Fuego aliado preventivo a China y a las brasas provocadas por Rusia en Ucrania
Frente a las lecturas optimistas en Occidente de los resultados de la cumbre de la OTAN, asistimos a una remilitarización global, liderada por EEUU en respuesta a la agresión rusa en Ucrania. Y a la apertura de otro «desafío» para los aliados, que, sin dejar de reforzar el frente euro-atlántico, abren otro en el Indo-Pacífico. El mundo, cada vez más convulso, es cosa de dos (EEUU-China) y medio (Rusia).
La OTAN ha hecho un balance eufórico de la cumbre de Madrid, en la que, además de dar luz verde a su nuevo Concepto Estratégico, ha dado la bienvenida a Finlandia y Suecia; ha anunciado, de la mano de EEUU, un incremento de su presencia militar en el Viejo Continente, desde el sur hasta sobre todo el este, y ha logrado el compromiso de la mayoría de sus aliados europeos de que incrementarán sus gastos militares.
Hay que reconocer que, desde su perspectiva, y sobre todo desde el prisma de Washington, el saldo es positivo, lo que explica la sonrisa de un Joe Biden que se juega en las elecciones de medio mandato no ya su limitado futuro -en razón de su edad- sino el del Partido Demócrata.
Conviene, sin embargo, recordar, y sin caer en buenismos, que lo que para una alianza militar, sea cual sea, es un balance exitoso es negativo para el mundo.
Sin obviar en ningún momento el efecto que en las decisiones de la OTAN ha tenido la agresión militar rusa contra Ucrania, y sin entrar en el interesante debate de las responsabilidades pretéritas y/o compartidas- qué es antes, el huevo o la gallina-, el mundo está más militarizado y es más inseguro y convulso desde la clausura de la cumbre el jueves. Y la que viene...
«Amenaza estratégica». 12 años han pasado desde que, en la cumbre de Lisboa en 2010, la OTAN definía a la Rusia de Vladimir Putin como un «socio fundamental». Pareciera que ha transcurrido un siglo o, en puridad, que el mundo hubiera retrocedido 50 años, a la Guerra Fría. El nuevo Concepto Estratégico de Madrid califica al gigante ruso como una «la más directa y significativa amenaza estratégica».
Y en la negociada «Postura de Respuesta y Disuasión» a esa amenaza se inscribe el refuerzo en armamento y tropas en el eje euro-atlántico.
La OTAN ha anunciado el incremento de 40.000 a 300.000 de los efectivos de la fuerza aliadas de reacción rápida en las fronteras con Rusia.
En ese marco y en paralelo, EEUU ha anunciado un refuerzo hasta los 100.000 soldados de sus tropas, desde la base de Rota hasta Polonia y Rumanía, pasando por Gran Bretaña, Italia y Alemania. Europa, trufada desde hace años de bases con soldados estadounidenses, verá aumentada la presencia de estos en su suelo.
Por si esto fuera poco, los países vecinos de Rusia a los que, en el contexto de la invasión de Irak, el entonces jefe del Pentágono Donald Rumsfeld saludó como «la Nueva Europa», han presionado para elevar el nivel y el armamento de las tropas aliadas desde los actuales grupos de combate, formados por entre 1.000 y 1.500 soldados para convertirlos en divisiones (15.000) comandadas por generales.
La solución de compromiso pasaría por desplegar brigadas (4.000 soldados), la mayoría móviles y en rotación, aunque algunas de forma permanente, entre ellas un cuartel general permanente en suelo polaco.
Ese despliegue irá de la mano del anunciado incremento del gasto militar de los aliados europeos, hasta alcanzar en los próximos años o en una década el 10% del PIB respectivo de esos países. Junto a la pertinencia de la pregunta sobre de dónde se detraerá esa ingente cantidad de dinero, conviene destacar que ese esfuerzo se hará en el marco de la OTAN y que la cumbre ha pasado de refilón, y con una simple declaración genérica, de la cuestión de la política de defensa europea.
«Desafío sistémico chino». Todo ello en referencia a Rusia. Pero, contra lo que pueda parecer, y pese al drama de la guerra en Ucrania, no ha sido ese el eje de la cumbre.
Es evidente el peso estratégico de Rusia, derivado sobre todo de su potencial nuclear, sus ingentes recursos energéticos y su no menos gigantesca geografía, la del país más grande del mundo.
