Orden (cuestionado) en las salas; destrucción en la pantalla
La Berlinale empieza con una más que esperable lista de percances, dadas las circunstancias a las que nos ha empujado la pandemia. Mientras salas medio vacías se debaten entre la revuelta y el manso cumplimiento de una normativa, François Ozon se divierte destrozando al fantasma de Fassbinder.
Lo advertí ayer y, efectivamente, este jueves ha pasado. Tenía que pasar. Aterrizamos en Berlín con el miedo a ver cómo un festival de cine tan colosal –a nivel de infraestructura, seguramente el más grande del mundo– iba a encajar en los encajes imposibles que nos ha dejado la pandemia. Y efectivamente, no ha tenido que transcurrir ni una jornada entera para que hayan empezado a brotar esos incidentes que, por desgracia, nada tienen que ver con el cine. Con las películas, vaya.
¿Y cómo están los ánimos dentro de la burbuja festivalera? Igualmente caldeados. Retomo el hilo: la 72ª edición de la Berlinale empieza, como cabía esperar, con la imposibilidad de hablar sobre aquello que se proyecta en la pantalla. Esta es la situación: una de las muchas medidas para contener la pandemia en dicho certamen consiste en la limitación de aforo al 50% en todas las salas. ¿Y cómo vamos a caber todos? Primero, dándonos cuenta, por favor, de que este año, y por todo lo que estamos comentando, somos 4 gatos (o 4 locos) los que nos hemos acercado a la capital germana. Segundo, la organización ha decidido ocupar muchas más salas de cine de las habituales, y esparcirnos por todas ellas.
Las reglas son las reglas
Resultado, en el CinemaxX 7, mítico punto de reunión para descorchar la Berlinale, con una capacidad para más de 500 personas... apenas nos hemos congregado 30. Sería gracioso, si no fuera todo tan triste. Pero hay más: los asientos que debemos ocupar están automáticamente asignados por el sistema informático, y este, cómo no, ha decidido concentrarnos a todos en las mismas dos filas.
Algunos, cansados de la absurda lucha en la que se ha instalado nuestra vida, simplemente aceptamos este destino. Otros no. De repente, un camarada se levanta, se reasigna un asiento más de su gusto y pronuncia un discurso incendiario en contra del ‘fascismo normativo” y en ‘favor de la libertad”. La libertad a hacer lo que le salga de ahí, se entiende.
Pero el verdadero espectáculo está en la entrada de dicha sala. Allí, se ha formado un corrillo de ocho representantes de la organización. Todos alemanes, presuntamente; todos enfrascados en un debate filosófico-existencial de imposible resolución, al menos dentro del marco mental que se le presupone al pueblo teutón.
Las reglas son las reglas, de acuerdo, pero para que estas se cumplan, se debe entrar en un combate que, sin duda, les llevará a saltarse las reglas: retrasar el siempre puntual horario por el que se mueve la Berlinale. Y discuten (entre ellos), y le dan vueltas al asunto... hasta que silenciosamente capitulan. Al final, gana el periodista díscolo, y los obedientes también, porque por fin empieza la película. Porque a esto vinimos, ¿no?
Aquel Fassbinder
Y a todo esto, comienza la 72ª Berlinale. Ahora sí. Lo hace con la primera película a competición por el Oso de Oro: ‘Peter von Kant”, de François Ozon, remake-capricho; película-reflejo, si se prefiere, de ‘Las amargas lágrimas de Petra von Kant”, de Rainer Werner Fassbinder.
Si en compañía del mítico cineasta alemán nos encerrábamos en los laberintos melodramáticos de un elenco exclusivamente femenino, ahora son los hombres los que ocupan el foco. Antes, la protagonista era una diseñadora de moda; ahora quien manda (y sufre los efectos del amor marchito) es un director de cine.
Ozon se reconcilia con su yo-lúdico, firmando el más grosero de los homenajes. La reverencia, de repente, se convierte en gesto iconoclasta, y sí, de nuevo, el director y guionista francés lleva razón.
Solo hay que desviar la mirada de la pantalla para comprobar, una vez más, lo grotesco de nuestros tiempos. «Los hombres destruyen lo que aman», llora la canción, y esto mismo hace el siempre bestial Denis Ménochet, pero también la vampírica Isabelle Adjani: cargarse el recuerdo de Fassbinder. Porque solo saben hacerle daño; porque lo quieren con locura.
Alemania está en máximos de contagios e incidencia –ayer se reportó un nuevo pico, con 1.465,4 contagios en siete días por 100.000 habitantes– y son muchos los desafíos que afrontan los codirectores de la Berlinale, Mariette Rissenbeek y Carlo Chatrian. Pero en la Berlinale se defiende que llegó el momento de «devolver el cine a la vida», como afirmó el director estadounidense M. Night Shyamalan, presidente del jurado que el día 16 repartirá los Osos del festival.
A la apertura con Ozon seguirán en los próximos días varias aspirantes asimismo francesas: ‘Avec amour et acharment’, de Claire Denis, interpretada por Juliette Binoche y Vincent Lindon; ‘Les passagers de la nuit”, de Mikhaël Hers, con Charlotte Gainsbourg; y ‘La ligne”, de Ursula Meier, con Valeria Bruni Tedeschi.