelen ser más leves –aunque no siempre, como recordó ayer el Ispln–, la prevalencia a largo plazo de ómicron, con su enorme transmisibilidad, podría propiciar un escenario futuro en el que la mayoría o casi toda la población acabara por infectarse, una o varias veces, tendiendo a cursar formas cada vez menos graves de la enfermedad, que podría acabar siendo una más entre las afecciones respiratorias que conocemos.

Aún no estamos en ese escenario, está claro, pero el ejemplo danés y sueco indica que a su juicio no estamos lejos de alcanzarlo.

Por supuesto, también puede ocurrir que otra variante, más transmisible e incluso más grave que ómicron, ocupe su lugar, igual que ha sucedido en anteriores ocasiones. Mientras el virus circule es un riesgo que va a estar presente, aunque la capacidad mostrada por ómicron para echar a delta, y su enorme éxito a la hora de transmitirse, parecen apuntar a que no será fácil sustituirlo.

Pero todo esto son hipótesis que serán corroboradas o refutadas en los próximos meses. De momento, apenas hay certezas, y el futuro de la pandemia sigue siendo lo que era Rusia para Churchill: un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma.