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China, llave o cerrojo de la crisis bélica en Ucrania

China avaló el puñetazo en la mesa de Rusia en Ucrania. Pero su ambigüedad y sus guiños a Kiev evidencian que no es un apoyo sin límites. Estos pasan por el alineamiento de Moscú con Pekín, pero sin que el descontrol le suponga a China alienarse a Occidente.

Efectos del ataque ruso en una ciudad ucraniana. (Sergey BOBOK | FRANCE PRESSE)

Muchos analistas anunciaron que la declaración conjunta sino-rusa del 4 de febrero supuso el inicio del fin del orden mundial liberal, dominado por Occidente –léase EEUU– desde mediados del siglo pasado.

El presidente ruso, Vladimir Putin, de visita en Pekín en vísperas de los Juegos Olímpicos de Invierno, y su homólogo chino, Xi Jinping, proclamaron na «nueva era» en las relaciones internacionales, basada en que la colaboración y amistad entre los dos países «no tiene límites» ni conoce «áreas de cooperación prohibidas».

Un noviazgo sin parangón en 60 años, desde el inicio del enfriamiento de las relaciones entre los dos referentes del comunismo mundial. Y que algunos han llegado a bautizar como la Conferencia de Yalta del siglo XXI. Y es que, por primera vez, China anunciaba su oposición explícita a toda futura ampliación de la OTAN. En contrapartida, Rusia mostraba su apoyo a la reclamación de Pekín sobre Taiwán.

Tres semanas después, casualmente recién clausuradas cuatro días antes las «Olimpiadas Blancas», Rusia iniciaba su agresión contra Ucrania.

Todo apunta a que Putin logró el aval, cuando no el permiso, de Xi para una intervención militar en Ucrania.

No tiene sentido geopolítico alguno que Rusia no informara a China de que tenía intensión de lanzar un ataque que, finalmente, ha hecho saltar por los aires las costuras del establishment securitario europeo, cuando no mundial.

Otra cosa es si Pekín estaba informado sobre hasta qué punto estaba dispuesto, o forzado, a llegar Moscú.

Escepticismo

Ello explicaría el escepticismo sobre un ataque ruso que, siempre según fuentes de Washington, habrían mostrado los altos funcionarios chinos en reuniones con homólogos estadounidenses, incluida una con el embajador chino horas antes del comienzo de la invasión.

Y casa con el hecho de que Pekín se mofó –no fue el único– de las advertencias de los servicios de Inteligencia estadounidenses sobre un ataque inminente, no evacuando hasta el martes 1 de marzo a los 6.000 chinos en Ucrania por trabajo o estudios.

Rusia inició el 24 de febrero lo que China califica como «operación especial», «crisis» o «nueva situación», en un afán, similar al de Moscú, por no mentar la palabra «guerra» o «invasión».

El ministro de Exteriores chino, Wang Yi, lanzaba un capote a su homólogo ruso, Sergei Lavrov, señalando que China «comprende las preocupaciones razonables de Rusia en materia de seguridad (...) La cuestión ucraniana remite a una historia particular y complicada».

Wang ya había exigido en la Conferencia anual de Seguridad de Munich que las preocupaciones de Rusia en Ucrania «deben ser reconocidas» al mismo nivel que las de otros actores de esta crisis. «La seguridad de una región no puede alcanzarse reforzando los bloques militares», insistió, en un mensaje a la OTAN.

La portavoz de Exteriores china, Hua Chunying, trató de justificar la negativa a reconocer la ya iniciada agresión rusa recordando las agresiones estadounidenses contra Irak y Afganistán.

Incomodidad

Pero esa salida de pata de banco denota la incomodidad de China para respaldar explícitamente el ataque ruso mientras defiende uno de los «Cinco Principios de la Coexistencia Pacífica» que guían su política exterior desde los años 50 y que se resumen en el respeto mutuo a la soberanía y la integridad territorial de los Estados.

Conviene recordar que China no reconoció la independencia, en realidad anexión a Rusia, de Abjasia y Osetia del Sur en la guerra de Georgia en 2008 y de Crimea tras el Euromaidan ucraniano en 2014. Aunque, como hizo en ambas ocasiones en el Consejo de Seguridad de la ONU, Pekín se ha vuelto a abstener en una resolución de condena a su aliado.

Analistas chinos justifican la posición de Pekín como un quid pro quo de cara al eventual apoyo de Rusia a China contra Taiwán.

No obstante, el argumento está cogido por los pelos, ya que entrar en un territorio soberano, como está haciendo Rusia, choca de lleno con la reclamación de su soberanía sobre Taiwán, reconocida formalmente por toda la comunidad internacional, incluido, aunque sea de forma torticera, por EEUU.

A no ser que China haya optado por dar un golpe de timón y haya decidido que el creciente apoyo de EEUU –antes Trump, ahora Biden– a Taipei responde a la misma política de injerencia de la que Rusia acusa a Occidente en Ucrania.

Relaciones con Ucrania

Hay otro elemento que pone en tela de juicio esta equiparación: las buenas relaciones de China con Ucrania. El propio Xi destacaba en enero, 30 aniversario del establecimiento de relaciones bilaterales y en plena crisis prebélica, la «cada vez más profunda política mutua» entre China y Ucrania.

Kiev vende armas y el 80% de sus importaciones de maíz a China y son buenos socios comerciales. La venta de productos del granero ucraniano a China creció un 23% en 2021.

Ello explica el intercambio telefónico, a instancias de Kiev, entre los ministros de Exteriores chino, el ya citado Wang, y ucraniano, Dmytro Kuleba.

