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«Escapé de Sudán de la muerte, no quiero morir en la valla»

Jóvenes migrantes que lograron sobrevivir tras el intento de cruzar la frontera de Melilla relatan el sufrimiento que llevan a sus espaldas desde que escaparon de sus países de origen. La muerte los ha rozado en muchas ocasiones, pero no cejan en su objetivo de llegar a Europa.

Dos hombres hablan a sendos lados de la valla del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla. (Fadel SENNA | AFP)

Tiene 16 años y su cuerpo es ya un mapa de sufrimiento. Quemaduras en el vientre testigos de torturas en Libia y una cicatriz en la pierna de un intento de saltar a Ceuta. Sami salió de Sudán huyendo de la muerte y casi se la encuentra hace cinco días en Melilla.

Después de intentar atravesar la frontera de la ciudad española y ver a sus compañeros morir en el intento más mortal que recuerda Melilla –al menos 23 migrantes fallecieron, una cifra las ONG elevan a 37–, Sami, Mohamed, Abdelá y Moussa buscan ahora ayuda a cientos de kilómetros, en Rabat.

Han llegado hasta allí desde diferentes ciudades de Marruecos a las que les trasladaron las autoridades, siguiendo la política de dispersión de migrantes del país magrebí. Aún magullados, con vendas en la cabeza, manos y piernas, se han acercado a la sede de Acnur buscando respuestas.

Junto a su puerta, ubicada en una calle ruidosa, relatan a Efe la humillación, el dolor y la muerte que ha acompañado su viaje de 5.000 kilómetros hasta Marruecos.

Y lo que vivieron el viernes al intentar cruzar a Melilla: golpes, gas lacrimógeno y muchas horas en el suelo. Ahora duermen en las calles de Rabat, acostumbrados a una vida de mendicidad, trabajo esporádico y con la cabeza puesta en un solo objetivo: Europa.

Sami, 16 años: «Nos tiraron a unos encima de otros»


Sami partió del este de Sudán y llegó a Marruecos en 2020 tras pasar por Libia, Túnez y Argelia. En el camino, pasó cuatro meses en una cárcel libia, de donde guarda unas quemaduras que le hicieron los guardias, dice, con plástico quemado.

Sin derecho a la adolescencia, en 2021 se rompió un brazo tratando de escalar la valla de Ceuta y una cicatriz surca su pierna de una segunda intentona, lo que no le impidió insistir en su afán el pasado viernes en Melilla.

Sami niega que la incursión estuviera orquestada por una red criminal ni que hayan pagado por ella. «Si no tenemos ni para comer», argumenta. Y denuncia el «trato inhumano» al que les sometieron los agentes marroquíes en las horas siguientes, cuando les hicieron tumbarse en el suelo junto a la valla.

«Nos tiraron a unos encima de otros», recuerda. Aunque lo volverá a intentar, Sami no quiere «morir en la valla» porque ya escapó de Sudán de la muerte.

Moussa, 15 años: «No hay vuelta atrás»


Moussa ya no es un niño, aunque lleve una camiseta con dibujos de cómic en la que se lee ‘Strong, Fast, Smart, Brave’ (‘Fuerte, Rápido, Listo, Valiente’). Con solo 13 años, salió de cerca de Jartum y atravesó Chad, Libia, Túnez y Argelia antes de llegar a Marruecos en noviembre de 2021.

Estuvo seis meses en la prisión de Abu Salim de Trípoli compartiendo una celda con 900 personas. «Nos pegaban, aunque yo era pequeño y no me pegaban mucho».

Para salir de la prisión un amigo suyo pagó a la policía y luego tuvo que abonar 200 euros para cruzar de Argelia a Marruecos. Desde allí se fue a Rabat, donde pedía en las calles. La del viernes era la primera vez que intentaba cruzar a España.

«Alguien me avisó por teléfono de que iba a haber un intento y fuimos a Berkan», una ciudad al este de Nador –fronteriza con Melilla– a la que llegaron el pasado 17. El mismo día emprendió andando más de 80 kilómetros hasta las montañas donde estaban sus compatriotas escondidos.

«[El viernes] empezamos a movernos a la una de la mañana y estuvimos toda la noche caminando», hasta llegar a la valla. «Nos lanzaron gases, nos tiraron al suelo y nos pegaron. Estuvimos ocho horas en el suelo sin agua», explica.

Una experiencia que no le ha quitado las ganas de seguir intentándolo porque en Sudán su familia espera mucho de él. Es un camino en el que "no hay vuelta atrás".

Abdelá, 18 años: «No hay vida»


La muerte ha acompañado a Abdelá desde que en 2014 salió de Eritrea para escapar del servicio militar. Quizás lo peor fue el viaje en camión desde Sudán a la frontera libia, en un remolque con 40 migrantes dentro. Iban, explica con gestos, sentados como en un trenecito, con los troncos pegados unos a otros.

Los traficantes «mataban a la gente si hablaban mucho o molestaban» y fue testigo de ello. «Había un niño egipcio que dio un golpe en la pared. El conductor paró el camión, preguntó quién había sido y le disparó».

En Libia, donde «no puedes ir a tu aire, siempre tienes que recurrir a los traficantes», trabajó vendiendo pescado y de obrero, e intentó dos veces salir en patera. La segunda, tras 24 horas en el mar, la guardia libia les interceptó y, como el piloto se negaba a parar, abrió fuego. «Murieron muchos, también una mujer y un niño». Había pagado 1.000 euros por la travesía.

Tras cada intento ingresó en la cárcel, donde «no había vida» y los guardias mataban a presos «de un disparo en la cabeza para asustarnos». Tras salir sobornando a los guardias, pagó 50 euros para cruzar a Argelia y luego 200 para pasar a Marruecos.

De eso hace un año y en ese tiempo ha intentado cruzar nueve veces al Estado español, hasta que hace 20 días alguien le dijo que se preparaba un intento, acudió al bosque y se encontró con «muchos sudaneses».

Caminaron toda la noche hasta llegar a la valla. Allí fue testigo, relata, de cómo «una persona moría aplastada» y sufrió los gases lanzados por las policías marroquí y española.

Mohamed, 21 años: «Decidimos por la noche ir a Nador»


Mohamed Ismail Abdala habla un poco de inglés. Empezó a estudiarlo en Sudán, pero tuvo que emigrar porque la cosa «se estaba poniendo difícil». Su sueño es seguir haciéndolo en Europa y solo mencionar la palabra «España» le ilumina la cara.

Llegó a Marruecos desde Sudán pasando por Chad, Níger y Argelia y detalla que en este último país le hablaron del boss. «Cuando entras en Argelia, escuchas su nombre». Le pagó 200 euros para cruzar a Marruecos, relata, y empezó a buscar la manera de llegar a la península.

El 15 de mayo le avisaron de que se estaba organizando un cruce y decidió unirse. Pasó más de un mes en una montaña cerca de Nador y en los días anteriores al viernes, explica, la policía marroquí hizo dos redadas en sus campamentos.

«Vinieron dos veces a por nosotros y la segunda [que ocurrió el jueves] decidimos por la noche ir a Nador y cruzar por la mañana a Melilla para perseguir nuestro sueño de llegar a España».