Pero el PIB de Rusia es comparable al de Italia y poco superior al del Estado español. Y su gasto militar (63.000 millones de dólares) es poco mayor que el de las grandes potencias europeas por separado y más de 10 veces inferior al de EEUU. Su Ejército, con su ya mencionado arsenal nuclear, ha contabilizado «éxitos» en misiones de soporte como en Siria pero adolece de déficits en contextos más complejos, como está quedando patente en sus cambios de estrategia y en la lenta -cierto que constante-, ofensiva para tomar el control del Donbass.
El eje de la cumbre ha sido China, que ha pasado de ser no mencionada en la cumbre de Lisboa a ser considerada un «desafío sistémico». Hay que tener en cuenta que el Concepto Estratégico codifica las conclusiones que la OTAN debate y negocia durante años.
La cosa viene de antes. Pero lo cierto es que si hasta hace tres años China era considerada en los análisis internos aliados un posible socio en partenariados de seguridad, fue en la cumbre de 2019 de Londres, que encargó a un grupo de expertos que elaborara el informe «OTAN 2030, Unidos por una nueva era», cuando se comenzó a hablar de que China era a la vez «una oportunidad y un desafío» para la Alianza.
El informe fue más allá y anticipó la definición del gigante asiático como «desafío sistémico», aprobada en la cumbre estos días en Madrid
Desafío, por cuanto la OTAN, cabría mejor decir EEUU, considera a China su gran y único rival, y sistémico, en la medida en que abarca todos los ámbitos, desde el económico y el tecnológico hasta el militar y el internacional.
A ello se une el temor de los aliados a una entente China-Rusia verbalizada en el encuentro celebrado entre Xi y Putin en vísperas del inicio de la operación militar rusa en Ucrania, y efectiva en el ámbito de los hidrocarburos con la compra masiva de petróleo ruso por parte de China, y a precios políticos, para aliviar el bloqueo Occidental.
Por partes. Es difícil que China y Rusia forjen una alianza dada la asimetría de su relación. El PIB chino supera cinco veces el ruso y Moscú teme el abrazo del oso chino en Siberia casi más que a Occidente.
Por otro lado, y pese a su indudable rearme, China y su ejército siguen sin hacerle sombra al estadounidense, y menos al de todos los aliados en conjunto.
Más aún, Occidente sigue siendo preeminente, de la mano sobre todo de EEUU, no solo en el ámbito militar sino en el financiero (dólar) y en el tecnológico, aunque es cierto que China avanza sin prisa pero sin pausa en estos y en otros aspectos y ya hay señales de una lenta pero inexorable decadencia.
¿Quiere eso decir que el hecho de que la OTAN tilde a Rusia de amenaza y a China de desafío supone que no lo son, no ya para la OTAN sino para el mundo? Ni mucho menos. Son todo menos ejemplos.
Ahí reside precisamente la paradoja y el drama de la actual convulsión mundial.
Y que convierte a EEUU, que tantas veces ha sido, y es, una amenaza para la paz mundial y un desafío a escala planetaria, en el gran, y me atrevería a decir único, beneficiario de la cumbre. Con permiso, quizás, de Rusia, o mejor de Putin que, por fin, y aunque sea al precio de ser calificado de amenaza, ha visto cumplida su exigencia de que se reconozca a su país como un actor internacional de peso.
Porque, contra lo que se ha dicho, ni el turco Recep Tayip Erdogan ha logrado nada tangible a cambio de levantar su veto al ingreso de Finlandia y Suecia más allá de unos cazas F-16 -EEUU retiene los más sofisticados F-35 que tiene pagados por sus coqueteos con Rusia- y de una promesa etérea de que Helsinki y Estocolmo estudiarán la extradicción de unos refugiados kurdos.
Todos pierden y ha perdido una izquierda europea incapaz de movilizar a casi nadie tanto contra la guerra en Ucrania como contra la OTAN, y a la que le pesa su incapacidad para haber consensuado internamente en tiempo y forma una posición crítica creíble contra Rusia y contra China, lo que mina su credibilidad.
Un problema político de primera magnitud, pero que se empequeñece a la luz del drama global. Porque es el mundo el que pierde. Por acción u omisión de unos, de otros y de los otros.