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La mascarilla en interiores, a debate

La mascarilla en espacios interiores es obligatoria en Hegoalde desde julio de 2020, apenas unas semanas después de que se completaran las fases del desconfinamiento. GARA ha contactado con representantes de varios sectores afectados para testar su opinión.

La sensación de seguridad en las personas mayores aflora como un elemento clave. (Jon URBE | FOKU)

Son varios los países europeos que, habiendo llevado una política de control de la pandemia inteligente y con buenos resultados, han decidido prescindir de la obligatoriedad de la mascarilla en espacios interiores. Hasta la fecha, no parece irles del todo mal y en algunos, como en Dinamarca, da la sensación de que siguen bajando su incidencia como si nada. No es esta medida, pese a todo, una decisión unánime. Alemania no lo tiene nada claro. En contraposición, el Gobierno español sí ha manifestado públicamente su deseo de quitarla cuanto antes. Puede ser cuestión de días.

El debate tiene aristas. Quizá no sea lo mejor un todo o nada. Si bien ambos son espacios interiores y por ello han ido hasta ahora en el mismo saco, poco tiene que ver el Bilbao Exhibition Center con un hospital. Las primeras filtraciones desde La Moncloa –globos sonda, quizá– apuntan a que habrá algún tipo de progresión, que algunos espacios irán primero y otros tendrán que esperar un poco más. 

Sobre algunos de estos lugares hay un consenso claro, como el manifestado por la Asociación Española de Pediatría (AEP), que llegó a proponer un calendario curso por curso para levantar la medida en los centros educativos tras realizar una exhaustiva valoración entre el coste beneficio adecuada a los escolares. Su propuesta no fue atendida, aunque marcó un punto de inflexión y los protocolos empezaron a relajarse. A día de hoy, está sobre la mesa que los colegios figuren entre los primeros espacios en ser liberados de la mascarilla.

Tras casi dos años asociando interior y tapabocas de forma ininterrumpida, la medida se acoge con cierto optimismo, pero con prudencia por parte de la población vulnerable. «Muchos de mi edad buscan el exterior de las trascas para tomarse algo o llevan la mascarilla en lugares donde no es obligatorio. Existe concienciación y la gente ha aprendido también a autoprotegerse», afirma Félix Zabalza, médico jubilado. 

Su opinión personal es que sí, que la hospitalización ha bajado como para probar a quitar la medida. Ahora bien, Zabalza insiste en que lo prioritario, siempre, es seguir atendiendo lo que nos dicen las autoridades, «porque la pandemia ha sido un machaque muy fuerte para el sistema y no sabemos realmente lo recuperado que está».

Desde julio de 2020, las medidas de restricción se han vivido como una pugna entre las autoridades sanitarias y el sector hostelero. Pese a ello, el previsible fin de la mascarilla no despierta hoy la misma polémica. 

«El 90% de la gente en un bar no la lleva puesta porque se come y se bebe. Seamos sinceros, es así»

«El 90% de la gente en un bar no la lleva puesta porque se come y se bebe. Seamos sinceros, es así», confiesa Juan Carlos Oroz, portavoz de la asociación de pequeños hosteleros de Nafarroa (ANAPEH).

Oroz coincide en que se han dado ciertos cambios en la ciudadanía. Terrazas y barriles a pie de calle se llenan mucho antes que los interiores, pero las mascarillas se usan con poca disciplina. «Tenemos que advertir, a veces, a los clientes para que se pongan la mascarilla cuando van al baño y eso genera fricciones y malentendidos. Sí que sería un alivio para los trabajadores dejar de tener que llevarlas. En la cocina hace mucho calor», comenta el hostelero. 

El silencio de los teatros

Son otros espacios –con menor trasiego, más controlados y, por tanto, más cumplidores–, los que manifiestan ganas mayores de que la medida se levante. «Quiero volver a ver la cara al público. Desde el escenario se necesita eso», expresa Ramón Barea, director teatral e impulsor de Pabellón 6, en Bilbo.
Barea señala que, a la hora de restringir, los legisladores han sido un tanto injustos con los teatros. Por eso reclama ahora una sensibilidad mayor. «Sé que es muy difícil concretar cada caso, pero las medidas han sido muy generales.

Algunas han sido necesarias, pero quizá otras no. En el teatro la gente está quieta, no habla y cumple fielmente el tema de la mascarilla. En los bares, hay coartada. Tengo que beber y me la quito antes, durante y después. El riesgo no es idéntico, pero se legisló interiores en general», afirma. 

«Si finalmente no es un todo o nada, algunos interiores pueden funcionar a modo de avanzadilla»

En estos dos años, ningún teatro ha sido noticia por haberse convertido en un foco de contagios y Barea está seguro de que «por algo habrá sido». En su opinión, «hay lugares que se han demostrado seguros. Si finalmente no es un todo o nada, algunos interiores pueden funcionar a modo de avanzadilla».

Hay que recordar que en un teatro todos llevan mascarilla menos los actores, que en contraprestación llevan a cabo una serie de controles y de antígenos. No son los únicos artistas sujetos a semejantes restricciones. Más compleja es la situación por la que atraviesan en las grandes orquestas. 

La música de la orquesta

«Nosotros tenemos un corpus muy grande, hay 80 o 90 músicos en el escenario. Los vientos, lógicamente, no llevan mascarilla. Las cuerdas sí que la mantienen», explica Miren Elosegi, directora de Comunicación de la Euskadiko Orkestra.
Elosegi apuntala la idea sugerida por el director teatral: en el arte es necesario el retorno del público. «Necesitamos saber si disfruta o se aburre. Tú lanzas, proyectas, pero necesitas interacción y buscas empatía». 

La responsable añade un elemento más, que puede ser central en el debate, como es el de la sensación de seguridad. «Si tienes una mascarilla, de algún modo, sigue presente el miedo, la desconfianza», expone. Esto altera la experiencia y puede espantar al público. Ahora bien, esta idea de seguridad percibida deviene crítica si la mascarilla desaparece. «No sabemos cómo responderá el público si en los auditorios deja de haber mascarilla. Puede que gente deje de venir», reflexiona Elosegi. 

Más palomitas para los cines

«Desde que se pueden comer palomitas en los cines, viene más público. Entiendo que quitar las mascarillas impulsaría la recuperación», sostiene Alfonso Benegas, de la EZAE, la asociación de salas de cine de la CAV.

«Es curioso que los que siguen viniendo sean los jóvenes. La ausencia de público no es por las plataformas»

Benegas añade un elemento más: el grueso del público que han perdido es gente de edad avanzada. «Es curioso que los que siguen viniendo sean los jóvenes. La ausencia de público no viene del uso de plataformas». 

Las personas de edad son las más atentas a lo que les indican las autoridades sanitarias –sugiere el director de EZAE– y el entrar a un sitio que les han indicado como inseguro, les echa atrás. «Si la medida se elimina, seguro que cogerán confianza».

Benegas insiste en que no todos los interiores son iguales, que en los cines el techo está alto y la ventilación es muy buena, y en que los que han sido más respetuosos y se han demostrado más seguros son ahora los que sufren la mayor impacto por las mascarillas. 

A modo de consenso general, todos los consultados para este artículo manifiestan lo mismo: lo principal es poder seguir trabajando. Si las mascarillas se van de forma generalizada y esto provoca después cierres temporales, la decisión se revelará un error. Por esto, insisten en que la decisión deben tomarla especialistas sanitarios. Aunque, sin duda, estas voces también hay que escucharlas.