París, del infierno al cielo
Con ‘Un año, una noche’, asfixiante y compasivo acercamiento al horror del Bataclan, Isaki Lacuesta confirma su condición de favorito al Oso de Oro. Mikhaël Hers sigue esta estela ganadora con sus «pasajeros de la noche», y Michael Koch se queda muy atrás con ‘A Piece of Sky’.
Empieza la hora de la verdad en la 72ª Berlinale, o sea, que encaramos una recta final en la que, de cumplirse los pronósticos, debería verse buena parte de los títulos que acabarán configurando el palmarés. Hoy comienza, por cierto, el desembarco catalán en la carrera por el Oso de Oro. La veda la abre Isaki Lacuesta, el dos veces ganador de la Concha de Oro en Zinemaldia, quien para la ocasión redobla la apuesta, llevando su filmografía a ese ambicioso (y por esto peligroso) territorio en el que una película se atreve a intentar poner orden en el caos en el que se ha instalado nuestro día a día (dentro y fuera de los festivales).
‘Un año, una noche’ es el título del nuevo largometraje del autor de ‘Los pasos dobles’ o ‘Entre dos aguas’, un arriesgado regreso al infierno del ataque yihadista a la sala Bataclan de París. La cámara sigue durante casi dos horas a Céline y Ramón (encarnados por Noémie Merlant y el siempre espectacular Nahuel Pérez), dos supervivientes de la matanza que luchan por escapar de dicho horror. Durante su primer y apabullante primer acto, la película se convierte en un aparato infernal en el que sonidos e imágenes terroríficas son la vibrante plasmación de unas mentes que se desmoronan.
En estos primeros compases, ‘Un año, una noche’ orquesta magistralmente texto y montaje, para conectar emocionalmente con dos personas para las que la vida (es decir, aquello que milagrosamente escapa de la muerte) ha perdido el sentido. El resto de tiempo efectivo, esto es, hora y media de metraje, se dedica a encontrarlo. Lo hace, en última instancia, siendo fiel al apoyo que brinda a dos víctimas que se niegan a conformarse con dicha condición. Con todo esto, Isaki Lacuesta confirma el excelente estado de forma por el que ahora mismo pasa su cine; un arte que convierte el virtuosismo en el más sincero gesto de cercanía humanista.
Sin salir de la capital francesa, ni de la Competición por el Oso de Oro, la Berlinale vuelve a confirmar la máxima de esta 72ª edición. Dicho de otra manera, los autores de «segunda línea» siguen sumando méritos para estar en la primera. En ‘Les passagers de la nuit’ (esto es, ‘Los pasajeros de la noche’) el cineasta francés Mikhaël Hers nos lleva a su París natal, a la década de los ochenta, para seguir las vivencias y aventuras urbanas de una familia que, por lo que parece, corre el riesgo de desintegrarse. En un espectacular piso en las afueras de la gran ciudad, un hijo y una hija, ambos en plena adolescencia, contemplan preocupados el estado semi-depresivo en el que ha quedado su madre, después de que el pater familias haya decidido irse y fundar otro hogar.
Preocupante panorama que, por suerte, se encauza rápidamente hacia la construcción de una zona (o más bien refugio) de confort. De filmación preciosa, la estupenda dirección fotográfica a manos de Sébastien Buchmann inunda el ambiente con imágenes granuladas, invocando una mirada nostálgica hacia un pasado que, de repente, luce como ese faro a seguir en plena tempestad. Con la que está cayendo fuera de la sala de cine, no estamos para rechazar una película que trata con tanto amor y bondad a sus personajes; a los espacios que habitan. Sin paternalismos, sin falsas condescendencias: los grandes obstáculos que nos plantea la vida (el desamor, las adicciones, el sentirse perdido ante la inmensidad del mundo) son superados aquí con la calidez de la escala humana.
Charlotte Gainsbourg, en el rol de esa madre a la que el alma se le caía a los pies en el primer acto, inspira gracias a la luminosidad con la que se relaciona con los demás personajes: tanto los que están mejor como, sobre todo, los que parece que están peor que ella. Y emociona el efecto contagio que Mikhaël Hers activa en dicho ecosistema. Todo el mundo se quiere con total sinceridad, todos velan por los demás… para que el mundo sea un poco mejor de como nos lo encontramos al entrar en la proyección. Una ráfaga de calor que va directa al corazón… y que por desgracia intenta apagar el siguiente director que entra en liza.
La Competición cierra la tanda de hoy con ‘A Piece of Sky’, de Michael Koch, un ejercicio de sadismo perpetrado durante la friolera de dos horas y cuarto, tiempo destinado a retratar la degradación (física y mental) de un campesino alpino, a razón de un tumor que se le ha detectado en el cerebro. El cine de la crueldad se va de turismo a los imponentes parajes montañosos de Suiza, y como cabía esperar, se comporta con la intolerable falta de decoro de quien se relaciona con la miseria humana con la curiosidad del científico incapaz de empatizar emocionalmente con el objeto de estudio. La cámara se distancia del pobre desgraciado cuando este, a causa de su enfermedad, actúa de manera vergonzosa; cuando sufre, le dedica tomas cercanas para que no nos perdamos ni un segundo de su sufrimiento. Sin pudor, sin respeto, sin aprecio alguno hacia una dignidad que, por supuesto, brilla por su ausencia. Es la hipocresía que, ahora, hiela el alma.