Este último aseguró que Pekín habría aceptado mediar en el conflicto para un alto el fuego.

Wang aseguró que «la situación en Ucrania ha cambiado rápidamente», lamentó los daños a civiles e instó a Rusia y a Ucrania a «encontrar soluciones mediante consultas». Algunos han querido ver un giro de Pekín debido al recrudecimiento de la agresión bélica rusa y al rechazo mundial a la invasión.

No obstante, el propio Wang enfriaba las expectativas al negarse a confirmar rumores sobre una comunicación entre Xi y su homólogo ucraniano, el presidente Volodimir Zelensky, y al no especificar al papel mediador que podría asumir China.

Por de pronto, la mediación china debería tener el aval de Rusia. Y si lo tiene, no sería extraño que Pekín actuara o actúe entre bambalinas, fiel a la milenaria discreción del «Imperio del Centro».

Y China ha dejado claro que rechaza de plano la política de sanciones económicas occidentales «ilegales» contra Rusia y que profundizará sus relaciones comerciales con el país vecino, con el que comparte 4.000 kilómetros de frontera.

Ya con motivo de las sanciones tras la anexión de Crimea, Pekín salió en auxilio de Rusia al firmar un contrato de compra de gas por valor de 360.000 millones de euros.

En febrero, en la «cumbre ruso-china de Yalta», un nuevo contrato sumaba otros 105.000 millones en suministro de gas y petróleo al insaciable mercado chino, a lo que hay que sumar el la negociación de un nuevo gasoducto, el Power of Siberia 2.

Asimismo, Pekín acaba de levantar la restricción a la importación de trigo ruso, en el que China, con 1,400 millones de habitantes, pero con poca tierra productiva (el octavo país del mundo), es deficitaria.

El gigante asiático podría, asimismo, paliar las sanciones financieras a Rusia a través de sus bancos estatales, aunque es más complicado, ya que menos del 20% de sus intercambios bilaterales se realizan en yuanes y menos del 15% de las reservas rusas están en esa moneda.

Fuera del dólar

Con todo, expertos chinos aseguran que ya hay una relación económica bilateral fuera del marco del dólar y auguran que Rusia resistirá a las sanciones, como hasta hoy, con la ayuda de Pekín en los sectores de telecomunicaciones y tecnología.

Ahora bien, hay señales de que China no estaría, siquiera de momento, saliendo al auxilio bancario de Rusia en desafío a las sanciones occidentales. Los grandes bancos ICBC y Bank of China han dejado de financiar compras de materias primas, sobre todo, energía, rusas.

Habrá que ver cómo evolucionan los acontecimientos, pero los entusiastas de un nuevo orden mundial olvidan el pragmatismo que caracteriza a la política china y el eventual riesgo para su mercado con Occidente, el mayor de su balanza comercial. La UE es su segundo socio, además del destino de su estratégica Nueva Ruta de la Seda.

Tampoco le viene bien a China un nuevo escenario de crisis tras la pandemia y en un año en el que Xi Jinping se presenta a su reelección como líder neomaoísta del país y secretario general en el XX Congreso del PCCh en otoño de 2022.

Más allá de comunicados y acuerdos, Pekín insiste en que su relación con Moscú es de «socio estratégico», lo que no comprende «ni la alianza ni la confrontación con otros países».

Y si alinearse con Moscú tiene más costes que beneficios lo reconsiderará. China y Rusia comparten su contraposición a EEUU, pero tienen también visiones diferentes del mundo.

Visiones e intereses distintos. China prima la estabilidad, el ir paso a paso pero sin pausa hacia la primacía mundial.

Rusia, forzada por sus circunstancias y urgencias históricas, funciona a impulsos.

Y, pese a que se olvida a menudo, Pekín y Moscú tienen diferendos históricos, desde las reclamaciones territoriales chinas en el Gran Oriente ruso hasta la expansión de la influencia china en las ex repúblicas soviéticas de Asia Central.

Las rivalidades vienen de lejos. En 1860, la decadente China tuvo que ceder 900.000 kilómetros cuadrados (casi el doble que el territorio del Estado español) a la Rusia zarista.

Manchuria y la Mongolia exterior, que la URSS cooptó creando una república popular, han sido siempre zonas de fricción.

Con sus colonos y sus compañías, la fortalecida China no oculta su interés por el control de Siberia y sus ingentes recursos ante una Rusia debilitada económica, demográfica y geopolíticamente tras el desplome de la URSS.

Llegamos así a la última cuestión, y a una osada teoría que me atrevo a esbozar.

La de que China habría actuado como garante de Rusia en su agresión a Ucrania para forzar su enfrentamiento con Occidente y agudizar su alineamiento-dependencia con Pekín.

Eso sí, China aspiraría a un tensionamiento, pero dimensionado, ya que le genera beneficios económicos y geoestratégicos pero que, si se descontrola, podría volverse un bumerán contra esos mismos intereses.

De momento, el yuan ha registrado una revalorización histórica frente al dólar y Xi Jinping es para Putin lo que el propio presidente ruso es para el bielorruso Alexandr Lukashenko: un hermano mayor del que depende totalmente si quiere sobrevivir.

Siguiendo con las comparaciones, la actitud de China es equiparable a la de EEUU, gran beneficiario de la crisis sobre las espaldas de Europa.

Pero Washington manda sobre la UE, no sobre Rusia. Pekín, con su ascendiente sobre Moscú, tiene la llave o el cerrojo para forzar una salida o para seguir dejando a Rusia cobrarse su venganza de Occidente ahogando en sangre a Ucrania.