Rusia no lo ve claro en el Mar Negro
El anuncio ucraniano del hundimiento de un buque ruso, el ‘Vsevolod Bobrov’, se suma a la lista de reivindicaciones de Kiev, no negadas por Moscú, en una guerra marítima en el Mar Negro, en segundo plano por la ofensiva terrestre, pero que se revela vital en términos estratégicos y simbólicos.
No hablamos de una batalla naval tipo, habida cuenta de que la flota militar ucraniana quedó prácticamente destruida en los ataques durante los primeros días de la invasión.
Uno de los primeros objetivos del Ejército ruso fue la Isla de las Serpientes, un enclave estratégico situado a 50 kilómetros de la desembocadura del Danubio, uno de los principales ríos de Europa e importante vía comercial, y a un centenar de kilómetros de Odessa, lo que permite tener a tiro a todo el litoral que le queda a Ucrania.
La isla ofrece el dominio sobre toda el área marítima, incluidas las riquezas que alberga su fondo, donde no faltan hidrocarburos y, por tanto, objeto de litigio entre Rumanía y Ucrania hasta 2009, cuando la Corte Internacional de Justicia falló a favor de Kiev.
El enclave era de gran interés para Rusia, porque permitiría instalar defensas antiaéreas y anti-navíos, y sistemas de misiles de medio alcance con los que reforzar la potencia de fuego de su flota, por lo que, tras varios asaltos, fue rápidamente conquistado por el Ejército ruso.
Ucrania aseguró que sus defensores y guardacostas se negaron a rendirse, mandaron a paseo al crucero ruso ‘Moskva’ en un mensaje por radio y que todos murieron, convirtiendo su pérdida en una «gesta heroica».
Al margen de cuánto haya en ello de verdad y cuánto de propaganda, lo cierto es que la Isla de las Serpientes es muy vulnerable y las posiciones rusas son atacadas periódicamente por el Ejército ucraniano, que aseguró la semana pasada haber destruido dos patrulleras rusas.
Pero el hito en esta guerra naval fue el hundimiento, precisamente, del crucero ruso lanza-misiles ‘Moskva’, la «joya de la corona» de la flota rusa en el Mar Negro.
Construido paradójicamente en los astilleros de Mikolaiev, entre Odessa y Crimea, el ‘Moskva’ fue botado en 1979 con el nombre inicial de ‘Slava’ (Gloria). Dado de baja en 1990 y reformado, fue rebautizado con el nombre de la capital de Rusia y en 2000 sustituyó al ‘Almirante Golovko’ como buque insignia de la flota del Mar Negro.
Símbolo de la nueva Rusia, participó en la guerra en Siria y en la anexión rusa de Crimea, bloqueando a la flota ucraniana. Armado con 16 lanzadores de misiles anti-buque, un centenar de misiles tierra-aire, además de morteros anti-submarinos y torpedos, y un helicóptero, el ‘Moskva’ era un barco gigantesco y con medio millar de tripulantes.
Con 186 metros y 40 centímetros de eslora, es el barco más grande víctima de un ataque con misiles en la historia. En longitud solo le superaba el acorazado japonés ‘Yamato’, cuando iba en misión suicida a defender la isla de Okinawa, y hundido en un ataque con aviones estadounidenses en abril de 1945.
El hundimiento del ‘Moskva’ ha sido comparado con el del crucero estadounidense ‘Indianapolis’ por un submarino nipón dos meses más tarde, o los de ‘El General Belgrano’ argentino y el carguero británico ‘Atlantic Conveyor’, ambos en la guerra de las Malvinas de 1982.
Destruido por dos misiles anti-buque ucranianos Neptuno, expertos militares ya venían advirtiendo antes del ataque al ‘Moskva’ de la creciente vulnerabilidad de los buques de superficie ante un ataque con misiles.
El hundimiento –Rusia comenzó hablando de un incendio y terminó reconociéndolo– fue posible, tal y como ha sido reconocido oficialmente por Washington, por la información vía satélite y por otros medios suministrada por el Ejército de EEUU, que permitió a la Armada ucraniana localizar exactamente su posición.
Tanto Kiev como Washington aseguraron que gran parte de los tripulantes habrían muerto. Moscú reconoció la muerte de varios de ellos por el incendio.
El Kremlin tampoco ha confirmado el hundimiento estos días del buque ‘Vsevolod Bobrov’. Y guarda silencio sobre una similar reivindicación ucraniana la semana pasada, cuando aseguró que mandó a pique hace una semana un buque ruso de desembarco tipo ‘Serna’ con un dron ucraniano de fabricación turca TB2 Bairaktar.
Por de pronto, Ucrania ha logrado crear una «zona de incertidumbre» entre Odessa y las costas de Rumanía por sus baterías costeras de misiles anti-navíos como el Neptuno y los Harpoon, donados por Gran Bretaña, con un alcance de hasta 300 kilómetros.
A ello hay que sumar los drones marítimos de superficie prometidos por EEUU y una red de minas, algunas de ellas a la deriva.
Ello hace que no solo Moscú no pueda lanzar una operación anfibia sobre Odessa, sino que mantiene a la flota rusa lejos de las costas ucranianas. Y le impide controlar absolutamente lo que Rusia considera como su ‘Mare Nostrum’, donde dispone de una veintena de buques y no pocos submarinos.
Y una zona en guerra ante la que otros países ribereños como Rumanía y Turquía, que controla el paso de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, están pensando rearmarse con baterías costeras.